Nº 2248 - 25 al 31 de Octubre de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUna vez más, la política argentina fue sorpresiva, porque una vez más la mayoría de las encuestas no anticiparon el resultado final de las elecciones presidenciales del último domingo. Politólogos y analistas ya intercambiábamos explicaciones razonables y verosímiles para cualquier resultado. Sin embargo, ahora toda la Argentina está bajo el shock del inesperado triunfo del ministro de Economía, Sergio Massa, que impone tres desafíos: entender qué pasó, descifrar qué está pasando y vislumbrar qué pasará.
¿Qué pasó en las elecciones? Contra todo pronóstico y sentido común, un oficialismo pésimo, con bajísima reputación, con decepciones e ineficacias de todo tipo (incluida una inflación y una pobreza insoportables) ganó una elección presidencial. Esperablemente, Massa había salido tercero en las elecciones primarias de agosto, pero luego salió primero en las generales de octubre. El peronismo gobernante, que venía perdiendo votos, gobernaciones de provincias e intendencias de municipios, recuperó su vigor, sumó cerca de tres millones de votos respecto de las primarias (creció un 45%), triunfó con holgura en la crucial Provincia de Buenos Aires, y de la noche a la mañana se ha convertido en el favorito a seguir gobernando el país a partir del 10 de diciembre, fecha en que asumen los nuevos presidentes.
La primera reacción de varios protagonistas y comentaristas de la política argentina fue asumir que a un país mayoritariamente populista no le importa la inflación, ni la pobreza (el Washington Post escribió incluso que los argentinos prefieren la pobreza), ni la inseguridad, ni la corrupción (recordemos que en las últimas semanas estalló el probablemente más impactante caso de corrupción de la democracia argentina contemporánea, que involucra a un hombre fuerte del peronismo bonaerense). No comparto esa opinión. Cada ciudadano tiene un solo voto para expresarse sobre una infinidad de temas públicos, que mezcla y sopesa de acuerdo a un número de consideraciones y experiencias, y tiene que elegir un partido (por supuesto, puede combinar su voto, “cortar boleta”, pero se sabe que es una práctica poco habitual en el mundo). Por lo tanto, muy probablemente ha habido factores que inclinaron a muchos votantes por Massa, más allá del animal mitológico peronista al que se refirió el expresidente José Mujica, y dieron un resultado favorable al oficialismo. ¿Cuáles fueron esos factores? Todavía es demasiado temprano para saberlo con certeza, pero circulan cinco hipótesis fuertes y compatibles. Primero, una aritmética elemental: un peronismo unido tiene una gran ventaja si la oposición está dividida. Segundo, el “aparato” partidario del peronismo se despertó luego del susto de las primarias y movilizó a un electorado que no había ido a votar en agosto. En las elecciones generales se sumaron más de dos millones de votantes (un 7% del padrón), la mitad de ellos en la Provincia de Buenos Aires. Tercero, Massa hizo una muy buena campaña, con un mensaje claro, que a último momento incorporó un muy eficaz miedo a los ajustes que harían sus contrincantes, que sinceraban que la economía argentina necesita corregir los desequilibrios que hacen aumentar la inflación: miedo a los ajustes, y miedo a Milei. Cuarto, los fatales errores de los contrincantes de Massa. Juntos por el Cambio tuvo una mala conducción después del triunfo de 2021, se desangró precozmente en una interna agresiva y desgastante, y quedó golpeado por el flojo rendimiento en las PASO. Para colmo, en las generales de octubre agregó una campaña mal diseñada, con el mensaje equivocado, candidatos poco atractivos, y los muy nocivos coqueteos, primero de la propia candidata Patricia Bullrich y luego del expresidente Macri, para con Milei. La suma de los errores les ocasionó una resta de 20 puntos en dos años. Por su parte, La Libertad Avanza confió en que la intransigencia de su rocambolesco candidato sería suficiente para seguir ocupando el primer lugar frente a un electorado decepcionado por los fracasos de las dos coaliciones predominantes. Y quinto, el “plan platita”, es decir, una serie de medidas y beneficios fiscales (la devolución del IVA y la eliminación del Impuesto a las Ganancias para amplios sectores de la población) y aumentos y bonos varios, y una descomunal distribución de dinero para la compra de votos en los sectores populares. Todo ello financiado con emisión monetaria destinada a tales fines. A pesar de sus consecuencias inflacionarias y de las expectativas que esa distribución generará en el futuro inmediato, el efecto electoral fue claro: a un electorado que, originalmente peronista, se iba con Milei porque “ya no se puede estar peor”, Massa les dio una cantidad de beneficios concretos, en medio de una crisis económica pocas veces vista, que sí se podrían perder si Massa no ganaba. Todo ello, dicho sea de paso, sin ninguna intervención de Cristina Kirchner.
Por otro lado, ¿qué está pasando? Un resultado electoral se da en el marco de procesos de más largo plazo que transcurren ya sea en la superficie o subterráneamente. Primero, la erosión de la representatividad de los políticos, y la desconfianza en su honestidad, siguen horadando a la democracia. Por lo tanto, el peronismo no debería apurarse a festejar, porque a pesar del repunte, obtuvo el peor resultado electoral de su historia para una elección presidencial (y el segundo peor si se incluyen las legislativas desde 1983). El temerario, ambiguo y confuso anuncio de Patricia Bullrich y Luis Petri de apoyar a Milei, a solo tres días de la elección, no ayudará a mejorar la imagen de los políticos, Milei incluido. Segundo, estamos ante una muy probable reconfiguración de la competencia electoral argentina de los últimos veinte años. La aparición de un nuevo actor en el primer plano nacional siempre genera reacomodamientos, porque los políticos son muy sensibles a los resultados electorales, que en definitiva son la condensación de la voluntad popular. Y tercero, estamos frente a una crisis profunda de las dos figuras que lideraron el proceso político de los últimos 20 años en el país: Mauricio Macri y Cristina Kirchner. En estos últimos dos años, y particularmente en esta campaña, sus gravitaciones internas en sus espacios fueron casi exclusivamente destinadas a hacer daño, y muy poco a ayudar. En estas horas veloces y frenéticas, Macri ha promovido y finalmente concretado un apoyo a Milei que no parece estar teniendo aceptación. Eso lleva a algunas preguntas: ¿podrá el PRO sobrevivir al ocaso o al abandono de su líder?, ¿será finalmente Massa, como todo parece indicar hoy, el nuevo conductor del peronismo?, ¿tendrá que disputar ese trono con el reelecto gobernador Axel Kicillof? Incógnitas cuyas respuestas serán claves para el futuro político del país.
¿Qué pasará de ahora en adelante? En lo inmediato, se trata de vislumbrar qué tipo de disputa se dará en la segunda vuelta entre Massa y Milei el 19 de noviembre. No será solo una definición del nombre del presidente, sino una (al menos hasta este momento) discusión de qué tipo de organización social se pretende. Seguramente los votantes sopesarán o privilegiarán diferentes clivajes para definir su voto (sistema vs. antisistema, peronismo vs. no peronismo, kirchnerismo vs. antikirchnerismo, democracia vs. autoritarismo, integración nacional vs. individualismo, estatismo vs. neoliberalismo, woke vs. antiwoke, miedo vs. hartazgo, cordura vs. locura, casta vs. anticasta, protección social vs. desarrollo de las propias potencialidades, pesos vs. dólares, continuidad vs. cambio, malo conocido vs. bueno por conocer, etc.), pero el resultado no será socialmente inocuo. Massa y Milei representan modelos de sociedad distintos.
En términos políticos, aunque ninguno de los dos tendrá mayoría propia en las cámaras del Congreso y se verán obligados a conseguir apoyos adicionales, la diferencia en ese proceso dependerá no solo de la personalidad de cada uno sino del electorado al que tendrán que responder: uno exigirá reformas profundas e inmediatas que trastoquen cualitativamente el orden existente, y otro un resguardo frente a los retrocesos recientes. Cualquiera sea el próximo presidente, correrá una carrera contra el tiempo para bajar la inflación, porque si no ofrece resultados relativamente rápidos se verá afectada su gobernabilidad. Probablemente sea ese el motivo por el cual ambos candidatos están haciendo llamamientos desesperados para ampliar sus bases de apoyo político. Un plan de estabilización que funcione requerirá acuerdos que puedan suplir la ausencia de luna de miel y, en el caso de Massa, la probable falta de un nuevo apoyo por parte del FMI. Milei ya se mostró partidario de que la economía estalle, por lo que un plan más ortodoxo difícilmente tenga acuerdo parlamentario (habrá que ver cuántos legisladores del PRO le lleva Patricia Bullrich) y recurra a los decretos o a las consultas. Es decir, reformas más profundas pero menos viables.
En cualquier caso, el sistema necesita a Juntos por el Cambio como un ancla de estabilización política, que al gobernar casi la mitad de las provincias argentinas y ser la segunda minoría legislativa podría jugar un papel moderador y al mismo tiempo evitar una nueva fragmentación política como la que se inauguró en 2001. En estas horas eso está pendiendo de un hilo, pero la responsabilidad por el futuro mediato debiera primar sobre los sentimientos o las preferencias coyunturales. El apoyo de Macri y Bullrich es una apuesta de dudoso destino. Si Milei gana, ya he señalado la dificultad de satisfacer a un electorado ávido de cambios con pocos recursos políticos. Macri debe prever que rodeando a Milei podría controlarlo y moderarlo, o incluso gobernar en las sombras. Tengo mis dudas de que eso pueda ser posible. Si Milei pierde, habrá que ver hasta qué punto tiene la capacidad de lograr mantener unida una oposición que casi no tiene lazos en común, ni identitarios, ni ideológicos, ni organizativos. Su dinámica efervescente puede hacerlo crecer de golpe hasta la cima, o bien desvanecerse cuando baja la espuma. Gran parte de la plana mayor de Juntos por el Cambio no está acompañando el salto de Macri y Bullrich hacia el terreno de Milei, por lo que no está firmado el certificado de defunción de la coalición, como se esperaba. Siguen los momentos febriles, muy al estilo argentino.
Martín D'Alessandro es politólogo, profesor de Ciencia Política en Universidad de Buenos Aires