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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEsta semana se cumplen los 120 días de aquella noche donde el presidente Lacalle Pou nos comunicó la aparición de los primeros cuatro casos de personas infectadas por el coronavirus. Una semana después se producía el primer fallecimiento. Todo esto parece lejano en el tiempo y, sin embargo, no hace tanto. El gobierno tomó el toro por las guampas y desarrolló un sinfín de medidas sociales y económicas intentando paliar la situación. Pero más allá de las acciones de las autoridades, ya fueran impulsadas por el presidente o sus ministros, estaban las nuestras. El mayor porcentaje de acción lo teníamos que hacer nosotros. Sabemos que somos un pueblo solidario cuando las papas queman, existen muchos ejemplos que certifican nuestra forma de juntarnos y remar entre todos. La cuarentena voluntaria fue acatada por un altísimo porcentaje de ciudadanos, las ollas populares surgieron en forma espontánea en cientos de esquinas, clubes o cualquier local donde pudieran desarrollarse actuando y colaborando todos, sin distinción social, económica o ideológica. Muy pocas actividades quedaron en marcha, supermercados y farmacias, todo el sistema de salud y además supimos descubrir un actor que estaba casi en el anonimato: los científicos y su ciencia. Nos enseñaron a manejar la situación tanto a nosotros como a las autoridades. El gobierno que se había preparado para aplicar su programa electoral antes que nada debió recurrir a un grupo de científicos reconocidos mundialmente para “aplanar la curva de contagios” y evitar un shock en el sistema de salud. Cosas como hisopados y protocolos pasaron a ser parte de nuestro lenguaje cotidiano y de a poco fuimos avanzando.
Pero nada hubiera sido posible si la ciudadanía no actuaba con responsabilidad, nos cuidamos nosotros para cuidar a todos. Hubo luces amarillas con la aparición de focos en residenciales, Hospital Vilardebó, Rivera y Treinta y Tres. Estos son los ejemplos más claros que muestran que la culpa es nuestra, para bien o para mal. La del bien fue cuando decidimos quedarnos en casa, tomamos medidas sanitarias, tapabocas y distanciamiento social. Las del mal, cuando nos relajamos, cruzamos la frontera sin control e incluso personal de la salud compartió su mate con colegas.
Como si la pandemia se tratara de una represa, hemos comenzado a abrir las compuertas en forma pausada. La construcción tomó la delantera, el retorno controlado a clases, la actividad comercial y muy pronto el turismo interno. Todo queda en nuestras manos y nos estamos relajando otra vez. Vemos mucha gente sin tapabocas en la calle y en los ómnibus, aglomeración de personas en espacios públicos y hago una mención especial en los shoppings y locales de comidas. Para todos los casos existe un protocolo, pero si no se cumple es como si no existiera. En los centros comerciales hay un aforo que determina la cantidad de gente que puede ingresar al mismo tiempo a un local. Es de una persona cada cinco metros cuadrados. No se cumple y la culpa es nuestra. Da la impresión de que al calcular el aforo no se tuvo en cuenta los percheros, estanterías y mostradores que ocupan muchos metros. Si uno mira el aforo y cubre los espacios libres de circulación con esa cantidad de gente, da como resultado una aglomeración. Tampoco sabemos si en el aforo se consideraron los empleados. Hay locales de comidas mal armados desde el vamos, las mesas no están a la distancia que se requiere, han quedado en el mismo lugar que estaban en febrero y la culpa es nuestra, tanto por no denunciar como por asistir. Personalmente he alertado a encargados de locales, pero la respuesta fue “mala cara”, como si yo fuera portador de mala onda.
Y qué decir de “las fiestas”, reuniones de más de 300 personas que solo piensan en plata unos y diversión otros. Un solo caso positivo que se diera en esas aglomeraciones llevaría a cerca de 5.000 personas a hisopar (familiares y contactos) y más vale no pensar en test positivos. La culpa es nuestra, de ellos que organizan y asisten y nuestra que solo nos sorprendemos y no condenamos con energía, la misma que usamos con Carmela.
Cuando nos sentamos a ver los tediosos informativos de tres horas de duración y nos dan el informe diario del Covid-19 si salta un foco nos asustamos, quedamos paralizados y hacemos miles de promesas si logran aplacarlo. Hasta ahora la acción de controlar la virulencia ha dado resultado, pero si no ocurre le echamos la culpa a las autoridades. Cuando se habla tan bien de nuestro país por el mundo, nos hinchamos de orgullo y está bien. Solo nosotros seremos dueños de nuestro destino.
De nada sirven las medidas del gobierno y tampoco las del personal sanitario y menos aún la de los científicos si nosotros no cumplimos con lo nuestro. Y sepamos que nos estamos relajando otra vez, no hay equipo que funcione si no está unido y existen muchos que parecen creer que todo ya pasó. Estamos tan al borde del triunfo como del fracaso, un buen paso nos dará el triunfo, un mal paso nos llevará a un brote incalculable en sus resultados nefastos. Si me gusta el egoísmo y solo pienso en mí y me cuido, en forma automática cuido a los demás. Pocas veces tenemos la posibilidad de ser egoístas o solidarios con el mismo resultado, vos elegís cuál de los dos caminos querés transitar: cuidate que me cuidás o cuidémosnos entre todos. La culpa será nuestra.
Sergio Barrenechea Grimaldi
Egresado de la Escuela de Periodismo de Búsqueda
(primera generación, 2017)