• Cotizaciones
    jueves 10 de octubre de 2024

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    La madre, la hija y una casona elegante que quiere integrarse con el barrio

    De ellas dos: exhibición de la biblioteca de Ana Amalia Batlle y Matilde Pacheco en la Casa Quinta de José Batlle y Ordóñez en Piedras Blancas

    Hay que ubicarse a comienzos del siglo XX en el noreste de Montevideo, con sus extensos terrenos de quintas, con sus viñedos, sus cultivos y sus grandes casonas de estilo italiano y otras casas más modestas de trabajadores. En una época esa zona tuvo unos peñascos color blanco lechoso y de allí derivó su nombre: Piedras Blancas. Uno de esos predios de 36 hectáreas lo compró en 1904 José Batlle y Ordóñez para construir una casa que fue su residencia familiar a partir de 1911, y también el centro de su actividad política en su segunda Presidencia (1911-1915). Aún hoy, después de batallar con el tiempo, el abandono y el deterioro, la casa luce señorial y hermosa rodeada por un parque de árboles nativos y exóticos.

    El camino de varias cuadras desde José Belloni hasta la Casa Quinta de José Batlle y Ordóñez (Carlos Hounie 4381) va dando cuenta de la herencia familiar que quedó en el barrio, en el nombre de sus calles y de algunos centros educativos. El trayecto también da cuenta del deterioro económico y social de la zona. Hay un gran contraste entre la quinta y su parque y las casas de techo de lata que están allí, cruzando la calle.

    En la década del 30, después de la muerte de Matilde Batlle Pacheco (1926) y de Batlle (1929), se hizo un loteo del frente de la quinta, desde el portón de ingreso hasta lo que hoy es José Belloni. En la década del 60 la familia donó el terreno al Estado para hacer un museo y desde esa época pertenece al Museo Histórico Nacional, que tiene en total ocho casas bajo su custodia.

    “Es la más descentralizada por el lugar en que está, en el noreste de Montevideo, lo que tiene ventajas para trabajar la descentralización”, explicó a Búsqueda Javier Royer, coordinador de la quinta. “Hoy tenemos menos de una hectárea, de las 36 originales. Aquí vivía la familia y algunas personas del servicio doméstico, pero en el predio había otras casas más precarias de trabajadores de emprendimientos productivos, viñedos, plantaciones, árboles frutales”. En los alrededores había otras quintas, incluso Domingo Arena, correligionario y muy amigo de Batlle, vivía muy cerca, en la calle que lleva su nombre. La casa de Arena, donde hoy hay una UTU, la construyó el mismo arquitecto de la quinta de Batlle. Se llamaba Alfredo de los Campos, y además de arquitecto era militar.

    Desde el sábado 12, la Quinta de Batlle está nuevamente abierta al público, que puede visitar de martes a sábados entre las 11 y las 17 horas su interior, y el parque y jardín entre las 10 y las 18 horas. Además de un recorrido hacia la historia de una de las familias más emblemáticas del país, se puede visitar la muestra De ellas dos que exhibe la biblioteca de Matilde Pacheco y su hija Ana Amalia Batlle.

    Reapertura con nuevo museo

    La historia de la quinta desde la década del 60 hasta hoy ha sido tortuosa, con épocas de aperturas y cierres. “A fines de los 90 se iba a hacer un centro educativo, entonces se llevó toda la colección que estaba en la quinta hacia distintas sedes del Ministerio de Educación y Cultura (MEC), pero los herederos de la familia Batlle interpusieron un recurso y volvió todo a la quinta. En los 90 hubo una tugurización de la zona. Con fotos aéreas se ha ido estudiando el territorio y se ven los asentamientos pegados al muro que limita la casa quinta. Después vinieron los núcleos básicos evolutivos y algunas cooperativas que van generando nuevas localizaciones”, cuenta Royer.

    Durante varios años la casa estuvo cerrada y muy deteriorada, pero desde 2015 para acá se ha trabajado en la restauración y recuperación del edificio. Este año se impermeabilizó todo un sector de la azotea que ha permitido pintar y abrir salas. “El museo ha tenido una historia de reconocimiento en el barrio, pero no es tan conocido el adentro. La gente hace los mandados, lleva a sus hijos a la escuela y sienten que la quinta es del barrio, pero no han podido apropiarse del espacio. Ese proceso lo estamos estudiando”

    Desde hace un año Royer, que es licenciado en antropología social y tiene un máster en museología, dirige un equipo multidisciplinario destinado especialmente a la quinta con personal especializado en arte, historia, museología y trabajo comunitario. Su idea es crear un museo abierto al barrio y la comunidad. “Nos interesa trabajar en el territorio. Entre nuestras líneas de trabajo, una que nos interesa particularmente es la inclusión en el sentido amplio. Que el museo tenga una función social y accesible a distintos grupos y sectores. Incluso para los que no están acostumbrados y no tienen un interés particular en las visitas a museos. Generalmente ven al museo como algo lejano y elitista, en los términos de la museología más tradicional”.

    Royer habla de “sostenibilidad social”, un concepto que se viene trabajando hoy internacionalmente en los museos y que apuesta al vínculo con la comunidad, las instituciones educativas y la ciudadanía en general. El equipo no descarta que en algún momento la quinta pueda estar en la ruta de los sitios culturales de interés que ahora están en Ciudad Vieja, Centro, Cordón o los barrios de la costa montevideana. En ese sentido, están en contacto con el Museo Fernando García que pertenece al Municipio D. “Nosotros pertenecemos al Municipio F, pero estamos en el límite con el D. Tenemos muy buen vínculo de trabajo. El Museo Fernando García de la Intendencia de Montevideo (IM) que está en el arroyo Carrasco, justo en la zona opuesta a la nuestra, pero es un museo similar y ya nos juntamos para ver cómo trabajar y generar acciones que nos fortalezcan institucionalmente. A la población poco le interesa si es un museo del MEC o de la IM”.

    Desde el año pasado están trabajando con las escuelas y liceos del barrio, hacen talleres y quieren integrar las movidas jóvenes de la zona, como las que crecen en torno al hip hop. El predio de la quinta es ideal para desarrollar artes escénicas, incluso un lugar tentador para quienes quieran rodar un audiovisual.

    “Otra línea de trabajo que estamos pensando es recuperar la memoria del barrio, con entrevistas a vecinos de la zona para tener una especie de memorial oral y de cómo ha ido evolucionando el territorio. Algunos recuerdan cuando la quinta tenía hacia atrás un monte, o canchas de fútbol, que era un lugar recreativo para el barrio”. También el equipo está investigando sobre quiénes trabajaban en la casa y en los emprendimientos productivos. “Tratamos de recuperar varias, no solo la de Batlle y su familia”, dice Royer.

    El afuera

    La primera atracción de la quinta es su parque en una zona donde no son comunes los espacios verdes. El equipo del museo trabajó con el Jardín Botánico que identificó en la quinta 47 especies vegetales nativas y exóticas. Ahora esas especies están identificadas en la cartelería con su nombre y el origen. También, dentro de la recuperación edilicia, se quiere recuperar un invernadero que está en el parque para destinarlo a huertas orgánicas o plantas de ornamentación y generar proyectos en el barrio.

    En una casa remodelada que perteneció al predio de la quinta, funciona hoy un jardín de infantes de Primaria para niños de entre 3 y 5 años. Con esos niños el museo realizó actividades educativas y lúdicas. Pero el edificio de esa escuela tiene su propia historia.

    Cuando la familia Batlle se mudó a Piedras Blancas, Matilde tenía cinco hijos de un matrimonio anterior con Ruperto Michaelsson. Luego de la muerte de Michaelsson, Matilde y Batlle se casaron y tuvieron cuatro hijos: Ana Amalia, César, Rafael y Lorenzo. Antes de Ana Amalia, habían tenido otra niña que murió con pocos meses y que se llamó Amalia Ana). Además de la casa grande, el matrimonio construyó otra más pequeña que llamaban “la casa de los muchachos” donde vivían los varones mayores del matrimonio y también Luis Batlle Berres, sobrino de Batlle, quien también sería presidente de la República (1947-1951). En 1908 falleció el hermano de Batlle y sus hijos quedaron bajo su cuidado. En “la casa de los muchachos” funciona ahora el jardín de infantes.

    “El primer fin de semana que abrimos vinieron 25 personas. Creemos que la gente con el boca a boca y las instituciones del barrio va a comenzar a venir y conocer el museo por dentro y disfrutar del parque”, dice Royer, esperanzado.

    El adentro

    No todos los sectores de la casa están habilitados para el público porque aún necesitan reformas, pero vale la pena el viaje hasta Piedras Blancas para conocer los que sí están abiertos.

    La quinta es Monumento Histórico Nacional, por lo que no se puede modificar en su estructura, pero ya se han hecho los trámites con la Comisión de Patrimonio para hacer un edificio más accesible para visitantes con discapacidades. Un primer paso fue implementar una cartelería para la exposición permanente que incluye interpretación en lenguaje de señas, además de estar traducida al inglés, portugués e italiano.

    La exposición permanente está en la zona perimetral de la casa con ventanas que dan a la amplia galería de la quinta. Las habitaciones tienen el mobiliario de la época, prácticamente europeo, que la familia compró en el viaje que hizo entre 1907 y 1911, entre las dos presidencias de Batlle. En esos años viajaron a Europa, Egipto y Palestina.

    Una de las habitaciones es la sala de música. Los retratos de Matilde y Batlle miran serios al visitante. Allí hay un piano de cola alemán en el que tocaba Ana Amalia, y en un rincón hay una vitrola y dentro de una vitrina una preciosa mandolina.

    El escritorio de Batlle es el más suntuoso por su estilo imperio, igual que la biblioteca. Al costado del escritorio está el diván donde Batlle trabajó en gran parte de su segunda presidencia. Al ser un hombre robusto con varias dolencias en sus piernas y espalda, necesitaba un asiento cómodo. Sobre el escritorio un timbre servía para llamar al personal doméstico y al de secretaría. Ana Amalia enfermó de tuberculosis y murió muy joven, a los 18 años, en 1913. Desde que comenzó su enfermedad, Batlle se instaló en ese escritorio y desde allí ejercía el gobierno.

    En la habitación contigua está el dormitorio de Batlle, con un cuadro de Lorenzo, su padre, y un mobiliario más sobrio. El cuarto tiene baño en suite, algo extraño en la época, y una cama demasiado pequeña para que duerma un matrimonio. Es que Matilde tenía su propia habitación, que visitaba su marido. La cama de ella, por lo tanto, era más grande.

    Una escalera va hacia el sótano, que aún no está habilitado. Allí había un depósito de carbón para la cocina económica y tal vez algún cuarto del personal doméstico. Las habitaciones que corresponden a la cocina y la sala de té están a la espera de ser restauradas.

    Pero lo primero que ve el visitante es el enorme salón, un patio central techado con una claraboya, que en su momento habrá recibido a visitantes, políticos y correligionarios. Ahora sirve como sala de exposiciones temporales y lugar de talleres y actividades. Lo que ahora es una hermosa claraboya con un vitral colorido, antes era un vitral con el escudo nacional. En algún momento de los años 90 el escudo se vino abajo y a comienzos de los 2000 se reconstruyó ya no como escudo, pero sí con una forma similar. En ese gran patio central está instalada la muestra De ellas dos.

    Madre e hija

    Lucía Mariño guió a Búsqueda por esta exposición que sigue la trayectoria intelectual y también afectiva entre Matilde y su hija Ana Amalia. Mariño es una de las coordinadoras de la muestra, junto con Carolina Luongo y Clara von Sanden. Ellas tres integran el equipo de curaduría que tiene ocho integrantes.

    La bienvenida a la muestra es un gran cuadro de Matilde y su hija, un óleo sobre tela de Carlos María Herrera. Está inspirado en una fotografía de las dos y el artista lo realizó en 1913, el año de la muerte de Ana Amalia.

    “Esta colección comienza con los libros de Matilde de su juventud, en todos hay anotaciones que fue haciendo con su nombre y la fecha. Después le agregó el nombre de Ana Amalia y las inscripciones ‘la biblioteca de las dos’, o ‘la biblioteca de las Piedras Blancas’. Eran distintas denominaciones que mostraban la intención de crear una biblioteca”, explica Mariño.

    Los libros de Matilde eran variados. En una vitrina hay títulos clásicos, como Las mil y una noches, o novelas típicamente femeninas, leídas en la época, o libros de costumbres sociales. Pero las lecturas de Matilde eran variadas e incluían también libros de autoras feministas o sobre matrimonio y divorcio o sobre religión. Es una biblioteca de dos mujeres del 900, pero también mujeres de una familia intelectualmente amplia y con una biblioteca actualizada. Uno de los libros que se exhiben en una vitrina se llama Divorcio y matrimonio, el autor es Domingo Arena y está dedicado a Matilde. La mujer y el trabajo es otro de los títulos, que se mezcla con otros tan distintos como Las personas decentes o La honrada.

    “Fue una mujer con muchos aspectos de su época, pero excepcional en su trayectoria vital. Frente al abandono dos veces de su primer esposo, empezó a tener una relación de concubinato con Batlle que fue totalmente rechazada por las mujeres católicas y los sectores conservadores. Se lo hicieron sentir en distintas ocasiones y en público”, explica Mariño. Luego de la muerte de Michaelsson, Batlle le dio el apellido a sus hijos.

    Matilde tuvo una vida pública bastante activa, algo que empezaba a suceder con los sectores de la burguesía en el 900. La muerte de Ana Amalia la afectó especialmente, pero se repuso y siguió socialmente involucrada. En una de las vitrinas están las muestras de esa vida pública posteriores al fallecimiento de su hija, el registro de la escuela pública que ayudó a fundar y la donación que realizó o las firmas de varias agrupaciones femeninas. Hay muestras además de una Matilde elegante, a la que le gustaban los vestidos brillosos y las gargantillas.

    “La muerte de Ana Amalia marcó la vida de sus padres. Fue el único momento en que se vio llorar a Batlle. Matilde quedó muy tocada y siguió escribiendo su nombre en los libros por mucho tiempo. En uno de ellos anotó que el médico que la atendía se lo regaló pocos días antes de que muriera”, explica Mariño.

    Una vitrina algo tétrica es la que guarda el pañuelo con las manchas de sangre y la máscara mortuoria con el rostro de Ana Amalia en yeso, algo habitual en la época. Mouriño cuenta que el museo tiene tres máscaras mortuorias de Batlle. “Había otra sensibilidad respecto a la muerte”, dice.

    En otra vitrina está el registro del viaje a Europa, que tuvo una gran importancia para Ana Amalia. De ese viaje quedaron muchos libros y una cantidad de postales que enviaban a la familia con un tono distendido y hasta chistoso.

    El material de esta exposición pertenece a una colección enorme en la que las investigadoras continúan trabajando. Originalmente la muestra se hizo en San José, pero ahora se adaptó con nuevos enfoques y más datos.

    Llegar a la Quinta de Batlle puede llevar su tiempo, pero nadie quedará indiferente al barrio, al museo y a una casa que albergó una familia y un gobierno.