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Desde que tocó tierra uruguaya con sus cinco compañeros detenidos en Guantánamo, el sirio Jihad Dhiab (43 años) perfiló su propio rumbo. Al llegar a la casa que el PIT-CNT prestó para los primeros días de los refugiados Dhiab tomó un cuarto para él solo y apenas salía para comer o realizarse los controles médicos. Su salud es la más frágil de los seis ex presos. Fue el último en poder contactarse con su familia y cuando lo logró se topó con la mala noticia de que un hijo suyo había muerto mientras él estaba en Guantánamo.
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Poco a poco sus compañeros se fueron olvidando de su etapa en la cárcel, pero Dhiab no, y en febrero de 2015, viajó a Buenos Aires sin avisar para dar su primera entrevista con organizaciones de derechos humanos y pro palestinas. Enfundado en el traje naranja que usaba en Guantánamo, el sirio pidió que se liberara a sus compañeros que aún están presos en la cárcel y que Estados Unidos se hiciera responsable. Allí marcó su perfil combativo.
Los otros cinco ex presos comenzaron su nueva vida en Montevideo, cuatro se casaron y dos de ellos ya están trabajando. Dejaron atrás lo que pasó en Guantánamo, pero Dhiab no y sigue reclamando por el cierre de la prisión. “Es el preso rebelde”, ironizó un militante al ver su última protesta el martes 12.
Ese día se cumplieron 14 años desde que comenzó a funcionar Guantánamo y Dhiab decidió protestar frente a la Embajada de Estados Unidos en Montevideo. Nuevamente se vistió con su pantalón y camiseta naranja, pidió que lo amarraran de pies, manos y pecho, y le colocaran una sonda nasogástrica desde la nariz hasta el estómago por la que se le pasó Ensure. Así lo alimentaban por la fuerza en la prisión norteamericana después de que inició su huelga de hambre en 2007. Dos veces por día, unas 2.700 veces en ocho años.
El puñado de curiosos que el martes se acercaron a ver la protesta no pudieron soportar ver cómo se quitaba la sonda tironeando por la nariz. Dhiab tuvo arcadas y escupió sangre más de una vez.
Pese al fuerte dolor no se detuvo. “I need it” (lo necesito), decía. Y continuó. Lo importante para Dhiab era mostrar la tortura que viven su colegas aún en Guantánamo. La intención era que los otros refugiados que vinieron a Uruguay con él también acompañaran la protesta. Allegados al ex preso dijeron a Búsqueda que se les avisó pero todos se negaron.
Malestar.
Jihad Dhiab (Abu Wa’el Dhiab) nació en Líbano, pero al poco tiempo su familia se mudó a Siria. Vivió en Afganistán y fue capturado en Pakistán, según archivos del gobierno norteamericano, por ser sospechoso de formar parte de Al Qaeda. Además se lo acusó de pertenecer a la Red Global de Apoyo Yihad y de ser “falsificador de documentos”.
El 7 de diciembre de 2014 llegó a Montevideo en un avión norteamericano. Pasó los primeros tres meses y en febrero se dio el primer choque con el gobierno. Su viaje a Buenos Aires y las discusiones entre los demás refugiados le costaron el rezongo del entonces presidente José Mujica. “Te doy una mano pero vos tenés que poner las dos manos”, los rezongó Mujica (Búsqueda Nº 1.804).
Desde ese entonces en la Cancillería existe malestar por la conducta que ha mantenido Dhiab, dijeron a Búsqueda fuentes de la secretaría de Estado.
Poco tiempo después, cinco de los seis refugiados se instalaron frente a la Embajada de Estados Unidos como medida de protesta. Estuvieron allí desde el 24 de abril hasta el 18 de mayo, cuando cuatro de ellos firmaron una carta de compromiso con el Servicio Ecuménico para la Dignidad Humana, la agencia que actúa en representación del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Dhiab se negó a firmar, y recién lo hizo a fin del año pasado. Una vez más, Dhiab tomaba un camino y el resto de sus colegas otro diferente.
Las fuentes agregaron que su negativa cayó mal en la Cancillería y que el sirio accedió a firmar después de que le advirtieran que era la última oportunidad.
Superado este escollo resta resolver la reunificación familiar. Otra decisión que lo diferenció de sus colegas refugiados. Los otros cinco no quieren que el gobierno traiga a sus familias —cuatro están casados con uruguayas y otro está soltero—, pero Dhiab sí. Incluso, el ex preso aseguró a Búsqueda estar “enojado” porque sus familia aún permanece en Turquía. “Desde que llegué a Uruguay se murieron ocho familiares y siguen sin traerlos”, dijo Dhiab.
Agregó que el gobierno le prometió desde que lo visitó una delegación uruguaya en Guantánamo y en reiteradas veces ya en Montevideo, que cuando él llegara su familia estaría esperándolo.
Sin embargo en la Cancillería responsabilizan a Dhiab. Según los informantes, uno de los principales obstáculos para que llegue su familia es que Dhiab hace meses no da el aval para iniciar los trámites para otorgarles la visa.
Por ello en la secretaría de Estado sostienen que la conducta del sirio es muy diferente a la del resto de los ex detenidos, quienes “se han adaptado” a su nueva vida en Uruguay “sin mayores dificultades”.
Desde la Embajada de Estados Unidos están conformes con el trabajo del gobierno. Bradley Freden, encargado de Negocios de la misma, dijo a Búsqueda que está “agradecido” con Uruguay por su “duro trabajo para reasentar” a los seis ex presos y que está “comprometido” a lograr “el objetivo mutuo” de que los refugiados se instalen a largo plazo.