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Es fascinante eso de los discursos en la Asamblea de la ONU, uno atrás del otro y todos en el mundo esperando que hable el representante de su país para ver qué dice y qué cara ponen los demás y si lo escuchó alguien más allá de sus compatriotas o sus amigos de países vecinos. Hay que esforzarse para no caer en la incredulidad porque no es muy verosímil, vale aclarar, pero ni bien uno se mete en la dinámica y cree, ah, hasta emociona.
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Se supone que le dan 15 minutos a cada mandatario pero en realidad los dejan hablar el tiempo que quieran. Está bueno porque ni esa regla se respeta en la ONU. Cada uno va y dice cosas que solo le interesan a él y a su país, se las arregla para denunciar que es un desastre que el mundo no haga nada con este problema que estamos planteando acá, y todo así. Está mortal. En esos 15 minutos (o 45 o 92) se puede decir cualquier cosa, pero cualquier cosa de verdad. ¿Por qué? Porque NADIE lo escucha, si hay algo que sabemos de sobra es que no se escuchan entre ellos los mandatarios en la Asamblea de la ONU. Mujica pudo haber hablado del corredor Garzón y era lo mismo. No les interesa lo que diga el otro —no se los puede culpar por eso tampoco—. Se van hasta Nueva York pero hablan para su tribuna local, y después se leen en las tapas de los diarios de sus respectivos países y esperan a que venga algún asesor a decirles: “Qué bien que estuvo, presidente, les dijo todo en la cara, cuántas verdades, el mundo debe haber quedado conmocionado con la cantidad de verdades que les reventó en la frente a todos esos mandatarios poderosos e hipócritas… me dijeron que en el informativo del canal estatal alemán lo pusieron 17 segundos ¡con subtítulos! Felicitaciones, presidente”.
Entonces sube Dilma y dice qué horrible los estadounidenses nos estuvieron leyendo los mails todo este tiempo y ni una sanción, ¿qué se piensan, que no tenemos dignidad? ¡Buena, Dilma, se lo dijiste! ¡Delante de todos!
Nadie la escucha igual, todos se ponen los audífonos con las traducciones simultáneas y hacen gestos de que están prestando atención, a lo mejor a Dilma sí la escuchan 6 o 7 minutos porque es la primera en hablar, pero seguro que después del minuto 8 apagan el aparatito y disimulan nomás. La ONU gasta un montón de plata en traductores que en general hacen su trabajo inútilmente, pero le dan clima, tienen que estar.
Y después sube Obama —el local— y dice que Estados Unidos va a seguir custodiando la libertad de todos, así que tranquilos, pero está muy sensibilizado por lo que pasa en Siria ¿y por qué el resto no dice nada?, y miren que él no corrió la línea roja, la levantó un poquito para que pasaran los rusos y hablar con ellos, pero no descarta nada. Niños, gas sarín, muertos, buenas noches, gracias.
Y atrás Evo dice a mí acá no me quieren porque soy un indio boliviano, por eso no me dejan masticar coca, ni me dan la visa de presidente, y en Bolivia no tenemos salida al mar, ¿por qué? Porque somos indios bolivianos y el imperio no quiere que mastiquemos coca.
Hay para todos los gustos. Muy bueno. Aunque debo decir algo: le faltó Mahmud Ahmadineyad a la asamblea del martes. Ahmadineyad era un punto alto, siempre. Uno esperaba el momento de Ahmadineyad, no solo para escuchar su humor disparatado, sino para ver en qué minuto se paraban los estadounidenses y se iban, y en cuál lo hacían los europeos. Incluso en el bwin y esas casas de apuestas se podía jugar unos pesos. Un clásico. Mahmud era muy frontal, a veces de tan frontal que era terminaba siendo descontructivista casi, como un cuadro de Picasso, que no tiene perfil prácticamente.