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Ya lo habían hecho Jeremy Irons en Pacto de amor (1988), de David Cronenberg, y Nicolas Cage en El ladrón de orquídeas (2002), de Spike Jonze. No son los únicos casos en cine pero sí muy significativos. Gemelos, uno más bueno que el otro, o más inteligente, o más fuerte psicológicamente. Un mismo actor que aparece por dos en la misma escena. Idéntico ADN pero en dos personas, dos individualidades, el principio de cualquier conflicto. El mejor principio para un conflicto.
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Ahora es el turno de Tom Hardy, un actor que está de moda, un actorazo. En 2015 Hardy fue nominado al Oscar con toda justicia como mejor intérprete secundario por El renacido (para el papel dijo haberse inspirado en el odioso Tom Berenger de Platoon), fue también un renacido Mad Max, debió hablar en inglés como lo haría un policía ruso en Crímenes ocultos (Child 44) y aparece por dos en Leyenda: la profesión de la violencia como Reggie y Ronnie Kray, los gemelos mafiosos que en los años 60 se apoderaron del negocio delictivo en Londres y quisieron convertir la ciudad en Las Vegas.
Los Kray —que existieron, pero ese es otro asunto— están claramente en la otra vereda de la ley, aunque con encares diferentes. Reggie es el centrado, el que tiene novia, el cable a tierra con el que los otros pueden hablar, negociar, transar. Ronnie, en cambio, es el impulsivo, el que toma pastillas —y si no las toma, tanto peor—, el psicótico, el homosexual confeso (yo doy, no recibo, aclara) que prefiere a los muchachos griegos o italianos, el que desata los desastres que su hermano debe contener o arreglar.
Acompaña a los hermanos un ladrón de guante blanco, el clásico señor de escritorio que no se ensucia las manos, el administrador de pacotilla, el que elude, el que evade, interpretado por David Thewlis con su solidez habitual.
Los dos ejes de la acción consisten en el mundo afectivo de Reggie, que pretende llevar una vida normal con su novia y luego esposa (Emily Browning) y las torpezas de Ronnie, al punto de que la conexión fuera de fronteras (léase los negocios con Estados Unidos), realizada por el embajador del mal Chazz Palminteri —cuanto más viejo mejor para esos papeles—, se puede alterar. Es una frase clásica en la mafia, al menos en la pantalla cinematográfica:—Reggie, tenemos un problema…—¿Cuál?—Tu hermano Ronnie…
Al principio impera un aire a las películas de gángsters de Guy Ritchie (precisamente en Rocknrolla aparece Hardy), con una buena dosis de violencia, ironía y humor. Lo que al espectador le gusta: la violencia como un juego o puesta escenográfica, ya sea de los hermanos contra los otros o de los hermanos entre ellos. En el primer caso destaca una secuencia en la que Ronnie arremete con un martillo en cada mano. La segunda es a tortazo limpio y con cierre emotivo.
Pero Leyenda es un tanto más amarga y desencantada, y este dato debe atribuirse al director y guionista Brian Helgeland. Como guionista, Helgeland tiene más créditos (Río místico y L.A. Confidential, por la que se llevó un Oscar al mejor libreto adaptado) que como director (Revancha, un policial con Mel Gibson, y Corazón de caballero, un pastiche con Heath Ledger), y esa proporción se mantiene. Pero, claro, tiene a Tom Hardy… por dos.
Hardy (Londres, 1977) es un tipo con pocas pulgas. No le molesta estar de moda y que lo comparen con Marlon Brando (Muchas gracias, es un honor, pero ni ahí). O ser el centro de todas las preguntas en las conferencias de prensa. Pero detesta con toda razón que se metan con su sexualidad, un tema que suele desvelar a algunos periodistas cuando no tienen otras ideas.
Criado en un ambiente de artistas (la madre pintora, el padre escritor) y descendiente de irlandeses, Hardy tuvo una adolescencia complicada que incluyó enfrentamientos con la Policía, abuso de alcohol y drogas. El teatro y su enorme talento lo salvaron de no ser él mismo uno de esos personajes que más adelante interpretaría.
Luego de breves apariciones como modelo comienza a despuntar en el mundo de la ficción (la serie para TV Band of Brothers y Star Trek: Némesis) hasta que llega su primer bombazo, que por supuesto convoca la atención de Hollywood: Bronson (2008), donde se mete en la piel del preso más violento de todos, que también es una estrella de opereta (la película es una gran opereta), un paria social y un payaso. Es el gran vehículo para sus cualidades, y permitirle esa vía debemos agradecérselo al director Nicolas Winding Refn.
Así Hardy tomó la autopista y puso quinta, sin importar si sus apariciones eran esporádicas o solistas: El origen, El topo (primer encuentro con su ídolo Gary Oldman), Warrior, Esto es guerra (una comedia estúpida, de las pocas malas decisiones de Hardy), Lawless y Batman: el caballero de la noche asciende (segundo encuentro con su ídolo Gary Oldman), otro de sus bombazos a pesar de la incómoda máscara que nunca dejaba ver su rostro y que lo llevó a actuar con los ojos y sobre todo con la voz, una voz ronca que ya es marca personal.
Un aparte para la serie británica Peaky Blinders, en la que interpreta a un gángster judío, para su introvertido barman en La entrega y sobre todo para su mejor papel, el único actor, toda la historia sobre sus hombros —desde el negro al blanco, con todos los grises— en la película de culto Locke, de Steven Knight. Hardy conduciendo un auto y hablando por teléfono, nada más.
A estas alturas, no caben dudas: el tipo es capaz de hacer cualquier cosa.
Leyenda: la profesión de la violencia (Legend). Gran Bretaña-Francia-EE UU, 2015. Escrita y dirigida por Brian Helgeland, sobre libro de John Pearson. Con Tom Hardy, Emily Browning, David Thewlis, Christopher Eccleston, Chazz Palminteri. Duración: 132 minutos.