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    La cotidianidad de las bestias

    El clan, de Pablo Trapero

    “Me gusta preguntarle a la gente si me tiene miedo. Por todas las boludeces que se dijeron de mí. Ando por la calle y los encaro. Muchos se cagan de risa. Señora, ¿sabe quién soy? Pibito, ¿sabe quién soy? Carnicero, ¿me tiene visto de algún lado? Amigo, ¿nunca vio una foto mía en los diarios? Señorita, ¿le han hablado de mí? Y cuando les digo quién soy, muchos se caen de culo. Otros ni me conocen. Pero todos ven algo: soy inofensivo. Un viejo choto de 82 años. Un señor mayor con el que se puede charlar, tomar un mate, ir de copas, escuchar un tango, salir a buscar pibas o jugar a las cartas”.

    Así hablaba Arquímedes Puccio ante Rodolfo Palacios. Y estas palabras eligió el escritor y periodista argentino para abrir su libro, El clan Puccio, que reconstruye parte de la vida de este siniestro contador, padre de familia, que se declaraba admirador de Hitler, Julio César, Perón y el Che Guevara, entre otros, líder de una banda que, entre julio de 1982 y agosto de 1985, en Argentina, secuestró y mató a empresarios que mantuvo cautivos en su propia casa, en el barrio de San Isidro. Puccio fue atrapado cuando iba a cobrar la recompensa de un “trabajo” y, hasta sus últimas horas, se declaró inocente. Estudió abogacía y se recibió en la cárcel. “Deberían ponerse de pie al oír mi nombre”, le dice a Palacios. “Manga de brutos desgraciados. Soy Arquímedes Rafael Puccio, les digo. Y muchos se caen de culo. Y yo me cago de risa. Me les cago de risa en la cara”. El libro de Palacios se escribió cuando los crímenes del Clan Puccio renacían en los medios y en la conciencia de los argentinos, con la realización de una miniserie y el anuncio del rodaje del filme de Pablo Trapero, uno de los realizadores de mayor peso del denominado “nuevo cine argentino”, responsable de Mundo grúa, su debut, y las elogiadas Leonera y Carancho.

    La película, octava en la filmografía del argentino, viene acompañada de una inmensa expectativa. Una de las razones de semejante manija: Guillermo Francella, que, como todos saben, interpreta al líder del clan. Puccio trabajó para la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) durante la dictadura y, gracias a sus contactos en las esferas militares, para realizar sus operaciones durante esos años logró moverse con cierta comodidad. Es curioso: parece que poner al actor de El secreto de sus ojos y Los bañeros más locos del mundo en un papel serio merece, desde ya, aplausos. Es cierto, Francella se luce. Su composición del criminal monstruosamente gélido y manipulador que al mismo tiempo es un padre responsable y atento que ayuda a su hija con los deberes de matemáticas y le da masajes a su esposa mientras ella sirve el pollo con arroz que la familia comerá en la mesa y el secuestrado engullirá encadenado en la bañera es, realmente, una depurada representación del psicópata cinematográfico. Bravo. Y ese plano secuencia está muy bien logrado, sintetiza la historia, la familia, la cotidianidad de las bestias. El metraje pasa, y al contemplarlo, también se produce la sensación de que Francella está un poco pasadito de histrionismo, que en alguna línea falta alguien que le avise o le ponga un freno. En la vida fuera de la pantalla, personajes ominosos, maquiavélicos y teatrales como Puccio —que en 2011 aseguraba que iba a vivir hasta los 120 años— acaban siendo casi caricaturas; pero el cine no es la vida real, y a veces hay que traicionar un poco la realidad para que en la ficción luzca verosímil. El filme, que se mueve vacilante, avanza con un ritmo contenido, muestra la rutina de la familia, su progreso en la vida de la clase media, sus métodos de secuestro —Puccio haciendo llamadas telefónicas, hablando con los familiares de los secuestrados—, y se traslada hacia islas de sordidez y escenas donde, de repente, todo se sale de control —“Cálmese, Naum”, dice Puccio, y suena un balazo—. En este marco, la gran revelación, la gran actuación es la de Peter Lanzani, que encarna a Alejandro, uno de los hijos de Arquímedes. Es el que la tiene más difícil, porque está todo el tiempo enfrentando a Francella, que nunca deja de ser Francella-haciendo-de-Puccio. El abominable tópico del victimario que también es víctima está delineado en las expresiones gestuales de Alejandro. Y aquello de que el asesino carga con dos almas, la suya y la del muerto, también: Lanzani actúa con todo el cuerpo. Atrás, los papeles de la esposa y las hijas y la novia de Alejandro son cartulina pura. Trapero parece recordar bastante tarde que esos personajes tienen aliento, cerebro y emociones.

    Uno de los sellos del realizador, el uso de la elipsis, reaparece en El clan, quizás con menos efectividad, buscando sugerir tanto y tanto que acaba restando información, tal vez porque da por sentado que los espectadores saben bastante bien quién fue Arquímedes. La actitud contrasta violentamente cuando los diálogos de algunos personajes dicen lo que la cámara no mostró. Y tuvo, varias veces, la oportunidad de hacerlo.

    El clan. Argentina-España, 2015. Guion y dirección: Pablo Trapero. Con Guillermo Francella, Peter Lanzani, Lili Popovich, Gastón Cocchiarale. Duración: 110 minutos.