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A pedido de productores y técnicos agrícolas de Paysandú, Alcoholes del Uruguay (Alur), la Oficina de Planeamiento y Presupuesto y la Facultad de Agricultura de ese departamento están evaluando la posibilidad de plantar nuevamente algodón en el litoral Norte, donde las condiciones agroecológicas son adecuadas para este cultivo. El estudio emprendido por los organismos estará listo en los próximos meses.
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La idea es aprovechar la semilla para extraer biodiesel en las plantas de Alur. En este momento, las instalaciones de la empresa estatal extraen biodisel de diferentes granos, como la soja, pero la maquinaría tiene el potencial de realizar la misma actividad con diferentes materias primas. A su vez, también se aprovechará la semilla de algodón para elaborar alimento animal y se producirá fibra para la industria textil, explicó a Campo el presidente de Alur, Leonardo de León.
Históricamente, en Uruguay, el cultivo de algodón estuvo relacionado con la actividad de las fábricas textiles. En la década de 1990, el algodón se presentó como una alternativa para los remolacheros de Paysandú, que no pudieron continuar con su actividad debido al cierre de Azucarlito. Pero cuando la actividad de la industria textil decayó a fines de la década de 1990, las plantaciones de algodón también dejaron de ser rentables y prácticamente desaparecieron. La dificultad para exportar los productos textiles —debido a la falta de volumen— y la competencia de las importaciones, fueron los elementos que generaron el cierre de las principales empresas del rubro y el declive de esta labor agrícola.
Actualmente las perspectivas para la industria textil siguen siendo desfavorables por falta de mercados. Por ese motivo, para que el proyecto que apunta a reinstalar los cultivos de algodón sea viable, el dinero que genere la elaboración de biodiesel a partir de la semilla debe de ser suficientemente rentable para justificar el negocio. De hecho, ese es el punto clave sobre el que está investigando Alur junto a otras dependencias del Estado y distintos productores. El resultado de los estudios que indicarán si la iniciativa es sostenible o no estarán prontos en los próximos meses, señaló De León.
En las segunda mitad de la década de 1990, como en otros momentos de la historia del cultivo en Uruguay, se impulsaron distintos programas para fomentar su producción. En los estudios que evaluaban la viabilidad del algodón se señalaba que existían las condiciones adecuadas para el desarrollo de este cultivo, aunque las características del país no eran las mejores y se encontraba en el límite de la zona de aptitud. La calidad de la fibra del algodón uruguayo que se utiliza para la industrial textil de todas maneras es superior a las de Argentina y Brasil. Esos países, por su ubicación, tienen que enfrentar plagas en los cultivos de algodón de las que Uruguay está exento.
En Paysandú, el departamento en donde era más característico el algodón, a raíz de distintos programas de incentivos apoyados por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca y el Banco República, la producción aumentó de 20 a 950 hectáreas entre 1992/1993 y 1996/1997, según datos de la Intendencia de ese departamento. En ese último año se implementó el Programa de Algodón, el cual fue emprendido por la extinta Asociación Agropecuaria del Litoral y la Comisión Nacional de Fomento Rural (CNFR). En ese entonces particpaban un total de 24 productores. En 1997/1998 el algodón abarcó un área del entorno de las 2.000 hectáreas.
Sin embargo, las iniciativas no fueron sustentables a lo largo del tiempo y el cultivo terminó por desaparecer en el 2000, cuando también se dejaron de otorgar créditos al sector. Además de las situaciones de mercado y financiera, la mecanización de la cosecha fue uno de los obstáculos para al desarrollo del cultivo, se indicó en un informe de la época.
El secretario general de CNFR, Fernando López, dijo a Campo que cuando irrumpió el cultivo de soja —de gran rentabilidad por los precios internacionales— en la agriculutra uruguaya se volvió “impensable” dedicarse a plantar algodón en desmedro de la oleaginosa u otros granos más rentables. Desde fines de 1990 que la gremial no se vincula con ningún proyecto para apuntalar el desarrollo del cultivo.
La propuesta actual de los productores de Paysandú que está a estudio de Alur y la OPP, no obstante, apunta a los agricultores familares, para quienes no es rentable plantar soja u otros granos, en especial luego de la caída de los precios de esta oleaginosa.
En caso de que las dependencias del Estado demustren que el volver a plantar algadón es sustentable, los agricultores interesados emplearían las mismas máquinas que quedaron en desuso en el 2000, contó a Campo el ingeniero agrónomo de la Facultad de Agronomía en Paysandú, Luis Giménez, quien es uno de los principales impulsores del proyecto.
Giménez dijo que su propuesta, que se ajusta a la infraestructura que hay disponible actualmente, implica plantar entre 2.000 y 5.000 hectáreas.
Historia del “oro blanco”
Los intereses de Uruguay por el algodón surgieron en la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, no fue hasta 1919 que se instalaron los primeros cultivos, aunque esas experiencias se trataron de casos muy aislados. En 1950, con el apoyo del Estado, un grupo de productores comenzaron a dedicarse a plantar este cultivo.
En un informe publicado en 1969, el ingeniero Ricardo Facundo Fernández —que presidió la extinta Comisión de Fomento de Cultivo de Algodón— señaló las ventajas económicas para el agricultor familiar de producir algodón en lugar de otros cultivos de la época: básicamente maíz y girasol. Además, destacó su resistencia única a la sequía. Por todas estas características catalogó al algodón como “el oro blanco” de Uruguay.
En ese entonces, a quienes decidían dedicarse a este cultivo, se les otorgaba de forma gratuita semillas, maquinaria, hormiguicidas, plaguicidas, fletes y asistencia técnica. En muchos casos también se les adelantaba dinero para realizar los labores en la tierra.
De todas maneras, pese a estas facilidades, el sector algodonero siempre estuvo enfrentado a obstáculos que nunca hicieron que esta actividad despegara y tuviera un peso significativo para la tarea agrícola del país. En la década de 1960 el algodón no podía competir contra la fibra de algodón importado y comenzó a desaparecer, de la misma manera que a partir de 1990 un nuevo intento de reinstalar el cultivo termina con el cierre de las fábricas textiles.