Deberá, entre otros cometidos, dirigir un equipo de 700 funcionarios, de los cuales el 95 % está distribuido en el territorio nacional, y fundamentalmente en sus estaciones experimentales: Treinta y Tres, Tacuarembó, La Estanzuela, Salto Grande y Las Brujas. Él mismo eligió establecer su cuartel general en el departamento de Tacuarembó, porque “un modelo de trabajo de este tipo, donde se fortalezca el vínculo con la demanda, tiene que ser no solamente abordado por el cuerpo técnico investigador, sino también por la alta gerencia de INIA, y qué mejor que el director nacional para demostrar que el discurso se condice con el accionar”.
Lo que sigue es la entrevista realizada al Ing. Agr. Fabio Montossi.
—¿Cuáles son las funciones que como director nacional de INIA deberá comenzar a cumplir a partir del 1° de enero?
—El director nacional de INIA tiene la responsabilidad de la gestión de los recursos humanos, que no es ni nada más ni nada menos que el corazón de una institución de investigación e innovación como la nuestra. Tiene la misión de implementar todas las decisiones y los planeamientos estratégicos que hace la junta directiva del instituto. Es responsable de todo lo que tiene que ver con los lineamientos en el área de difusión y transferencia de tecnología. Tiene la obligación de hacer un seguimiento y determinar prioridades en lo relativo a la ejecución del presupuesto. Tiene la obligación de la planificación de las actividades en todo el territorio y la coordinación con las distintas estaciones experimentales, los programas de investigación, sus unidades, y tiene también la obligación en la cooperación de INIA con los actores públicos y privados en lo nacional e internacional. Tiene que ver con el cuidado de la infraestructura y los equipamientos de que dispone la institución, entre otras cosas que seguramente se me escapan ahora.
Alta capacitación
—¿Cuál es el diagnóstico que hace hoy del rol del INIA en la investigación?
—Lo fundamental es que hay que entender que los institutos que están liderando en el área de innovación e investigación deben tener un cuerpo técnico, tanto profesional como de apoyo, altamente capacitado. Ahí va la capacidad competitiva y la adaptación al cambio que tenga cualquier instituto de investigación en el siglo XXI. Es la capacitación y la fortaleza que tengan los recursos humanos. El otro tema es estar cerca de los problemas que tiene el sector. En ese sentido, INIA tiene una distribución en el territorio nacional como ninguna otra institución la tiene, en el área de ciencia e innovación. El 95% de los recursos humanos están en el interior. Entonces, si los programas del sector agropecuario están en el medio donde se desarrolla la actividad, también ahí van a estar las soluciones. Hoy se requiere, evidentemente, una planificación y un proceso de descentralización de los procesos de toma de decisión en las estaciones experimentales, que son la fábrica del INIA de donde salen las ideas y se generan los productos tecnológicos del instituto. En el mundo en que vivimos hoy, la solución a los problemas tecnológicos y no tecnológicos cada vez requieren un abordaje mayor en forma multinstitucional y multirrubro. Todas las cadenas de valor y mucho enfoque multidisciplinario, porque la complejidad de los temas a los cuales estamos abocados cada vez son mayores, y eso requiere equipos de trabajo que tengan una visión más sistémica para abordar los problemas que se tienen.
—¿Existe una dicotomía entre la investigación básica y la aplicada?
—No, no existe, y esa es una de las cosas importantes que deben entenderse. Existe investigación que sirve para resolver problemas. El INIA tiene que balancear muy bien lo básico y lo aplicado, tanto por lo que hace ella misma como por lo que hace con las otras organizaciones que pertenecen al sistema nacional de investigación e innovación. Y esa es un área a profundizar. El fortalecer todo el andamiaje que hace al sistema nacional de investigación, innovación y de transferencia de tecnología, a través de la profundización de la definición clara de las áreaS de mejora y donde el INIA forma parte de ese proceso.
—¿Considera satisfactoria la productividad científica de la institución?
—Debemos apuntar a aumentarla. El INIA tiene que tener mayor productividad en lo que respecta al desarrollo de nuevos productos tecnológicos y tener mayor cantidad de publicaciones de revistas especializadas en el plano internacional. También el INIA tiene que llegar mucho más cerca del consumidor final, y más en un país que está volcado a la exportación. Por lo tanto, la generación de valor no solo no termina en la portera del establecimiento, sino que llega al procesamiento de la materia prima y al consumidor final. Un ejemplo de esto es el hecho de que cada vez se necesita mayor profundización y generación de conocimiento para poder diferenciar los productos desde el punto de vista social, ambiental y económico y eso requiere un fuerte trabajo en el área de investigación e innovación. Y requiere también que la certificación de productos y procesos tengan ciencia atrás. El INIA, junto con el resto de la institucionalidad, tiene que darle contenido a ese camino de certificación de productos y procesos. Como ejemplo, darle mucha ciencia y contenido al Uruguay Natural como marca.
Uruguay Natural
—Tomando este último ejemplo, ¿cuáles serían las herramientas para consolidar la marca de Uruguay Natural?
—Es buscar la consolidación del soporte científico atrás del Uruguay Natural. Fundamentalmente, está asociado a la generación de información en el sector primario, secundario y terciario. Esa información también tiene que tener un envase. Ese envase está ligado a lo que uno dice en qué es diferente y que se pueda realmente mostrar y que sea aceptado. Y ahí entra todo lo que tiene que ver con los procesos de certificación. Por ejemplo, en las carnes uruguayas. Estamos tratando de diferenciarlas desde el sistema productivo donde se generan, fundamentalmente donde la dieta del animal a lo largo de su vida es esencialmente pastoril, pero a su vez, es importante que se pueda mostrar que en la vida del animal, aspectos como el bienestar animal fueron contemplados, tanto a nivel del predio, como del transporte, como de la planta frigorífica. Pero a su vez, demostrar que el producto favorece la salud humana a través del sistema de producción y la genética que se utilizó. Y si sigo pensando un poquito más, digo que también es importante la inocuidad de ese producto, que no genere ningún tipo de problemas para la salud de los consumidores. Entonces, cuando uno mira todo eso, pensando desde la parcela experimental hasta el consumidor final en el plato, claramente todo eso requiere un empaquetado. La trazabilidad es un excelente vehículo de todo lo que va adentro, pero tiene que terminar con un producto certificado y con marca. Ese es un ejemplo donde veo desarrollado el concepto.
—¿Le preocupan los aspectos vinculados con la difusión de las tecnologías que el INIA está generando?
—Es un tema central. Creo que INIA debe difundir más y mejor la tecnología, tanto la que genera por sí mismo con sus equipos de investigación, como la que genera con otras instituciones, ya sea en acuerdo dentro o fuera del FTPA (Fondo de Promoción de la Tecnología Agropecuaria), que determina que el instituto deba invertir 10% de su presupuesto para apoyar a otros institutos de investigación agropecuaria como el SUL, Dilave, MGAP, u otros. A mí me parece que hay áreas clave donde el INIA tiene que profundizar, y el impacto económico y ambiental que tienen las tecnologías, todo lo que tiene que ver con el área de salud y bienestar animal, la tecnología de los alimentos y la inocuidad de los productos. Y evidentemente no podemos olvidarnos de que hay que incrementar la productividad de todos los rubros. Pero tal vez, lo nuevo es que se deben incorporar otras dimensiones que hacen al impacto económico y social de las tecnologías.
—El sector agropecuario está compuesto por varios rubros, muchos de los cuales muy diferentes entre sí. Las recetas de la orientación general se aplican a todos, ¿o se necesitan políticas diferenciadas?
—A todos, porque el mundo va para ahí. Alguien puede decir que no es lo mismo la horticultura que la fruticultura, donde el citrus ha conseguido mercados importantes en el exterior, mientras la papa o la manzana está volcada al mercado local. Pero nosotros tenemos que competir con los productos que vienen del exterior, que van a venir certificados, con una estrategia de agregado de valor, etc., y además el consumidor interno es cada vez más exigente con esos temas. Entonces hay conceptos que se cruzan. Por supuesto que las exigencias cada vez son mayores para el arroz, para la leche, la carne, la forestación, la lana, etc., cuando se está exportando el 80% o más de lo que se produce. Pero hoy todos estos conceptos están globalizados. Hay que pensar globalmente para actuar localmente; es un concepto fuerte.
Brecha tecnológica
—¿Hay algún sector que se observa como más rezagado en la generación y adopción de tecnología?
—Más que un sector diría que son áreas temáticas en las que tenemos que profundizar. Y donde realmente se necesita pisar el acelerador para poder diferenciarnos y darle valor al producto nacional. Voy más por ese lado que por el lado de los grandes rubros. En general hoy el stafftecnológico que tiene Uruguay en la mayoría de los rubros lo genera una brecha tecnológica que nos permite incrementar 20% o 30% la productividad actual de los mejores productores, en la mayoría de los casos. Entonces, en el agregado de valor, por supuesto que tenemos que trabajar en achicar esa brecha tecnológica, pero también tenemos que pensar cómo agregamos valor a nuestros productos, por encima de los conceptos de productividad. Seguridad alimentaria, inocuidad, el producto alimenticio, la certificación, etc.
—¿Cómo cree que debe resolverse el tema de la brecha existente muchas veces entre la generación de tecnología y la posterior adopción de la misma por parte del sector productivo?
—En la forma a través de la cual se transfiere y se adopta la tecnología, Uruguay tiene que innovar y mucho. Hay que desarrollar nuevos modelos de innovación. Investigación es cuando la sociedad aporta recursos para generar conocimiento. Ahora, si ese conocimiento llega a producir un beneficio económico y social, va a ser a través de la innovación. Son cosas distintas. Si se quiere generar innovación, capaz que el modelo tradicional de transferencia de tecnología hay que revisarlo y buscar otras formas. Los mecanismos tradicionales de transferencia de tecnología han sido a través de las publicaciones, seminarios, charlas, días de campo, etc. Eso es necesario pero no suficiente para generar innovación. Entonces hay que apuntar a nuevos modelos como los consorcios de innovación, como los que ya tiene INIA como el Consorcio del Trigo, el Lechero, o el de lanas ultrafinas, por dar algunos ejemplos. Los proyectos donde se está involucrando el desarrollo de bienes públicos, como fue claramente la trazabilidad, donde estuvo el sector público y el privado. El proyecto donde estamos desarrollando los animales eficientes desde el punto de vista de la conversión de alimento en carne, con los efectos que tiene el tema ambiental, donde se ve a los institutos dedicados a las ciencias básicas, el INIA, el MGAP, las sociedades de criadores, etc., donde hay proyectos de mucha inversión, pero de alto impacto, y donde todos los actores se alinean en la búsqueda de un objetivo común. Otro ejemplo es el proyecto que viene desarrollando INIA con el sector privado y el MGAP para el citrus, que ha sido un éxito y culminó con mercados de exportación abiertos. Uno sale de la parcela experimental y se compra el desafío de desarrollar un agronegocio. Ese modelo de trabajo, fundamentalmente, requiere una visión distinta del rol que tiene que jugar la investigación y necesariamente comprar la complejidad que tiene desarrollar un agronegocio.
—¿Cuál es el desafío más inmediato?
—Algo normal que estamos viendo en las instituciones de investigación e innovación es continuamente un arreglo de sus estructuras organizacionales. Y es necesario que las instituciones se repiensen continuamente para ser más ágiles, más eficientes, menos burocráticas y responder rápidamente al cliente. El INIA está justamente en un proceso de ese tipo. Estamos, a partir del 1° de enero, implementando una nueva estructura organizacional y estableciendo un nuevo equipo de trabajo gerencial. Eso es un gran desafío para nosotros. De hecho, venimos de tener una evaluación externa realizada por especialistas de Irlanda, España, Inglaterra y Nueva Zelanda, quienes a su vez vienen de procesos de reestructura importante en la búsqueda de aggiornarse a los tiempos que les toca vivir a estas instituciones. Ese un gran desafío, se le llama prospección de la demanda, e involucra todo lo que tiene que ver con el desarrollo inteligente. Todos esos elementos hacen que debamos estar continuamente adaptándonos a estos cambios que cada vez son más drásticos o más abruptos y que llegan en un corto período de tiempo. El segundo elemento es tener indicadores de la productividad y el impacto de INIA con respecto a la generación de ciencia y tecnología que genera. Eso es fundamental; como en todo proceso gerencial, hay que tener claro el objetivo, clara la estrategia y claro el plan de acción, y después medirlo con metas y productos concretos. El tercero es potencializar toda la productividad científica en toda la institución.
—¿La Dirección Nacional define programas o líneas de investigación?
—Puede sugerir estrategias de cambio y de hecho es uno de los roles que tiene. Debe estar continuamente siendo proactiva, identificando oportunidades de mejora. Ese va a ser un tema que seguramente empecemos a abordar en todas las áreas estratégicas de INIA a partir de 2016.
—¿Ya está pensando en algún cambio en particular?
—Yo creo que las estructuras programáticas y de unidades hay que repensarlas también en el mismo sentido que decíamos antes. Los cambios que se están operando en cadenas de valor, en el entorno de todo lo que es el agronegocio, requiere un cambio en las estructuras programáticas para responder más rápido a la demanda y tener mayor impacto. Eso seguramente sea producto del análisis, a partir de 2016.
Medir impactos
—¿Cómo evalúa los niveles de inversión en investigación y desarrollo?
—Los niveles de inversión en investigación en Uruguay son más bajos en general que en otros países en desarrollo, para todas las áreas temáticas, independientemente de que sean agrícolas. No llegamos al 0,5% del PBI. De todas maneras, el sector agropecuario está por encima de ese valor. Lo que es importante en ese esquema es cómo realmente se utilizan esos recursos. Siempre van a faltar, pero eso no quiere decir que no se tenga realmente una manera de medir que se está generando un impacto con los recursos que está dando la sociedad para investigar.
—¿Usted cree que los aspectos vinculados con el cambio climático preocupan a los investigadores?
—Uruguay tiene que trabajar mucho más en el área de investigación sobre este tema. Particularmente pienso en un mejor soporte de mecanismo de toma de decisiones, tanto en lo público como en lo privado, con ecuaciones de predicción y de manejo que nos permita prepararnos frente a cualquier evento que nos dificulte. La adaptación al cambio climático para mí es fundamental.
—¿Piensa que la sociedad uruguaya dimensiona la importancia y el impacto de la investigación en la producción agropecuaria?
—Todavía no hemos sabido transmitirle a nuestra sociedad la importancia que tiene el agro inteligente para el futuro de la sociedad uruguaya, y ahí incluyo también a los sectores académicos y al sector de investigación e innovación, incluido el INIA. Debemos desarrollar una estrategia de comunicación inteligente que pueda permitir que el resto de la sociedad pueda fácilmente visualizar el impacto que tienen en el desarrollo de un país la ciencia y la tecnología. Ahí el INIA tiene que ahondar más y desarrollar más el concepto de marca INIA atrás de todo eso. Y estar continuamente dispuestos a ser evaluados por impactos. Nosotros venimos no hace mucho tiempo de estar evaluados por un organismo independiente. La sociedad invirtió en el INIA, en sus primeros 20 años de vida, un determinado dinero, y según los coeficientes utilizados, de cada peso invertido la sociedad recuperó entre $ 16 y $ 20 . Eso tiene que ser parte fundamental del proceso continuo de evaluación de las instituciones y el impacto que están teniendo, y realmente debe constituirse como una especie de rendición de cuentas a la sociedad por lo que aporta. Eso es parte también de una organización como INIA.
—¿Dentro de los los públicos objetivos de INIA, quizás el más vulnerable pueda ser el de la producción familiar?
—Ese es un tema prioritario para nosotros. INIA trabaja con todos los productores, pero es un aspecto clave el atender la problemática de la producción familiar, donde existe una gran columna que forma parte de la matriz productiva y que son principalmente ganaderos, horticultores y fruticultores, en ese orden. En ese sentido, para INIA es prioritario contribuir en forma coordinada con la institucionalidad agropecuaria y nacional en la inserción de estos productores a las cadenas de valor competitivas, sobre la base de modelos de coinnovación que valoren y fomenten el conocimiento territorial, el asociativismo, el emprendedurismo y generar mayor conocimiento de aquellos factores no tecnológicos que hacen a la sostenibilidad, económica, social y ambiental, de este grupo de productores que están distribuidos en todo el territorio nacional.