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Ad hominem o ad personam. Con las expresiones del epígrafe, aludían los romanos en su sabiduría a aquellas manifestaciones consistentes en formalizar un ataque personal contra el interlocutor, con la intención no sólo de desprestigiarlo sino de distraer la atención del tema en debate, sin aportar argumentos sólidos sobre el mismo. Se trata de un tipo de falacia o sofisma.
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Es lo que acaece con quienes se empatotan —sit venia verbo— para soslayar el análisis de la preceptiva constitucional en punto a las condiciones requeridas en lo que hace a ciudadanía para el desempeño de ciertos cargos públicos, donde no es la exégesis de los textos lo que priva, sino la pretendida descalificación de los adversarios en mérito a condiciones personales que, en puridad, no hacen al tema en debate.
Y, si no fueran bastante los latines, basta ocurrir a don Tomás de Iriarte: