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    La CNT dio la respuesta “que tenía que dar” al golpe, pero quedó sola y la huelga fue derrotada, dice uno de sus organizadores

    Los sindicatos planificaron casi 10 años la medida que duró 15 días, habían previsto un posible giro “insurreccional” con “guerra civil”; “duró lo que pudo durar” pero tuvo una “trascendencia cultural” que perdura, dice Ruben Villaverde

    Son las seis de la mañana del 27 de junio de 1973 y Ruben Villaverde, secretario general del sindicato de OSE, espera la llegada de los trabajadores a la planta de la empresa en la calle Propios, donde funciona toda la operativa de mantenimiento. El día empezará con una asamblea en la que a él le tocará anunciar el inicio de la huelga general ante la reciente disolución del Parlamento. Es una respuesta sindical largamente discutida. Se está planificando desde la fundación misma de la Convención Nacional de Trabajadores (CNT) en 1966, pero ahora llegó el momento de ponerla en marcha y de poner el cuerpo. Entonces, a Villaverde se le atraviesa una pregunta, la misma pregunta que seguramente ronda el pensamiento de todos los dirigentes sindicales a esa hora de la mañana: “¿Cómo va a reaccionar la gente?”.

    Unas horas antes ya había tenido una demostración del compromiso que podía llegar a despertar la huelga. Para evitar que los militares tomaran el control del servicio de agua, los trabajadores habían decidido sacar de los talleres herramientas fundamentales y también la flota de vehículos y las reservas de combustibles. A la hora de concretar esos movimientos había quedado claro que, más allá de la militancia sindical y de izquierda, mucha gente “común y corriente” estaba dispuesta a asumir riesgos. Lo que sucedía en OSE se replicaba en decenas de centros de trabajo que empezaban a ocuparse.

    —¿Cómo fue poner en marcha la huelga de la que tantas veces habían hablado como una posibilidad?

    —A la huelga hay que verla en un contexto amplio. Es parte también de lo que pasaba en el mundo y en América. En el año 64 es el golpe en Brasil, que inicia toda una serie de operaciones de privación de libertades en varios países de América Latina. Se da después de que Jo??ão Goulart empieza con las reformas profundas de nacionalización, en contra de las directivas de Estados Unidos. Atrás de todo esto está la situación económica. Las huelgas no son exclusivamente ideológicas, más bien responden a situaciones o necesidades de cambios económicos. En el 64 se pusieron firmes en Brasil porque Estados Unidos no iba a permitir que la situación se le fuera de las manos. En ese momento acá también se produce un movimiento dentro de las Fuerzas Armadas en la misma dirección, con Mario Aguerrondo a la cabeza. Todavía no existía la CNT, que se funda en el 66, pero el movimiento obrero ya tenía una concepción unitaria y había un grupo de gente con mucha cabeza: José D‘Elía, Héctor Rodríguez, Gerardo Cuesta, Mario Acosta. También había gente con mucha cabeza dentro del sistema político. La gente mamaba la democracia desde hacía décadas y ya desde la escuela: hasta para elegir al delegado de la Cruz Roja se hacían elecciones. Había una concepción democrática que iba más allá de la izquierda. Si llegábamos al 73 y los únicos que defendían la democracia y las libertades y los derechos humanos eran los de izquierda, no hubiera habido huelga. Hubo huelga porque la gente respondió. ¿Quién se llevó las cosas de la planta de OSE en la calle Propios? Se las llevó gente común y corriente que dijo “yo me la juego”. El Canario Viera, un compañero que era canario y blanco, dijo: “Yo me encargo, déjenme que yo me encargo de señalar qué piezas sacar para que los militares no puedan hacer nada”.

    —Entonces la huelga tuvo un acatamiento bastante mayor que el de los sindicatos y la izquierda.

    —Tuvo un acatamiento grande, no eran solo los dirigentes. A mí me ofreció la casa gente que yo sé que era blanca. Ni uno, ni dos ni tres, muchos compañeros. Hay un profundo sentimiento democrático en nuestro país. ¿Cuál había sido el papel estratégico de los sindicatos? En los sindicatos se supo explicar que lo económico no está despegado de lo político. Recuerdo que en las asambleas en los 60, cuando íbamos a discutir el salario, yo pedía la palabra y hablaba de la carta de intención que había firmado el ministro de Economía con el Fondo Monetario Internacional. Ahí la gente me decía: “¡Bo, loco, acá venimos a hablar del sindicato, no queremos hablar de política!”. Hasta que rompimos eso, y la gente escuchaba. Yo creo que el gran aporte que el movimiento sindical hizo para que el país avance ideológicamente fue hacer permear en la sociedad que la política y la economía son dos cosas que son juntas.

    —¿Cómo convivían en las discusiones sindicales de ese momento, por un lado, la dimensión de la defensa de la democracia y las instituciones y, por otro, quienes veían con cierta simpatía la línea de pensamiento de algunos sectores de las Fuerzas Armadas? En la declaración de la huelga y en el levantamiento se mencionan coincidencias con los comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas.

    —El tema de los comunicados 4 y 7 hay que verlo en el contexto también. En América Latina, muchos se comieron el tema del peruanismo, acá muchos se comieron que Ramón Trabal podía ser el uruguayo peruanista. A otros se les fue la mano, como pasó en parte del Partido Comunista. Digo parte porque yo integraba el Partido Comunista y conviví en discusiones internas en las que había quienes éramos totalmente tajantes en decir que las Fuerzas Armadas no eran democráticas en este país, que no iban a impulsar ningún movimiento popular ni iban a ser socialistas. Ahora, lo que responde el movimiento sindical a los comunicados 4 y 7 fue una cosa medida, estudiada y acordada. No fue un rompimiento de un sector sindical. Y además fue hecha con la convicción de que dada la situación política… Hasta el Partido Demócrata Cristiano lo planteó en el Parlamento: Juan Pablo Terra habló de los comunicados 4 y 7 como una cosa positiva.

    —¿Cómo fue pasar de ser dirigentes sindicales que actuaban en la institucionalidad del país a pasar de pronto a que la CNT fuera ilegal y que ustedes fueran clandestinos y requeridos?

    —A las seis de la mañana entraba el grueso de la gente a OSE, entre las seis y las siete. Yo a las seis estaba allá. Me tenía que subir a hablar y pensaba: “Ahora tengo que decir que empezamos la huelga general, ¿cómo va a reaccionar la gente?”. Yo creo que ese era el pensamiento de todos los dirigentes sindicales. Porque todo es muy bonito, todos estábamos convencidos de que había que ir a la huelga pero ahora había que ponerle el cuerpo a eso.

    —¿Y hubo gente en esa asamblea?

    —Estaba repleta, no faltó nadie. No sabés lo que fue. La reacción de la gente en la huelga fue muy buena. Se desgastó con los días. Eso es cierto. Y también hubo sindicatos que… que tambalearon. El de transporte fue uno. Ahí había gente que estaba jugando para el otro cuadro.

    —¿Hasta qué punto tenían prevista la organización?

    —La huelga se preparó del 66 al 73. Y se preparó efectivamente. Se le hablaba a la gente. Siempre se trataba ese tema, estaba arriba de la mesa. No se hizo de un día para el otro. Estaba pronta la instrumentación para cada lugar. A OSE se le dio la tarea de asegurar el suministro de agua. Nosotros, ya hacía años, hablábamos de eso en asambleas en Aguas Corrientes, que eran complicadas porque la mayoría eran blancos y colorados y porque era un pueblo atrasado en varios aspectos. Había que ir y preparar a esa gente para la huelga. No se preparó en tres días. Fueron casi 10 años de tenerla presente.

    “La dictadura al principio no fue la dictadura que fue después”, dice Villaverde sentado en el living de su apartamento en la calle Durazno. Había en esos primeros días algunas puertas de diálogo, aunque en paralelo iba en incremento la violencia. Tanto el 27 de junio como el 28 de junio, una delegación sindical compuesta por José D‘Elía, Ignacio Huguet y Gerardo Cuesta se reunió con el ministro del Interior, Néstor Bolentini. Las conversaciones se estancaron pronto. La CNT pedía el restablecimiento de las libertades, las garantías y los derechos individuales, algo a lo que el gobierno de facto no estaba dispuesto.

    Durante el transcurso de la huelga hubo más instancias de intercambio. Villaverde fue protagonista de algunas. La primera fue para conversar con los militares sobre la instrumentación de la huelga en OSE. Fue el 28 de junio en la sede del Estado Mayor Conjunto (Esmaco).

    “Golpeamos. Dijimos: ‘Somos de OSE, venimos a hablar’. Les dijimos: ‘Miren, nosotros estamos enterados de que ustedes están yendo para Aguas Corrientes a ocupar la planta. Les queremos decir que si ustedes ocupan la planta el personal se retira todo y ustedes se hacen cargo. La otra posibilidad es que ustedes no ocupen Aguas Corrientes y nosotros vamos a hacer lo que se definió antes de empezar la huelga: los trabajadores vamos a garantizar el agua’. Ahí se enojaron. ‘Acá los que garantizamos somos nosotros’, nos dijeron. Nosotros les dijimos que ellos no podían garantizar porque no sabían manejar la planta. En ese tono fue la reunión. Al final quedaron en que no iban a ocupar ni Aguas Corrientes ni Propios”, recuerda.

    Algunos días después, participó de otros encuentros con referentes militares, cuando ya la CNT —ilegalizada por el gobierno dictatorial— había decidido que no fueran a esas reuniones sus principales dirigentes por el riesgo de que los apresaran. En ese contexto, Villaverde estuvo, por ejemplo, con el general Esteban Cristi, jefe de la División 1 del Ejército.

    “Era un tipo duro. Muy duro. Con nosotros no tuvo ningún desplante. Simplemente ponía distancia: ‘Estamos acá, pero los que mandamos somos nosotros’”. Las conversaciones se encontraron con un límite similar al que se dio con Bolentini. El gobierno se mostraba abierto a discutir y conceder cosas como aumentos salariales, pero no a hablar de política, y la huelga era política, era en defensa de la democracia.

    Con la represión en aumento, reflejada en varias desocupaciones y en la movilización del 9 de julio, sin haber logrado fisuras en las Fuerzas Armadas, con algunos sectores de actividad flaqueando y con plebiscitos en las principales empresas públicas y privadas promovidos por el gobierno dictatorial sobre el apoyo o no a la huelga, la CNT decidió el 10 de julio levantar la medida.

    “Abrimos una nueva etapa que no es de tregua ni de desaliento, sino de continuación de la lucha por otros caminos”, decía el comunicado.

    —¿Por qué, si se había preparado durante años, duró esos pocos días la resistencia?

    Su esposa, María Delia, interrumpe desde el dormitorio: “No fueron pocos. No fueron pocos. Si me nombran otro ejemplo parecido, agradezco”. (Risas).

    —Hubo otros casos en el mundo, no tuvieron la trascendencia cultural que tuvo acá. Los historiadores y los sociólogos deberán estudiar por qué nuestro país en algunas cosas responde como responde. Sin ir al extremo. Solo el hecho de irse de la casa en un tiempo en que no había teléfono era muy difícil. No te podías comunicar con la familia. Los barrios hervían, porque la gente salía a averiguar, a ayudar, a llevar lo que les faltara a sus vecinos. Con Eduardo Platero (municipal) éramos los secretarios de la Mesa Representativa de la CNT en Montevideo y recorríamos mucho. Teníamos la obligación de ver qué pasaba. Yo vi desalojar la fábrica de jabones BAO. Era una fábrica muy popular en Belvedere, muy aguerrida y muy solidaria en las luchas, muy de enfrentarse con la patronal. Los milicos la desalojaron con fuerza, sacaron a todo el mundo para afuera. A la media hora estaba nuevamente ocupada y con los vecinos en la puerta que no dejaban que los milicos volvieran a entrar. Esa fue una de las preguntas que me hizo Cristi. ¿Por qué no aceptábamos la propuesta del Ejército y cómo era que volvíamos a ocupar a los minutos de haber sido desalojados? Le dijimos que no teníamos la varita mágica, que la gente lo hacía porque estaba convencida.

    La huelga duró lo que pudo durar. Nosotros hasta habíamos planificado la posibilidad de que la huelga fuera insurreccional, habíamos evaluado qué lugares estratégicos de Montevideo habría que reforzar en ese caso, por dónde podían entrar los tanques… Hasta eso hicimos. Fallaron fundamentalmente dos cosas. Una justamente fue esta: nosotros pensábamos que parte del Ejército podía resistir el golpe. Si hubieran tenido fisuras, ahí sí podíamos terminar en una guerra civil. Nos falló eso. Una huelga insurreccional es con armas en la mano y enfrentando un ejército regular. Lo otro que falló fue el aspecto político, que no hubo pronunciamientos políticos. Los partidos como tales, incluso el Frente Amplio, fueron bastante mmm… Después de que se llevaron a (los militares de izquierda) Carlos Zufriategui, Liber Seregni, como que la cosa se quedó por ahí. Los partidos políticos fallaron. Quedó el movimiento sindical solo. Fue una huelga de resistencia, y las huelgas de resistencia tienen una corta duración.

    —¿Fue una huelga derrotada?

    —Yo siempre dije que se había perdido y tuve diferencias con compañeros. Lo sigo diciendo: la huelga la perdimos. Hay otros que dicen que no, que ganamos. Pero no hay que confundir. Yo creo que ganamos desde un punto de vista si se quiere político, porque se hizo lo que se tenía que hacer, a pesar de que íbamos a perder, a pesar de que tuvimos muertos. Fue una huelga que se perdió y tenemos que admitirlo. Y de entrada no se quiso admitir. Se dijo que se daba un paso atrás organizado para mantener al movimiento sindical. Eso también es falso. Y eso falló. No puede ser que la misma persona que está todos los días haciendo actos y organizando, cuando llega la huelga, siga dirigiendo las cosas. Tenía que haber relevos rápidos. Eso se nos pasó a todos, y a mí, el primero.

    En OSE la huelga se levantó el 13 de julio. Al día siguiente, Villaverde se presentó a trabajar. Lo hizo en contra de la posición adoptada por el Partido Comunista, que había definido que sus referentes sindicales pasaran a la clandestinidad para evitar que cayeran presos. “Yo era el secretario general del sindicato de OSE. Era secretario del PIT-CNT. Había organizado la huelga. Estaban los compañeros presos: teníamos el comité de base sindical de Cordón preso, teníamos presos a la mitad de los del sector obrero de OSE. ¿Yo me iba a ir a la clandestinidad? Yo quería seguir siendo dirigente sindical cuando saliera”, dice Villaverde.

    El mismo día que se presentó a trabajar fue detenido. Lo soltaron en diciembre del 73 en régimen de libertad vigilada. En abril del 74 volvió a caer por intentar reactivar el sindicato, salió un tiempo después. En el 75 cayó por tercera vez y ahí se abrió el período más duro. Estuvo preso hasta el 80 y pasó casi seis meses en el centro clandestino de detención 300 Carlos.

    “Ahí sufrí tortura física. Lo que te imagines. Tenerte parado horas, horas y horas. Caerte desmayado. Te colgaban. Te decían: ‘Bueno, vamos al picadero’. El picadero era estar parado o hacer que caminaras en círculos. Después decían: ‘Vamos arriba, vamos a mojarte y después te colgamos a secar’; ahí te mandaban al tacho y después, manos atadas atrás, te enganchaban, te subían y ahí te tenían. Y las palizas consabidas que te llevabas”, recuerda.

    En todo el tiempo que estuvo preso asegura que nunca reconoció otra militancia que la sindical cuando era interrogado. Con la restauración democrática, tal como lo deseaba cuando se presentó a trabajar el 14 de julio de 1973, Villaverde volvió a ser dirigente sindical. Sigue vinculado a la actividad hasta hoy, trabajando junto con Richard Read en la Federación de Obreros y Empleados de la Bebida (FOEB).

    —¿Qué lección cree que tiene este episodio histórico de la huelga para el movimiento sindical de hoy?

    —Es un episodio que hay que seguir analizando y profundizando en su contexto. No somos una isla. Pasó en América Latina, donde nació el cura Camilo Torres (sacerdote colombiano, pionero de la teología de la liberación). La gente veía que casi estaba ahí la revolución, la gente de izquierda. Existía una ebullición en América… Tanto en el Partido Comunista como en el Socialista, los informes empezaban diciendo cuánto había avanzado el sistema socialista en el mundo. Cada vez era más rojo el mundo. Estábamos perdiendo en realidad.

    Perdimos. El socialismo perdió frente al capitalismo. Hay que reconocer esas cosas. Y yo creo que la huelga también tiene que servir para analizar con tranquilidad que la huelga también se perdió porque no teníamos espaldas que nos pudieran sostener. Era impensable, como se estaban dando ya las cosas en el mundo, que la Unión Soviética pudiera pasarle por arriba a Estados Unidos. Estados Unidos estaba adelantadísimo. Hay que ver cuántas computadoras existían en la Unión Soviética y cuántas había en Estados Unidos: “La informática era una herramienta de la burguesía que nos quiere comer”.

    Además, hoy tenemos que darnos cuenta de que los tiempos han cambiado, que el mundo del trabajo ha cambiado y que los sindicatos se mantienen funcionando como los viejos sindicatos. Si el mundo del trabajo cambió, tienen que cambiar los sindicatos y su forma de funcionar fundamentalmente. Hoy están alejados de la gente. No estoy diciendo nada que la gente no note. Y una de las enseñanzas de la huelga es que nos llevó 10 años prepararla. La huelga perdió. Hay que retomar un camino de recomposición, estudiando cómo ha cambiado el mundo del trabajo. Yo estoy vinculado a la FOEB. Es brutal lo que cambian las cosas. La Coca-Cola la compraron los mejicanos y montaron una máquina que agarra la botella vacía y sucia y la saca llena y con la tapa puesta. Perdiste puestos de trabajo. ¡Y perdiste conocimiento! Porque no tuviste nada que ver con cómo se crea esa máquina ni con cómo se maneja. Lo más importante del trabajador es que sabe de su trabajo. Él tiene la capacidad de modificar y retrasar o mejorar las cosas. Yo creo que eso se ha perdido.

    —Hoy el trabajador no sabe bien en qué mecanismo está inserto.

    —Exacto. Se ha sustituido mucho por la robotización. Entonces, yo creo que la experiencia de la huelga es una experiencia muy importante y que pintó lo que era ese momento histórico. Eso es lo que tiene que servir como guía. Fue una respuesta extraordinaria. Fue la respuesta que había que dar en ese momento y se dio. Sin pensar en lo que se arriesgaba y sabiendo lo que se arriesgaba.