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    La mano derecha de mi mejor amigo

    Galemire. Su música y su tiempo, de Eduardo Rivero

    Hay biografías por encargo en las que el autor no conoce al protagonista hasta que lo entrevista o se sumerge en un océano de testimonios y documentos para contar la historia de su vida. Hay biografías en las que el biógrafo conoce muy bien al biografiado, pero se mantiene a la suficiente distancia emocional como para preservar su independencia y autonomía a la hora de contar la historia de su vida. Y hay biografías como Galemire. Su música y su tiempo, de Eduardo Rivero, volumen de 440 páginas que publicó en diciembre Perro Andaluz, donde el escritor narra en primera persona las tres cuartas partes de la vida del personaje. Jorge Galemire y Rivero se conocieron en el liceo, casi 50 años antes de la muerte del gran cantautor uruguayo, ocurrida el 6 de junio de 2015, a los 64 años de edad. Rivero sabía desde mucho antes que algún día escribiría la historia de la vida del Gale, y que ese libro sería también, en buena medida, una autobiografía. Ya había contado unas cuantas de esas historias en común con Galemire en su muy disfrutable libro de crónicas Memorias en mí. Una historia de la música popular uruguaya 1964-2000 (Linardi y Risso, 2001). Pero ahora se enfocó en su amigo inseparable.

    La primera persona es, en este caso, un recurso ineludible. Sin ella, sería muy complejo para Rivero contar esta historia. Así comienza el libro: “¿Cómo es posible tocar la guitarra así? Esa fue la pregunta que me hice a los quince años cuando vi tocar a Jorge Galemire por primera vez, una tarde de la primavera de 1967 en mi cuarto”. Es una pregunta que muy pocos biógrafos pueden hacerse. Y en este caso, estamos hablando de un biógrafo músico, que compuso decenas de canciones y compartió varias formaciones, discos y espectáculos en vivo con el personaje sobre el que escribe. El más importante de esos proyectos en común fue Nosotros Tres, el trío que Galemire y Rivero compartieron con Eduardo Darnauchans.­

    Rivero inició este proyecto unos pocos meses después de la muerte del Gale, tal como lo llamaron siempre sus amigos. Lo terminó tres años después. El proceso de edición insumió un año más. Y con este librazo entre manos, queda clarísimo el porqué: la edición, a cargo de Ángel Atienza, forma parte de la misma serie que los dos tomos de esa formidable enciclopedia de la génesis de la cultura rock uruguaya De las cuevas al Solís, de Fernando Peláez, publicados en 2003 y 2004), y la estupenda biografía Darnauchans. Entre el cuervo y el ángel, de Marcelo Rodríguez, que venía con un disco en vivo inédito del Darno, publicada en 2012.

    Presenta el mismo formato cuadrado de los libros mencionados y contiene la misma densidad documental. Incluso superior, porque al vasto archivo personal de Rivero, un coleccionista de raza que naturalmente acumuló incontables grabaciones y fotos con su amigo y compañero de ruta, también, en su faceta de periodista, lo entrevistó en reiteradas ocasiones, para su archivo personal y para medios radiales y escritos. A eso hay que sumarle la inmensa cantidad de recuerdos acumulados en su memoria. Nadie tuvo que explicarle a Rivero cómo influyeron Los Beatles, Los Shakers, El Kinto y Led Zeppelin en la sensibilidad de su amigo Jorge.

    Y a todo ese cúmulo de información y emoción hay que sumarle el hecho de que Vicky Fiske, su viuda estadounidense, a quien conoció en España, donde Galemire estuvo radicado desde 1991 a 2004, le abrió las puertas de su casa y puso a su disposición todo el archivo personal del músico.

    El resultado es una obra muy bien escrita, con el balance preciso de intimidad, amenidad, emotividad y rigor periodístico, repleta de fotografías de gran tamaño —más de dos centenares— de todas las épocas, como la que ilustra esta nota. Desde las cédulas de identidad de sus padres y abundantes registros de infancia a las varias sesiones de sus últimos años de vida. Rivero describe su debut, en el contexto de su generación, en el álbum colectivo El sonido nacional, su participación en bandas como Aguaragua, Epílogo de Sueños, El Sindycato y Canciones Para No Dormir la Siesta (miembro fundador), su labor decisiva como arreglador, productor e intérprete en discos clave de la música uruguaya como Sansueña y Zurcidor, de Eduardo Darnauchans, Hoy canto, de Dino, Siempre son las cuatro y Mediocampo, de Jaime Roos, y Buzos azules, de Fernando Cabrera. Y, por supuesto, describe con lujo de detalles la media docena de placas que componen su obra solista: Presentación (1981), Segundos afuera (1983), Ferrocarriles (1987), Casa en el desierto (1991), Perfume (2004) y Trigo y plata (2012). Un exhaustivo apéndice informativo describe la veintena de discos que conforman su discografía completa como autor, entre bandas, dúos, tríos y formaciones muy esporádicas como Los Championes, un grupo de pop-rock muy Police, que formó a fines de los 80.

    Además de su palabra y los recuerdos de primera mano del autor, la faena se completa con la palabra —en entrevistas originales para el libro— de sus más ilustres colegas, con quienes construyó a lo largo del tiempo un carrusel de influencias mutuas, como Jaime Roos, Fernando Cabrera, Jorge Drexler, Hugo Fattoruso, Mauricio Ubal, Pitufo Lombardo, Gustavo Etchenique, Fernando Ulivi, Carlos Cotelo y José San Martín

    Tras exactamente 400 páginas que culminan con los amargos últimos meses de decadencia física y anímica, Rivero recuerda en el epílogo que sigue pendiente la reedición de Segundos afuera y Ferrocarriles, los dos discos publicados originalmente por el histórico sello Orfeo, cuyo catálogo fue adquirido hace una década por el sello Bizarro.

    Segundos adentro

    Un apéndice titulado “El juicio de los colegas” compendia las respuestas de los principales entrevistados para el libro a la pregunta-consigna “¿Galemire como músico?”. En esta decena de microrreportajes aparece como común denominador Segundos afuera como su obra cumbre, un disco que Jaime Roos sitúa entre los diez mejores discos uruguayos de todos los tiempos. Todos coinciden también en que su mano derecha en la guitarra, de “ritmista virtuoso”, según Fernando Cabrera, como una de sus principales virtudes. “Éramos pocos los que hacíamos ritmo con la mano derecha. Nuestro maestro en tal sentido fue Mateo”, dice Jaime Roos. En esa línea va Gustavo Etchenique: “Tenía una forma única de tocar la guitarra. A nivel de su mano derecha era una bestia, pero también en la mano izquierda, en los acordes, del desarrollo armónico, de una belleza suprema”, sostiene el gran baterista de todas las épocas del Galemire solista. “Un compositor absolutamente exquisito y con una cabeza de productor adelantada a su época. ‘Veía’ la obra terminada, ‘sabía’ qué cosa rendía más en cada instrumento”, agrega.

    Asimismo, unos cuantos señalan sus luces como letrista y también como cantante, aunque en este rubro, algunos señalan su tendencia a usar en exceso el registro vocal agudo, que en ciertos casos le quedaba demasiado forzado. Así lo explica Etchenique: “También debería decir que el Gale era un buen cantante, pese a no tener en la voz su principal fortaleza. Cantaba con mucha elegancia, A veces en lo que le erraba era en exigirse demasiado por el lado de las notas agudas. Pero el Gale era por sobre todo un prodigio rítmico”. Así lo explica Mauricio Ubal: “Tenía tanta imaginación melódica que a veces hacía melodías que no eran exactamente para él, por ejemplo, cuando abusaba de las notas agudas que le quedaban forzadas”.

    Por el contrario, Jorge Drexler lo define (en las liner notes del disco Perfume, citadas en este apartado) como “el mejor cantante de su generación y de varias generaciones de la música uruguaya: solemos olvidarnos de su voz porque se mueve en territorios de sutileza y terciopelo, lejos de virtuosismos y grandilocuencia. Error”. Y agrega: “Su aportación compositiva al candombe es esencial para conocer el lado más refinado del género. Los músicos que pueden definir un estilo compositivo con dos acordes y un salto melódico son contados con los dedos de una mano. Uno de ellos es mi maestro y tocayo, Galemire“.

    Cabrera subraya su refinado talento como melodista. “Entre los dos o tres más grandes melodistas de la canción uruguaya, junto a Rada y el Darno”, afirma sin titubear. Rivero le pregunta por las razones por las que “no tuvo la repercusión popular que mereció”. Cabrera habla de una multiplicidad de razones. Primero menciona “una falta de interés masivo por este tipo de música”. Pero al profundizar, su respuesta se transforma en uno de los pasajes más lúcidos e interesantes del libro: “La puesta en práctica de una filosofía artística que era muy común en los años 60 y que tiene que ver con el artista que se la juega por su idea y no le importa más nada. No le importa pasar hambre. No le importa si tiene mucho o poco público; se la juega por su idea. Si se te ocurrió ese acorde, con esa palabra en la letra y ese ritmo, pues así va a ser y chau. Mateo es el paradigma de eso. Pero también el Gale: le importó un comino lo que indicase el mainstream o lo que sea”. Cabrera también menciona la debilidad de la industria musical en Uruguay, “lo que hace que los sellos editores no presionen con fuerza por productos más comerciales, como sí sucede en otros lugares”, lo que a su juicio facilita la independencia artística: “Es decir, hagas lo que hagas, no vas a hacer un mango. No te vas a hacer millonario. No vas a tener que cuidar nunca esos millones. Todos los que se dedican a la música en Uruguay saben, de antemano, que más vale que tengas otro empleo si querés vivir. Ese espíritu libertario, valiente, aparece naturalmente. (…) El Darno fue eso, Mateo fue eso, el Gale fue eso. La música que producimos cuesta mucho que entre en los oídos de la gente acostumbrada a los productos de la industria que nos llega de todas partes del mundo”. Y es entonces donde Cabrera rechaza la clásica autocomplacencia uruguaya: “Por eso soy enemigo de echarle las culpas siempre a ‘la sociedad’ y de decir ‘el Uruguay mata a sus hijos’. No es tan así. Nosotros somos responsables de lo que hacemos y elegimos ese camino y esa música sin que nadie nos haya obligado a ello. (…) No busquemos la fácil de decir ‘la culpa es del sistema’ o ‘la culpa es de los medios que no apoyan’. Ojo que los medios uruguayos, me consta, apoyan”. Y, finalmente, menciona el factor personal: “A veces uno mismo no pone todo lo que hay que poner para ser más exitoso. Cuando no me va bien con determinado producto, ‘¿hiciste todo bien, tendiste puentes con la oreja popular o en cambio cavaste zanjas?’”.

    A continuación, Jaime Roos sentencia con su habitual autoridad: “Es uno de los grandes músicos con los que toqué. Uno de los grandes músicos de mi generación. Uno de mis pares más admirados. (…) Podés encontrar un compositor que haya hecho tres canciones impresionantes. El Gale no hizo ni una, ni dos, ni tres… hizo quince o veinte. De ahí viene mi admiración: estamos frente a todo un compositor”. Sobre la mentada falta de reconocimiento de Galemire, va aún más al hueso que Cabrera: “Es duro lo que voy a decir pero es lo que siento. Quizás el peor adversario que tuvo el Gale en la vida fue él mismo. Era muy difícil el medio musical… sigue siendo muy difícil. En aquellas épocas teníamos todo en contra. Lo único que teníamos a favor era que nos teníamos a nosotros mismos”. Y se explica, casi en una declaración de principios generacional: “Teníamos banderas: éramos modernos. Creíamos que estábamos haciendo cosas nuevas. El posmoderno es alguien que recicla cosas ya hechas. Y hoy seguimos con las banderas en alto. Yo, que todavía las mantengo, me siento a veces sapo de otro pozo porque los modernos dejaron de existir. El Gale fue un moderno desde el comienzo hasta el fin”.