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Cuando uno busca en Wikipedia, aparece que “Paros es una isla griega del archipiélago de las Cícladas, en aguas del mar Egeo, al sur de la isla de Delos y al oeste de la de Naxos, de la que está separada por un canal. Es la tercera isla mayor del archipiélago, con 207 km² de extensión y 118 km de playas. Es una isla sin apenas vegetación, montañosa y con grandes extensiones llanas aptas para el cultivo. Posee dos grandes golfos naturales, el de Nausa y el de Parikia. El municipio tiene una población de 15.278 habitantes, conocidos por el gentilicio de parios”.
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No obstante, hay abundante nueva información sobre estas lejanas tierras que se ve que aún no ha sido incorporada a la sagrada publicación que de tantas dudas nos saca.
Por ejemplo, no se menciona al gobernador de la isla de Paros, Mangas Lacallepoukis, que viene librando una dura batalla para consolidar la felicidad y el desarrollo de su tierra a pesar de los obstáculos que ponen en su camino los opositores a su gobierno.
Estos residen en las zonas montañosas de Frentamplisia y son comandados por un astuto sindicalista devenido en político, Fernas Pereikakas, que posee un aliado operativo de acción directa, un extraño movimiento denominado Piksenetetis.
A través de esta organización, en los últimos tiempos la isla de Paros ha dado una nueva razón a su denominación, ya que un día sí y otro también los esbirros del Piksenetetis detienen sus actividades laborales, trancando el normal funcionamiento de servicios esenciales para el normal desarrollo de la vida cotidiana.
El Piksenetetis estudia bien las situaciones sensibles y, allí donde más le duele al sistema, allí paran y trancan. Lo hacen a través de las diferentes filiales que nuclean a los trabajadores (a buena parte de ellos, aunque no a todos) pero se las ingenian asimismo para que los que quieren ir igual a trabajar no puedan hacerlo, violentando así el sistema jurídico y el Estado de derecho vigente en la isla.
Por ejemplo, la isla tiene una refinería estatal de petróleo denominada Ancapis. Los funcionarios de la empresa, agrupados en su sindicato Fancapis, han bloqueado estos días la refinación de combustibles, alterando de modo tan duro como injusto los desplazamientos de todos los vehículos que funcionan a gasolina. Los isleños han vuelto a recurrir al burro como medio de transporte —como en los tiempos de Pericles— y en el lomo de los tan nobles como lentos animales se desplazan de un lado a otro de la isla, con las consiguientes complicaciones prácticas.
Como si esto fuera poco, los transportistas han aprovechado el inestable clima propicio para bloquear la vida cotidiana de la isla y a través de su sindicato, denominado Unottis, han decretado varios paros, que no hacen sino complicarle aún más la vida a los parios (que algunos intelectuales de la oposición llaman con cada vez más frecuencia los “parias”, en vez de parios).
Otra de las actividades sensibles de la isla es naturalmente la del funcionamiento del puerto, al cual llegan y salen constantemente navíos que traen productos de consumo interno y transportan al extranjero las exportaciones de la producción isleña. Pues bien. Los empleados de una de las empresas más importantes que funcionan en el puerto, la Montekonis, han detenido sus actividades aludiendo que no se respetan unos acuerdos para reemplear en otra empresa portuaria, la Katunaties, a los que quedan cesantes a causa de una redistribución de actividades. Como consecuencia, los barcos ni se arriman al puerto de Paros porque esta trancadera laboral les impide operar con normalidad. Millones de euros se pierden diariamente por esta inexplicable detención de unas actividades tan necesarias para la economía local.
Como si fuera poco, los docentes de Paros no hacen sino poner palos en la rueda de la educación de los pequeños y jóvenes isleños. A través de una de las fuerzas sindicales operativas del Piksenetetis, la Fenapedis, comandada por el aguerrido dirigente Joses Oliverakis, insiste en defender las irregularidades cometidas por sus afiliados, que faltan a dar sus clases aludiendo a supuestas facilidades y licencias sindicales y amenazan un día sí y el otro mucho más con detener sus actividades y ocupar los centros de enseñanza, perjudicando a una labor tan noble como esencial, a la que bastardean sin vergüenza.
El gobernador Mangas Lacallepoukis banca la situación con extraordinaria paciencia y pone diariamente paños fríos en esta absurda conmoción que afecta la vida normal de la isla, pero no se sabe cuánto más va a tolerar sin aplicar algunas medidas disuasorias que la ley le otorgue para destrabar todos estos actos violentos que no hacen sino complicar la existencia pacífica de la otrora apacible isla del Egeo.
Muchos de sus colaboradores, que participan del acuerdo interpartidario que lo llevó a ganar las elecciones, le proponen al mandatario realizar, como en los viejos tiempos, unas ofrendas al dios Koalicionópulos (hijo de Zeus y de la diosa Kronopia Elektoraka), con el fin de destrabar la situación y volver a que la isla de Paros sea solamente de Paros, y no de Paros y de paros. Pero Mangas Lacallepoukis se resiste e insiste en mantener el diálogo abierto con los revoltosos, con la esperanza de que entren en razón.
Él ha encontrado en ello un sentido profundo, lo que lo llevó a conocer a Hestia, la diosa de la paciencia. Como dicen los relatos mitológicos, “ella no era hija de Zeus, como Atenea y Artemisa, sino de Cronos y Rea. Haber sido tragada por Cronos (el dios del tiempo) y pasar tanto tiempo en sus intestinos debe haberle forjado esa paciencia y ese gusto por la soledad. Ella conoce el sentido de ser sin hacer. Como si no tuviese una imagen, un ego, un otro que la mire. Ella no dice ‘yo también soy’, solo con ‘yo soy’ le basta. Hestia es la diosa que existe para ella y esa tendencia la hace regocijarse en la experiencia interna”.
Mangas Lacallepoukis, que Hestia, la diosa de la paciencia, te sea propicia.