En La hora de la estrella Lispector reproduce los tiempos de carencia que vivió de niña. Perdió a su madre a los 10 años y a los 14 se mudó a Río de Janeiro con su padre y una hermana. En ese momento empezó a nutrirse de autores como Rachel de Queiroz, Machado de Assis, Eça de Queiroz, Jorge Amado y Dostoievski. En 1939 empezó a estudiar Derecho y a colaborar en algunos medios. Publicó su primera novela a los 21 años: “Cerca del corazón salvaje”, escrita a los 19 y que ganó el premio Graça Aranha en 1943.
La Facultad de Derecho fue el escenario donde Lispector conoció a su futuro marido, el diplomático Maury Gurgel Valente, a quien acompañó en sus destinos a varios países, hasta que se separaron en 1959, luego de tener dos hijos varones. La escritora estuvo cinco años viajando de un punto a otro y escribía cartas a sus amigos con la máquina de escribir sobre las rodillas, para poder atender a Paulo, su primer hijo.
Su segunda novela fue “La araña”, de 1946. Cuando volvió a Río en 1949 trabajó en prensa escribiendo una columna bajo el seudónimo de Tereza Quadros. En 1952 se trasladó a Washington DC junto a su esposo diplomático y al año siguiente tuvo a su segundo hijo, Pedro.
En 1960 apareció su primer libro de cuentos: “Lazos de familia”, y luego “La Legión Extranjera”, en 1964, en los que la escritora publica relatos breves con destellos de humor y esa cualidad observadora tan suya. En ese segundo libro aparecen los geniales relatos “El huevo y la gallina”, “Tentación”, “Evolución de una miopía” y “La legión extranjera”, entre muchos más. La segunda parte, titulada “Fondo de gaveta”, saca a luz textos escritos fugazmente. “¿Por qué publicar lo que no sirve? Porque lo que sirve tampoco sirve. Además, lo que obviamente no sirve siempre me interesó mucho. Gusto de un modo cariñoso de lo inacabado, de lo imperfecto, de lo que torpemente intenta un vuelo corto y cae sin gracia en el piso”.
Su tercera novela fue “La pasión según G.H.” (1964). En la advertencia inicial desafía: “Este libro es como cualquier libro. Pero me sentiría contenta si lo leyesen únicamente personas de alma ya formada. Aquellas que saben que el acercamiento, a lo que quiera que sea, se hace de modo gradual y penoso, atravesando incluso lo contrario de aquello a lo que uno se aproxima”. La novela se centra en la descomposición psíquica de una mujer en su casa. “Estoy buscando, estoy buscando. Intento comprender. Intento dar a alguien lo que he vivido y no sé a quién, pero no quiero quedarme con lo que he vivido. No sé qué hacer con ello, tengo miedo de esa desorganización profunda”.
En 1966 se produjo un hecho trágico que la marcó hasta el final. Se durmió con un cigarrillo encendido: su cuarto quedó calcinado y gran parte de su cuerpo sufrió quemaduras. Su mano derecha, severamente dañada, se salvó de la amputación pero nunca recuperó la movilidad anterior. El incidente y las cicatrices la sumieron en recurrentes estados depresivos.
“Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria estaba la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. No sé cómo, pero sé que el universo jamás comenzó”. (“La hora de la estrella”).
Sus textos suelen prescindir del hilo narrativo clásico: principio, medio y fin. Son un desafío para quien lee y casi se pueden meter debajo de la piel de la escritora. La presencia de un misterio esencial se observa en cuentos como “El huevo y la gallina”. Hay una verdad a ser revelada por un lector empático y con cierta tolerancia a la incertidumbre. Lo que Lispector da, a cambio, es de una gran belleza. Su narrativa confronta, mueve y construye complejas irrigaciones de sentido.
A pesar de la crueldad que volcaba en algunos de sus relatos, en sus comunicaciones personales podía ser muy afectuosa. En una carta que escribió en 1969 a su hijo Paulo, a quien llamaba “pequeño saltamontes”, pone: “Eres el mejor libro que jamás escribí, de eso no tengas duda”. Además le da de esos consejos “para la vida” que saben dar los padres: “Procura leer libros de ‘verdad verdadera’ para tu placer y para conocer el alma humana”.
Quien sacó buen jugo de su obsesión por la escritora fue la investigadora Nádia Battella Gotlib, quien publicó la monumental biografía de 670 páginas “Clarice. Una vida que se cuenta”. Allí se conocen los derroteros de su obra a través de una inmersión minuciosa en archivos, cartas y registros similares. Battella Gotlib bucea en su vida comprobando la imposibilidad de clasificar la literatura de Lispector.
En esta biografía se menciona a Olga Borelli, la mujer que estuvo a su lado hasta que murió. En diferentes lugares hablan de Borelli como su “amiga”, “compañera” o “acompañante”. Fue en 1970 que Lispector le escribió en una carta: “No tengo cualidades, solo fragilidades”. En otra misiva parece pedir a gritos ser querida y le dice a Borelli: “Tú has sido mi mejor regalo de cumpleaños. Porque el día 10, jueves, fue mi cumpleaños, y tú me has regalado el Niño Jesús que parece un niño alegre que juega en su cuna tosca. A pesar de que, sin que tú lo sepas, me has dado un regalo de cumpleaños, sigo creyendo que mi regalo de cumpleaños ha sido tu propia aparición, en una hora difícil, de gran soledad”. Clarice murió dos años después de esa carta.
Como el personaje que aparece en La hora de la estrella, Lispector visitaba a una tiradora de cartas llamada Nair, tenía varias supersticiones que jalonaban su vida diaria y en 1975 la invitaron a participar en un Congreso de Brujería en Bogotá. Battella Gotlib encuentra rasgos de “brujería” en su obra: “Usa calculadamente fórmulas narrativas, mezclándolas con aire de casualidad, en un juego en el que difícilmente sea posible determinar los límites entre lo que es deliberado y lo que es aportado por la deriva de la propia narrativa”.
La hora de la estrella habla de la muerte, un tema presente con insistencia en los últimos tiempos de la escritora. En una entrevista televisiva para TV Cultura, Clarice le dice al periodista, proféticamente: “Yo morí”, pocos meses antes de que sucediera.
Su obra echó raíz en creadores posteriores, e influyó en artistas brasileños más jóvenes, escritores y músicos. Caio Fernando Abreu usa, por ejemplo, como epígrafe de uno de sus cuentos la frase de La hora de la estrella: “Quanto a escrever, mais vale um cachorro vivo”. Ana Cristina Cesar incluye referencias ocultas en sus poemas, usando títulos de Lispector como versos: “A imitaçao da rosa” y le dedica un poema inédito. La cantante Cássia Eller compuso junto a Cazuza una canción de rock: “Que o Deus venha”.
La novela se consigue en una edición de 2013 publicada en Argentina por editorial Corregidor. En un texto inicial, “Dedicatoria del autor (En verdad, Clarice Lispector)”, sigue la línea de la interrogación al ser, de existencia puesta a parir y que al final queda en carne viva. Dice: “Me dedico al color bermellón bien escarlata como mi sangre de hombre en la edad plena y, por lo tanto, me lo dedico a mi sangre. Me dedico sobre todo a los gnomos, enanos, sílfides y ninfas que habitan mi vida. Me dedico a la nostalgia de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno y todavía jamás había comido langosta. (...) Ese yo que son ustedes pues no aguanto ser solamente yo, necesito de los otros para mantenerme de pie, tan tonto que soy, yo enrevesado, en fin, qué es lo que hay que hacer si no meditar para caer en aquel vacío pleno que sólo se alcanza con la meditación”.
A través de un narrador que hace un monólogo que conduce al lector por una espiral de palabras que van y vienen, enredándolo, seduciéndolo, Lispector va mostrando el cuadro penoso de “la nordestina”: de 19 años, muy delgada, con dolor en los dientes por tener la dentina expuesta, que duerme con una enagua manchada, que es mala dactilógrafa, que de tan buena dan ganas de pegarle un puñetazo en la cara.
La describe con crueldad: “La persona de la que voy a hablar es tan tonta que a veces les sonríe a los demás en la calle. Nadie responde a su sonrisa porque ni siquiera la miran”. Ni siquiera la miran. Pobre de espíritu, pobre de presencia, pobre materialmente. “Ella es como una cachorra vagabunda teleguiada exclusivamente por sí misma. Pues se había reducido así”. Lispector se regodea en la melancolía, en el poder sordo de la oscuridad. “Aseguro también que la historia será igualmente acompañada por el violín plañidero tocado por un hombre muy flaco que está en la esquina. Tiene la cara estrecha y amarilla como si ya hubiese muerto. Y tal vez esté muerto”, escribe.
Lispector alude a la pobreza de cada uno de sus lectores: “Porque todos nosotros somos uno y quien no tiene pobreza de dinero tiene pobreza de espíritu o de nostalgias porque le faltan cosas más preciadas que el oro; y existe quien le falta lo delicado esencial”.
Por más que en su obra esté ella presente todo el tiempo, levantó una muralla en torno a sí misma. En una entrevista para el “Jornal do Commercio”, publicada después de su muerte, Clarice se mostró cortante, exigente y lapidaria. Única. Cuando le preguntaron sobre lo que le había despertado pasión en su vida, respondió: “Ya estoy harta de contar mis pasiones. Tengo una vida íntima que no revelo a nadie. Ni a Dios”.