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    Irreverente o irrelevante

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2145 - 21 al 27 de Octubre de 2021

    Irreverente es alguien “contrario a la reverencia o al respeto”, según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), garantía de precisión. La “reverencia”, agrega la RAE, es una “inclinación del cuerpo en señal de respeto o veneración” o directamente el “respeto o veneración que tiene alguien hacia una persona”. Otras definiciones, igual de prestigiosas, aportan que esa “veneración” también puede ser hacia objetos o instituciones, por ejemplo.

    Irrelevante no está referido solo a un individuo. Puede abarcar también el mundo de lo inanimado, desde períodos históricos o contemporáneos hasta también objetos o instituciones. La única acepción que establece la RAE para darle significado a esa palabra es algo que carezca “de relevancia o importancia” y la relevancia, en ese mismo diccionario asumido como una especie de Biblia del idioma español, es la “importancia o significación que destaca de algo”.

    Una vez definidas las palabras, lo que corresponde es ponerlas juntas para entrar de lleno en el tema que motiva la presente columna: el periodismo tiene que ser irreverente porque de lo contrario pasa a ser irrelevante. Eso cabe para el periodismo en general, como un todo, y también para cada uno de los profesionales que lo ejercen. Los periodistas deberían ir en contra de cualquier tipo de reverencia o de respeto excesivo a lo preestablecido. Esa tendría que ser la premisa con la que inician cada una de sus jornadas laborales.

    La materia prima de la que se nutren los periodistas es muy variada, ya que involucra a cuestiones de interés público, que abarcan desde el fútbol hasta la gastronomía, pasando por política, economía, cultura y una larga lista de ítems. Pero dentro de ese amplio campo, tienen una presencia muy importante como fuente de información los tres poderes del Estado, las instituciones y las organizaciones de todo tipo.

    La mayoría de esos poderes y las personas que temporalmente los representan, a quienes recurren los periodistas para buscar la información, cuentan con cientos de tradiciones y liturgias asociadas al poder. Se basan en las formalidades y en el respeto hacia determinados ritos y concentran su fuerza en toda una estructura armada para darles solidez y capacidad de decisión, de influencia y de mando.

    Todo eso es lo que los periodistas deben siempre tener en cuenta pero para tratar de que los afecte lo menos posible. Su función no es hacer reverencia a los poderosos ni deslumbrarse con la grandilocuencia que representan el Palacio Legislativo, la Torre Ejecutiva, el Ministerio de Economía, el de Educación y Cultura o la Asociación Uruguaya de Fútbol, para poner solo algunos ejemplos. Al contrario, el periodismo debe cumplir el rol de controlador de cada uno de esos espacios con la mayor independencia posible de ellos. El periodismo bien ejercido tiene que ser un continuo interpelante, tiene que molestar, transformarse en lo más parecido a un antipoder y no en un cuarto poder, como les gusta decir a algunos.

    Por eso irreverente. Irreverente como forma de no tenerle tanto respeto al poder y mucho menos a los que lo ejercen circunstancialmente. Los jerarcas públicos son mandatarios de los ciudadanos y se deben a ellos. Están más obligados que nadie a dar cuenta sobre cada una de sus decisiones porque involucran a sus gobernados, que son los que les pagan el sueldo. Para facilitar que eso ocurra están los periodistas irreverentes.

    Hay dos malos ejemplos en la última semana que responden a las dos personas con más poder actualmente en la estructura política uruguaya. Uno por ser el presidente y tener a su cargo a todos los ciudadanos y la otra por ser la intendenta de Montevideo, en donde vive cerca de la mitad de la población del país. En ambos casos sus acciones están dificultando, por asuntos circunstanciales, el trabajo periodístico.

    El primero refiere a la negativa de la Presidencia de la República a responder un pedido de acceso a la información realizado por un periodista de Búsqueda para saber a quién recibió Luis Lacalle Pou en la residencia presidencial durante el último año. La reuniones que mantiene el presidente de la República en ejercicio de su cargo son de interés público. Eso es elemental, debería estar fuera de discusión. Y muchas de ellas, nos consta, se desarrollan en la casona que habita, que pertenece al Estado. Por eso es importante saber quién lo visita ahí.

    El segundo es sobre la decisión, informada por El Observador el viernes 15, que adoptó la Intendencia de Montevideo, a cargo de Carolina Cosse, de apagar el rastreador del auto oficial con el que se traslada la intendenta y también el del que utiliza su escolta. Según las autoridades de la comuna la medida responde a una “cuestión de trabajo” y es para velar por la “seguridad” y la “privacidad”. Lo que parecen no entender o simplemente subestiman es que lo que haga la intendenta en su vehículo oficial es de interés público y por tanto debe ser informado. Son los periodistas irreverentes los que le deben recordar y hacer cumplir estas cosas, tanto a ella como al presidente como a todas las demás autoridades públicas.

    No hacerlo sería entrar en la categoría de irrelevante. Los que se enamoran del poder por estar cerca de él, los que se suman a sus estrategias y contribuyen a que se informe solo lo que los jerarcas quieren, los que prefieren callar antes que confrontar, son los irrelevantes. Siempre hay unos cuantos, que varían según quién esté a cargo del gobierno o que se acomodan rápidamente a las nuevas autoridades. Irrelevantes son además porque están destinados a ser una simple anécdota que no durará demasiado.

    A la larga los que premian o castigan a los periodistas son los destinatarios de la información y no los gobernantes de turno. Y en esa disputa, son preferibles los irreverentes porque no se casan con nadie, no se ponen ninguna camiseta y no usan las banderas ni siquiera como sombra. Saben perfectamente que abrazarse a una militancia los deslegitima para ejercer su trabajo porque les quita independencia. Evitan pertenecer a cualquier grupo, ismo o lo que sea para de esa forma aumentar la libertad con la que se mueven. Tienen orgullo de ser orejanos y trabajan cada día para nunca transformarse en irrelevantes. A ellos apostamos aquí en Búsqueda porque de ellos está hecho lo que somos.