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Esta coproducción venezolano-argentino-uruguaya reconstruye el atentado perpetrado en Buenos Aires contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) el 18 de julio de 1994, aún sin resolver. En el año del centenario de esa mutualista judía, fundada en 1894, una camioneta Renault cargada de explosivos se estrelló contra la fachada del edificio, que colapsó sepultando a 85 personas y dejando un tendal de más de 300 heridos. Es pertinente consignar el dato porque Esclavo de Dios no muestra detalles del siniestro aunque incluye algunas imágenes documentales muy imperfectas. Tal vez una producción con mayor presupuesto hubiera podido acudir a técnicas digitales para sacudir a la platea con ese instante de horror, pero a los realizadores no les interesaba el hecho en sí sino el análisis de los momentos previos, sus antecedentes y consecuencias, como corresponde a una reconstrucción ficcionalizada de situaciones muy reales del mundo de hoy.
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Al comienzo, Ahmed, un niño musulmán, ve como su padre es asesinado a sangre fría por los que cree son los verdugos de su pueblo, porque ha nacido y se ha educado en el odio hacia los judíos, para él los enemigos irreconciliables del Islam. El niño crece (Mohammed Alkhaldi) en el fundamentalismo y es reclutado y preparado para cuando se le llame a cumplir su santa misión. Se instala en Caracas, se recibe de médico, se casa y forma una familia haciéndose pasar por cristiano. Pero le llega la hora y se le ordena trasladarse a Buenos Aires en el mes de julio de 1994. La despedida de su mujer y de un pequeño hijo que adora es doblemente dolorosa: sabe que nunca los volverá a ver.
En Buenos Aires, agentes del Mosad (instituto israelita de Inteligencia y Operaciones Especiales) están previendo un ataque. David Goldberg (Vando Villamil) presiente que es inminente y está obsesionado con el tema. Su jefe (Augusto Mazzarelli) cree que se está extralimitando y le otorga licencia, pero David es de esos sabuesos que nunca duermen y siempre están alertas para lo que sea. No puede evitar el atentado contra la AMIA, pero piensa también que no va a ser el único. Mientras mueve algunas piezas desobedeciendo órdenes (y sus métodos no son nada limpios), Ahmed se prepara para concretar un segundo golpe contra una sinagoga repleta de gente. Como en la recordada “El día del Chacal” (Fred Zinnemann, 1972), las dos fuerzas luchan para adelantarse una a la otra. El veterano agente del Mosad y el terrorista que va a inmolarse en nombre de Alá tal vez tengan una cita a la cual ninguno de los dos ha sido invitado.
El director de este thriller político es el joven Joel Novoa Schneider (26), cuyos lazos con Uruguay son bastante próximos: es hijo de José Ramón Novoa, uruguayo radicado hace años en Venezuela donde pudo concretar una carrera de realizador cinematográfico con temas por lo general de raíz sociopolítica (“Sicario”, 1994; “Garimpeiros”, 2000; “El Don”, 2006), antes de “Un lugar lejano” (2009) que tenía otras ambiciones temáticas. Acá oficia de productor y es natural que su hijo, cuya madre Elia Schneider (también productora) es judía, haya encontrado en Esclavo de Dios un tema que es afín a sus inquietudes. El libreto es de Fernando Butazzoni y trata de mostrar objetivamente cómo dos fuerzas en eterna lucha pueden estar movidas por un sentimiento de odio irreconciliable que solo puede terminar con la aniquilación del enemigo. No hay solución para tal conflicto. En ese contexto no puede haberla.
Salvando las distancias, hay una relación con “Munich” de Steven Spielberg (2005), pero el filme de Novoa se ve que pega donde duele, porque ha tenido problemas en Venezuela (donde le agregaron arbitrariamente un corto previo de propaganda pro árabe) y ninguno de los dos bandos en pugna ha quedado muy conforme con el retrato que se hace de ellos. Los agentes del Mosad no tienen empacho en cometer algún asesinato, sobornan a policías corruptos (César Troncoso) y actúan dentro de países extranjeros salteándose la ley y violando normas elementales de justicia. En plan de extremistas, la película no se inclina a favor de ninguna de las facciones, dejando en cambio un mensaje de advertencia que puede entenderse como pacifista: la violencia solo engendra violencia, por eso aquel niño del comienzo que la presencia y la sufre tendrá luego un espejo en otro niño que se insinúa va a seguir el mismo camino, porque esa espiral no tiene fin. Seguirá cometiendo atrocidades en nombre de Dios.
“Esclavo de Dios”. Venezuela-Argentina-Uruguay, 2013. Dirigida por Joel Novoa Schneider. Escrita por Fernando Butazzoni. Con Vando Villamil, Mohammed Alkhaldi, César Troncoso, Rogelio Gracia, Augusto Mazzarelli, Daniela Alvarado. Duración: 90 minutos.