—Nosotros fuimos muy tocados por la crisis sanitaria. Cuando ninguna autoridad de la enseñanza —ni siquiera dentro de la propia universidad— se planteaba cerrar los cursos, fuimos los primeros en hacerlo. Entonces, le dije al rector: “Somos la Facultad de Medicina, estamos en contacto permanente con pacientes y yo no puedo arriesgar ni a mis estudiantes ni a mis posgrados”. Él estuvo de acuerdo, el resto de la universidad se plegó, y después toda la enseñanza.
Uno nunca sabe el impacto de verdad de estas crisis, pero es destacable que no hayamos tenido un solo brote de Covid-19 demostrable entre miles de estudiantes, porque tomamos estrictas medidas sanitarias. En Medicina tenemos una diferencia con el resto de las carreras de salud, porque los alumnos de otras áreas actúan sin responsabilidad asistencial. La gran diferencia es que Medicina tiene esa función asistencial y docente. Entonces, en la medida que recibimos pacientes y los tratamos, esa parte de Medicina no cerró nunca y el compromiso docente se mantuvo con mucha fuerza, como el de los funcionarios del Hospital de Clínicas, que trabajaron en situaciones de riesgo, y eso determinó enfermedades y muertes... Algún día habrá que hacer el recuento de esa gente tan vocacional que impresiona.
Pero además, en esta facultad no solo se forman médicos, también se forman los tecnólogos y las parteras del país. Hoy ingresan más de 2.500 estudiantes en las carreras de Medicina y otros tantos a la Escuela Universitaria de Tecnología Médica. En total, entraron más de 5.000. Y esa masa estudiantil no se quedó sin hacer nada durante este tiempo, porque transferimos muy rápido casi todo lo teórico a las plataformas virtuales, por lo que las pérdidas se minimizaron muchísimo por el aporte tecnológico y docente que permitió mantener la exigencia estudiantil hasta hoy.
—Sin embargo, usted dijo a El Observador que los estudiantes continuarán sus cursos durante el receso debido a la pérdida de horas clínicas. ¿De qué magnitud es el atraso y qué otras estrategias dispuso la facultad?
—Depende de los niveles. Entre los sectores más comprometidos está la parte clínica de la Medicina y el otro es el de la Pediatría. En cualquier actividad clínica hay una parte práctica que se hace con los pacientes y clases clínicas. Estas últimas se dieron todas. Lo que no hubo fueron suficientes prácticas de forma regular. Ahora nuestra idea es, si todo sigue como está, continuar trabajando en diciembre, enero y febrero, para que a marzo de 2022 hayamos podido dejar todos los cursos de la carrera de Medicina al día, como si no hubiera pasado nada, sin pérdidas.
—¿Incluye a toda la parte de medicina clínica que trabaja con pacientes?
—Sí. Hay un sector clínico que está lo suficientemente atrasado como para que aún trabajando todo 2021 y hasta febrero del 2022, sin ningún tipo de interrupción, será complicado cumplir con el programa y con los exámenes. Pero nuestro primer desafío es llegar a marzo con la situación regularizada. Y el otro es no bajar la calidad.
—¿Cómo se hace para que los estudiantes aprendan en plazos reducidos sin bajar la exigencia?
—Tratamos de no perder contenidos y dar clases a todo trapo. Esto significa que se han multiplicado los cursos, que se está trabajando en cuatro turnos y, como la parte teórica se dio bastante bien, los tiempos disponibles los dedicamos mayormente a la práctica. Todo esto se está haciendo en los diferentes niveles desde hace más de un mes y en colaboración estrecha con ASSE para llevar a los estudiantes a los centros sin alterar el proceso asistencial y sin exponerse innecesariamente a ningún riesgo.
—Desde el gremio estudiantil de la facultad apuntaron que si bien entienden que la facultad no puede entrometerse en asuntos de ASSE y el Ministerio de Salud, Medicina debió acordar con ellos para retomar lo antes posible. ¿Qué responde a eso?
—Con ASSE trabajamos en un sistema mixto, y así como le decía a mi amigo Marcos (Carámbula, expresidente de ASSE), le digo ahora a (Leonardo) Cipriani y a (Eduardo) Henderson (actuales autoridades): “Somos socios, nos guste o no”. Si la Facultad de Medicina tiene un problema, también impactará en ASSE, y viceversa. Hemos hecho lo que hemos podido con esos y otros actores públicos. También tuvimos discrepancias fuertes con ASSE por algún hospital o servicio cuando teníamos las seguridades mínimas acordadas desde nuestro punto de vista. Obviamente los estudiantes quieren avanzar y han sido un fuerte impulso para las decisiones. Pero no podíamos arriesgarlos ni un poquitito. Y si uno mira fuera de Uruguay, acá hubo más matrimonios que divorcios entre las autoridades sanitarias: buscamos acordar y lo logramos, pese a algunos encontronazos.
—Hace un año surgieron en redes sociales iniciativas por las que cientos de mujeres divulgaron relatos de situaciones de abuso sexual, acoso y violencia de género en diferentes ámbitos, entre ellos en su facultad, pero el tema se apagó. ¿En qué quedaron esas denuncias?
—Hay datos que no le puedo dar por obvias razones... Pero lo que hizo la facultad fue crear inmediatamente una comisión bajo toda la reglamentación vigente a nivel mundial. Las denuncias que llegan se trabajan con absoluta reserva y garantías para todas las partes. Tan absoluta es la reserva que a mí tampoco me dicen mucho y eso me parece bárbaro. Cuando hay pruebas suficientes se dirigen a nivel central, donde hay otra comisión que centraliza todos los casos.
—Presentar una denuncia por acoso es complejo, más si sobrepasan la capacidad de respuesta institucional. ¿Existen realmente mecanismos eficaces, o todo se licúa en ámbitos burocráticos?
—Esa comisión que le decía tiene amplísima libertad de trabajo y lo que investiga tiene impacto. Frente a una denuncia concreta la facultad toma acciones inmediatas. El caso es que no siempre se demuestran, porque, como usted dice, es complejo y muchas veces no se constituyen delitos. Pero que los hay, los hay; se están investigando y vamos a llegar hasta el final, porque lo que se denuncia no es admisible y en Facultad de Medicina... de ninguna manera. Hay denuncias que se están trabajando en este mismo momento, algunas hacia docentes… ¿Cuántos? Sinceramente no lo sé. Y creo que no corresponde que lo sepa, porque esto debe procesarse en ese ámbito.
—Más allá de centralizar las denuncias en esta comisión, ¿no hubo consecuencias de ningún tipo sobre los casos relatados?
—Pasa que mucho de lo que se presenta verbalmente como denuncia, luego, cuando se analiza el hecho, si bien pudo haber existido un desvío de poder y eso ya es grave, no tiene la connotación que muchas veces le da la persona que se dice ofendida o víctima. La institución no puede investigar a partir de denuncias que no se hacen por los canales formales. Por eso también se guarda la reserva, sobre todo para la presunta víctima, por lo delicado del tema. Y una vez que está eso asegurado empiezan los derechos del eventual acusado, y todo eso se trata de salvaguardar. ¿Cómo? Con la generación de estas comisiones que trabajan con total discreción los casos y, francamente, yo intento saber lo menos posible.

—El boom de las denuncias de abuso y acoso en Medicina se originó a partir de un caso presentada en el programa Santo y seña de Canal 4, que involucró a Álvaro Villar, entonces candidato a la Intendencia de Montevideo y hoy director del Clínicas....
—Claro, y en aquel momento, sinceramente, aquello tenía mucho que ver con lo político... Por eso las cosas hay que denunciarlas donde corresponde, largar una cosa de esas en un canal de televisión... Es verdad que probarlas es complicado aunque sean ciertas, pero también que al investigar uno se da cuenta de que buena parte de los casos pasan más por una situación de relación interhumana que otra cosa. Ojo, las que son, son; tampoco cierro los ojos y digo que no existen. Lo que digo es que hay que darle todas las garantías jurídicas.
—A la distancia, ¿qué significó para usted esta exposición de casos que solían pasar “bajo la superficie”, sin publicidad?
—Creo que fue un cambio cultural... y que movió la aguja, más allá de la concepción conceptual y teórica que se tenga sobre el tema. Esta es una facultad donde hay una clarísima preeminencia de las mujeres. ¡Clarísima! ¡Cómo no debería darse un cambio cultural! Y esto forma parte de ese cambio cultural.
—De hecho, seis de cada 10 médicos son mujeres. ¿Por qué esa proporción no se traslada a los puestos más altos de la facultad ni de la mayoría de los centros de salud donde los grados 4 y 5 y los jefes siguen siendo hombres por goleada, y en las especialidades anestésico-quirúrgicas no hay una sola grado 5?
—Sí hubo. Pero, es verdad, ya no hay. Y si usted mira los retratos de los decanos que hay aquí solo verá a una mujer, Ana María Ferrari (2002-2006), y ya está. Por supuesto que esto es multicausal, porque nadie les pone una zancadilla, pero creo que también la mujer cumple una multiplicidad de roles que la sociedad le asigna que a veces dificulta las cosas. En todo caso, es una realidad a cambiar. ¿Cómo? No creo que sea imponiendo un 50% de mujeres en altos cargos, porque eso no conduce a la calidad. Se irá dando un proceso gradual. Una carrera docente lleva 30 años y hablamos de un fenómeno que, si bien no es nuevito, es bastante reciente y se revertirá, sobre todo cuando, como en Medicina, la población femenina es tan mayor a la masculina.