Desde 2010 hasta mediados del 2017 el chileno Sergio Mujica se desempeñó en Bruselas como secretario general adjunto de la Organización Mundial de Aduanas. Cuando promediaba su segundo período en ese cargo, decidió aceptar una nueva propuesta y se mudó a Ginebra para convertirse en el secretario general de Organización Internacional de Normalización (ISO, por su sigla en ingles). Para su gestión se trazó tres objetivos de mediano plazo: mantener una relación cercana con los 162 países miembro, fortalecer las capacidades de algunos de ellos y mejorar los procesos de creación de normas, que son “muy buenos, pero lentos”.
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Según dijo a Búsqueda, “el mensaje clave” es cómo incorporar en las estrategias políticas de los países la aplicación de las normas, porque tienen un “impacto brutal” sobre los costos y la competitividad económica.
A fines de diciembre pasado, Mujica estuvo en Montevideo para conocer de primera mano la situación del Instituto Uruguayo de Normas Técnicas (UNIT) —al que destacó como uno de los miembros más antiguos y fuertes de ISO— y reunirse con representantes del gobierno uruguayo. Lo que sigue es una síntesis de la entrevista.
—¿Cuál es el rol que cumple ISO?
—Lo que hacemos en ISO son normas internacionales, que representan un consenso mundial de expertos en determinados temas. Su primera función es ayudar al desarrollo económico y social. La segunda tiene que ver con la eficiencia: no solo importa lo que tú haces sino cómo lo haces. La tercera refiere a la protección de la sociedad y el medio ambiente.
—¿Esas normas son vinculantes?
—Son voluntarias. Tenemos 162 miembros y cualquier país puede proponer la creación de un comité técnico sobre un tema. Un país viene y dice, por ejemplo: “Tendríamos que ponernos de acuerdo como comunidad global en qué es lo que entendemos que es hacer bien las cosas para cuidar el medio ambiente”. Entonces, se crea un comité técnico integrado por expertos que nominan los propios países. Se trabaja a puertas abiertas y de manera transparente. Otros organismos pueden designar observadores. Luego se busca crear consenso. Una vez que se alcanza el consenso global, eso queda ratificado como un estándar. No es vinculante, es una invitación que se hace, a las empresas principalmente, a tener una gestión de calidad. Puede ocurrir también que un gobierno, cuando está buscando regular actividades, tome esas normas. Ahí esa norma, que era una invitación, se convierte en vinculante.
—Entre los 162 países miembros hay representantes privados y estatales. ¿Hay un camino mejor que otro?
—A nosotros nos da exactamente lo mismo. Lo importante es que responda a las necesidades de ese país.
En Uruguay, UNIT es 100% privado, aunque tiene una muy buena relación con los gobiernos. En otros países, como Chile, los organismos son híbridos, integrados por representantes del sector privado y del público. Y en Japón y Corea es 100% público. Lo que es claro es que para que tengan buena aplicación práctica las normas requieren de buena colaboración público-privada.
—¿Qué hitos tuvo el trabajo de ISO en este tiempo?
—El gran valor de ISO fue crear un lenguaje internacional que representa un consenso de cómo deben ser las cosas. Por ejemplo, yo fabrico enchufes, lo hago perfecto, soy feliz. Ahora, después esos enchufes tienen que conectarse a un cable. ¿Cómo hago para que el fabricante de cables siga los mismos parámetros que yo para que se puedan conectar? Pasa lo mismo con los trenes y el ancho de las vías cuando se quiere unir dos países. Esos son estándares y producen un impacto brutal. Esto está ocurriendo ahora mismo con el tren que conecta China con Europa. Se hizo una tremenda inversión pero resulta que hay dos puntos críticos donde hay que parar, bajar todas las cosas de los vagones y subirlas a otro tren, porque cambia el estándar de la línea. Ahí es donde digo que cuando el mundo se pone de acuerdo en cómo hacer las cosas hay un ahorro tremendo, menos costos, más eficiencia y más competitividad.
—Dentro de ese trabajo, ¿qué logros destacaría?
—La ISO 9001 es la más conocida y probablemente nuestro buque emblema. Básicamente lo que hace es crear un estándar para que las empresas puedan tener una gestión de calidad. En algunos casos las empresas se pueden certificar y de esa manera quedan en una posición de demostrarle a los consumidores que están siguiendo los estándares más altos de calidad.
Hay otra muy, muy importante también, que es la ISO 14.001, de gestión ambiental. En el pasado, al consumidor solo le importaba el precio o la calidad de los productos. Hoy en día también es muy exigente con que lo que está comprando se haya fabricado de una manera amigable con el medio ambiente. ¿Las empresas cómo le aseguran a sus consumidores que son amigables con el medio ambiente? Usando ISO 14.001.
Esos son algunos ejemplos. Estamos también trabajando sobre eficiencia energética, temas de calidad y uso del agua, todo lo que se pueda imaginar. Los estándares están en todas partes. En las normas de tránsito, en los cinturones de seguridad, en la altura de las cunetas, en las dimensiones de los peldaños de las escaleras, en los juguetes de niños que tienen que cumplir ciertas normas. Están en la vida cotidiana.
—¿Cómo se puede incentivar a las empresas a que acepten esa invitación a la aplicación de estándares?
—En 2015 el instituto de normas técnicas de Reino Unido encargó un estudio independiente que llegó a la conclusión de que el 27% del crecimiento del Producto Bruto Interno que habían tenido respondía a la aplicación de estándares. También midieron la productividad y llegaron a que el 38% del incremento se debía a la utilización de estándares. En Francia pasó algo similar. Tomaron dos o tres industrias clave y compararon el rendimiento de empresas que utilizaban estándares con otras que no; las diferencias eran notables. Eran mucho más efectivas las empresas que aplicaban normas internacionales.
El mensaje clave es ver cómo logramos incorporar en las estrategias políticas de los países la aplicación de las normas, porque son un buen aliado. Más allá de mi convicción, hay cifras que lo muestran de forma clara.
—¿Qué objetivos se trazó para su gestión?
—En el mediano plazo, lo más urgente es tener un trabajo muy cercano con los 162 miembros. El segundo objetivo es hacer un buen trabajo de fortalecimiento de capacidades. Hay algunos en etapa muy incipiente y necesitan fortalecer sus organizaciones de normas técnicas. El otro objetivo de corto plazo es buscar un sistema de implementación que sea más ejecutivo. Uno de los grandes valores de las normas de ISO es que se hacen de manera transparente, inclusiva y con consenso. Eso es muy bueno, muy bueno, pero es lento. De pronto demoras tres años en hacer una norma internacional y llega tarde: el producto que se está buscando normar ya es obsoleto o no es tan interesante. Vamos a intentar optimizar nuestros procesos.
—Se habla de una tercera revolución económica en curso ¿Cómo afecta el avance tecnológico a las normas que ustedes producen?
—Nos afecta absolutamente. Quizás lo más relevante en lo que estamos trabajando actualmente es en industria 4.0, Internet de las cosas y ciudades inteligentes. La palabra clave ahí para nosotros es la interoperabilidad. Yo puedo lograr generar automatización e informatización en ciertos procesos, pero a su vez tienen que poder comunicarse con procesos de la máquina que está al lado. Eso es la interoperabilidad que se logra con lenguajes comunes. Ahí están los estándares.
Ciudades inteligentes es un tema que está viniendo con mucha fuerza. Para el 2050, según las Naciones Unidas, el 77% de la población mundial vivirá en ciudades. Ahí se requieren procesos de optimización muy importantes.
—¿Ya hay normas sobre esos temas?
—Hay, pero son procesos de evolución permanente. Es un balance entre tener un procedimiento que cumpla con todas las condiciones, pero que a la vez llegue a dar resultados a tiempo. Ese es uno de los mayores desafíos que tenemos a futuro.