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A veces las buenas ideas dan lugar a creaciones formidables. A veces las buenas ideas generan espectáculos aceptables, de esos en los que uno sale pensando: “no está mal, podría haber sido esto o lo otro, pero está bien”. Y a veces las buenas ideas acaban naufragando en un océano de palabras y ni siquiera un atractivo despliegue audiovisual alcanza para levantar y reencauzar una experiencia escénica que ha descarrilado. Eso es lo que sucede con La muerte de todo compartimiento estanco, el debut como autor y director del actor Claudio Quijano, uno de los cuatro integrantes del elenco de Las Julietas, de Marianella Morena, que también actuó en su Antígona Oriental, en el Solís, y en La estrategia del comediante, la obra que Roberto Suárez estrenó en 2008 en una casona abandonada.
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Desde el vamos, el espectáculo irrumpe de manera por demás atractiva y sugerente. La actriz Victoria Pereira se nos presenta en el hall del Espacio Palermo, la versátil sala teatral situada en el corazón del barrio Palermo, en el gran galpón del Instituto de Actuación de Montevideo. Encarna a una productora de piso de Canal 6, “el primer canal de noticias 24 horas de Uruguay”. Da las indicaciones al público de cómo debe comportarse dentro del estudio durante la salida al aire del programa de debate político al que asistiremos, mientras se nos cuelga una acreditación a medida que vamos ingresando. Una vez en la platea, se nos pide que aplaudamos cada vez que la muchacha levante el cartel correspondiente. Antes de salir al aire, aparece el conductor del programa, muy bien interpretado por Quijano, quien con sus ademanes histriónicos, sus gestos ampulosos y su magnética personalidad, compone una buena mezcla entre el argentino Alejandro Fantino y el uruguayo Ignacio Álvarez.
Esa primera mitad del espectáculo fluye a buen ritmo. Primero con un episodio aparentemente lateral derivado de la publicación por parte del conductor del programa de un libro —titulado como el espectáculo— que le ha valido una legión de detractores que quieren escracharlo. Luego con una trama comercial no del todo explicitada, y por tanto misteriosa, que involucra al protagonista, la productora que recibió al público y los dueños de la televisora. El interés aumenta considerablemente con el debate entre una diputada del Partido Nacional y un diputado del Frente Amplio, impecablemente interpretados por Paola Larrama y Nicolás Tapia. Ella compone al prototipo de emprendedora exitosa potenciado con un oportuno perfil feminista, mientras que él es el típico intelectual progresista de perfil académico, bien pensante y políticamente correcto.
Otro elemento que suma en esta puesta en escena es la participación de Cecilia Yáñez como la movilera en vivo del programa, a quien vemos únicamente en la gran pantalla situada como fondo de escenario. Un adecuado despliegue audiovisual, diseñado por el realizador Lucas Cilintano, complementa todo el tiempo la acción escénica, con atractivos gráficos que instalan la sensación de estar en una transmisión en vivo. De paso vale decir que la presentación del programa ficcional no tiene nada que envidiar a los existentes en la TV uruguaya actual.
En la lista de virtudes con las que esta obra seduce inicialmente hay que mencionar la impecable actualidad temática, con la incorporación al libreto, semana a semana, de elementos recientes de la agenda política, como el golpe de Estado en Bolivia o la expulsión de un convencional de Cabildo Abierto por proponer un “escuadrón de la muerte” para ejecutar a delincuentes.
El problema comienza cuando irrumpe un grupo de manifestantes en la puerta del canal para exigir derecho a réplica por una opinión del conductor. Si bien la actuación de Pablo Sintes como el líder de estos autoconvocados es convincente, la narración comienza a estancarse cuando el sindicalista logra que lo incorporen al debate en el estudio. El debate comienza a extenderse demasiado, las interrogantes planteadas al principio de la obra empiezan a quedar muy distantes en el tiempo y en la narración, el guion del debate parece querer abarcar cabalmente los últimos 20 años de historia del país, y todo se va desdibujando. Encima, aparece una dimensión discursiva decididamente panfletaria, cuando de la nada la obra se transforma en una diatriba contra los sistemas de mediciones de audiencias. Finalmente, para consolidar la pérdida del norte en este barco, todo el elenco interpreta una errática canción que remite erráticamente al cierre de un musical que nunca vimos.
La sensación final es de un confuso aturdimiento, provocado por la inflación de pretensiones no concretadas, por la devaluación de las buenas expectativas generadas más temprano y por la constatación de la muerte de todo entretenimiento teatral.