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    Fuera del área de cobertura

    Director Periodístico de Búsqueda

    N° 1961 - 15 al 21 de Marzo de 2018

    Los protagonistas son siempre los mismos. Puede cambiar el escenario, la hora y los actores secundarios pero los roles principales recaen una y otra vez sobre ellos. Tienen forma rectangular, brillan como el sol y hasta parecen más necesarios que el astro centro del sistema planetario. Hay más de ellos en el mundo que personas y hace dos décadas casi no existían.

    Nada mejor que episodios concretos, que de tan frecuentes pueden parecer obviedades, para poder identificarlos. El primero tiene lugar en un restaurante, en el que hay siete mesas ocupadas, cuatro por parejas. De esas cuatro, tres no se miran. Las vistas parecen perdidas en el mantel o en el piso, aunque la tenue iluminación artificial que reciben en la cara los delata.

    El segundo se inicia cuando alguien se sube a un medio de transporte colectivo y empieza a caminar por el pasillo central. Nadie se percata de su presencia, todos miran para abajo. Deja atrás a varias personas hasta que logra mantener un mínimo contacto visual con una anciana. Más al fondo encuentra a un joven atento, como una rareza que confirma la regla.

    El tercero es en una clase universitaria en un barrio céntrico de Montevideo. Un profesor se ofusca ante lo que entiende como una falta de respeto de sus alumnos, porque varios de ellos se distraen con algo escondido bajo sus escritorios. Ni siquiera responden los llamados de atención. El docente siente que no puede manejar la situación y se va.

    Un apocalíptico, al decir de Umberto Eco, que ya en 1964 publicó un libro sobre los apocalípticos e integrados en referencia a los medios masivos de comunicación. Un abanderado de un sentimiento que crece entre los uruguayos más adultos. Un héroe para muchos, que como tal es venerado en las redes sociales con conexión a través de —vaya coincidencia— los teléfonos celulares, los grandes protagonistas de todas estas historias.

    No es fácil encontrar a representantes del otro lado porque los integrados de los que hablaba Eco son rarezas en el país de los quejosos. Quizás el más significativo es un decano de una de las tantas facultades de la Universidad de la República que resolvió asumir la realidad y empezar a convivir de una manera conveniente con ella.

    No dio un portazo para abandonar su aula ni acusó a las nuevas generaciones de ser unos entes que solo pueden latir a través de sus teléfonos. Más de una vez tuvo ganas de hacerlo pero le pareció inú­til. Optó por armar una gigantesca base de datos con los números de cada alumno y comunicar las cuestiones importantes a través de WhatsApp.

    ¿Resultados? Más del 90% de los estudiantes que recibieron la convocatoria a una reunión informativa concurrieron a la cita y varios de ellos iniciaron de esa forma un intercambio fluido con los responsables de planificar sus estudios. Hasta ese momento las notificaciones eran vía mail y solo uno de cada diez acusaba recibo.

    Claro que siempre es más fácil decir que la juventud está perdida y que la tecnología vino a destruir a la sociedad y las buenas costumbres. Ni siquiera es original. Antes era la televisión la que iba a dejar a todos estúpidos y antes la radio y antes las historietas o las brujas o vaya a saber qué.

    Eso no quiere decir que la adicción a los dispositivos móviles deje de ser un serio problema como para tener en cuenta y tratar de revertir. El porcentaje de personas que no conciben su vida sin un teléfono como extensión de sus manos ha aumentado en los últimos tiempos y eso genera una justificada preocupación y resistencia.

    Pero la realidad es mucho más amplia y compleja que lo que muestran los extremos. Generalizar y condenar al instrumento por los crecientes excesos en su uso es siempre lo más mentiroso. ¿O acaso alguien piensa que tiene marcha atrás el avance en las telecomunicaciones generado en los últimos años? ¿O alguno cree que los principales causantes de nuestros males contemporáneos son los malditos teléfonos que tanto nos dominan?

    Los desafíos están muy claros. Hasta ahora viene ganando la protesta, el pesimismo y el tratar de igualar para abajo. En otras palabras: viene ganando la idiosincrasia uruguaya.

    Está quedando la superficie, el viejo discurso de los buenos ilustrados y los malos tecnológicos, la agresividad fomentada por los supuestos dueños de la verdad en las redes sociales, que anuncian el apocalipsis día tras día sin ni siquiera detenerse a pensar la dirección del futuro. Mucho ruido que genera más seguidores y retweets y contestaciones y debates interminables. Pero nada más.

    Todo eso opaca y deja en segundo plano un mundo de posibilidades gigantescas. Basta con mover dos o tres dedos para ingresar a toda una biblioteca o informarse de lo que está pasando en cada continente o mantener una conversación cara a cara con alguien al otro lado del mundo. Casi todo está ahí, cada vez más cerca. Esa es la realidad y, en principio, no tiene nada de tóxica. Al contrario, puede ser muy nutritiva.

    Lo que hace falta, lo que se torna urgente e imprescindible, es conocerla y asumirla para tratar de mejorarla. De eso se trata la política. Al menos eso es lo que todos dicen pero de los precandidatos presidenciales que ya planifican su 1º de marzo, casi ninguno optó por el bando de los integrados. Y ese es el verdadero problema.

    Lo demás, lo que llegará con cada integrante de las nuevas generaciones, no tiene retorno. Por suerte.

    ?? Es Uruguay, estúpido