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    La casa hecha pedazos

    Ana Tiscornia en el Museo Gurvich

    “Decidió dedicar su vida al arte”, dijo un niño sentado en el piso del museo. Son chicos de cinco o seis años. Vienen de un colegio privado y se disponen a recorrer la vida y obra de José Gurvich. Frente a ellos, una joven les hace las preguntas motivadoras. Se nota que vienen preparados, saben bastante del artista y su museo. En un momento aparece la disyuntiva entre la música y la pintura. “En realidad, la música también es arte”, aclara la guía. “Sí, tocaba el violín”, acota una niña de lentes, muy atenta. “Pero decidió dedicar su vida al arte”, insiste. Estuvo bien. Por Gurvich y por el resto de los artistas contemporáneos que hacen de todo, desde pintar hasta construir mundos con maderitas y tiras de cartón.

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    Acaba de inaugurarse una muestra que incluye pintura, pero también maderitas, mallas de acero, tiras de cartulina, palabras impresas y algunos objetos de desecho. No sería fácil explicarles a niños tan chicos de qué se trata todo esto. Pero en cierto sentido, la frase del comienzo sobre la elección del gran maestro podría aplicarse a Ana Tiscornia (Montevideo, 1951), artista uruguaya que desde hace años vive en Nueva York. Es una muestra muy diferente, removedora, de notable sentido de la sobriedad, que deja huellas de una mirada desconcertante sobre el mundo, la historia, el pasado personal y social.

    Apenas uno llega al espacio, un entramado blanco se desliza por la pared que enfrenta a la escalera. Es justo decir “se desliza”, aunque parece una malla intrincada, una construcción enrevesada, armada a lo ancho del plano con tiras de cartón. “No tiene remedio”, dice una frase impresa en caracteres pequeños, repetida en cada una de las tiras. Es una instalación sobre el plano de la pared, pulcra, sin desvíos, cada cosa está en su lugar, una sobre otra y en dosis perfecta de equilibrio.

    Así es la muestra de Tiscornia que se extiende como una red por toda la exposición. Son pocas obras pero precisas, que convierten lo exacto en algo conmovedoramente desajustado. Un poco más allá, hay dos palabras en inglés cuyas letras salen de la pared, se hunden, pierden parte de su existencia en el revoque liso que parece una ciénaga. En una inclinación se lee “Power” (“Poder”), en otra “Less” (“Menos”). Entre las dos, la sombra de las letritas de madera paradas hacia el vacío de la sala y la resonancia de su vínculo: “Powerless” (“Impotente”). Otro juego, esta vez de palabras, pero también y como en toda la exposición, de espacio, y por lo tanto, de tiempo. Pero esto es el inicio, o el final de una serie de obras que trabajan sobre la idea de la “destrucción”, sobre cuestiones tan sólidas como el significado y la dureza del poder enquistado en una pared o un posible mapa de cartón, como una ciudad vista desde arriba, con sus vías entreveradas, solapadas, las vidas cruzándose entre ellas, con destinos sin nombre, con la única razón del sinsentido o sin remedio posible. Es una idea que permanece y se expresa en todo. Por algún lado se dice que Tiscornia estudió arquitectura o trabajó algún tiempo en el oficio.

    Es evidente ese vínculo y su manera de tratar los materiales, convertidos en materia del arte. La artista da un paso fundamental para que esto suceda. Lo que la arquitectura construye, el arte desarma para indagar por otros recovecos. Parece que estuviera obligada a descomponer la lógica de la construcción física, pero con elementos que vinculan a ciertas construcciones cotidianas: casas, interiores, lenguajes. Eso se traduce en un paseo por collages donde parece que un viento poderoso hubiera descompaginado una maqueta. Quedan rastros de papel, cartoncitos, formas, colores, tejidos de alambre, que en algunos casos simulan escaleritas o ángulos de planos o líneas de geometrías perfectas. Pero estos rastros son apenas eso, rastros de un pasado desarmado, de memoria, descompaginados, y reconstruidos a partir de una lógica imposible, donde puede habitar el sentimiento, la emoción, la seducción de una imagen fina, sobria y a la vez de extrema complejidad.

    Hay una pequeña instalación que parece salir de la pared o estar apoyada en nada, a punto de caer. Armada con maderitas parecen restos de una casa después de un huracán. Causalmente, ese mismo día, la televisión ofreció en el noticiero las chapas y restos de madera de una construcción quemada en un barrio marginal. La gente alrededor contemplaba lo que horas antes era una vivienda precaria, donde dormía una familia, se cobijaba, sostenía sus vínculos, mantenía en resguardo sus sentimientos. La imagen mostraba un ángulo de ventana, un resto de puerta, alguna viga, una chapa, todo amontonado, destruido pero en un orden de doloroso equilibrio. Así es la obra de Tiscornia, la geometría de un orden desajustado después de un incendio o un huracán. Ni más, ni menos.

    “El estado de las cosas”. Muestra de Ana Tiscornia en el Museo Gurvich (Ituzaingó 1377). Lunes a viernes de 10 a 18, sábados de 11 a 15 h. Hasta fines de junio.