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La marea roja y exultante que recibió a Lula presidente y el gesto histórico de tres líderes uruguayos presentes en la asunción
“Todo suma”, resumió Lacalle Pou sobre la posibilidad de nexo entre los países que puede significar la amistad entre Lula y Mujica; Sanguinetti bromeó al regreso con que lo habían llevado de “relleno”
Una foto que generó una evaluación muy positiva en el plano internacional. Foto AFP
Es 2022. Pero faltan pocos minutos para el 2023. Esta será la última vez que la ceremonia de traspaso de mando presidencial en Brasil se celebre el primer día del año. Una costumbre algo incómoda que está escrita en la Constitución y que cambiará a partir del 2027. Todo cambia. Y en Brasilia lo saben.
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Las calles de la ciudad diseñada por el arquitecto Oscar Niemeyer a fines de la década del 50 están tomadas por militantes del Partido de los Trabajadores (PT) que festejan eufóricos el cambio de gobierno y la vuelta al poder de Luis Inácio Lula da Silva. Su cuenta regresiva al filo de la medianoche es para despedir el 2022 y para decirle adiós al presidente Jair Bolsonaro. Un fin de año inevitablemente teñido de política. Un modo celebratorio por lo menos inusual. Porque en un país partido ideológicamente al medio solo una mitad extasiada parece levantar las copas para brindar en esta noche de Reveillon. “Esto va a ser histórico”, dice un chofer de Uber que se asume lulista y no hace ningún esfuerzo en disimular su entusiasmo mientras devora kilómetros desde la zona del aeropuerto para llegar al centro de los festejos. Tampoco hay disimulo alguno en las 300.000 personas que llegaron desde distintos puntos de Brasil para asistir a la tercera asunción de Lula a la presidencia. Acá empezó antes el carnaval.
Lula durante la asunción. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS
Hay un desborde rojo en la capital del país norteño y unos 8.000 agentes policiales y militares desplegados en un imponente operativo de seguridad. Hubo amenazas de bomba, encendidas protestas previas de simpatizantes bolsonaristas. Pero en los últimos suspiros del año viejo las patrullas solo observan discretamente la fiesta de Lula sin necesidad de actuar. Hay convivencia pacífica. Son las 12. Explotan en el cielo los fuegos artificiales. Abajo del Hotel Meliá 21, donde está hospedado el nuevo presidente brasileño, hay una muchedumbre absolutamente enfervorizada. Liberada. Es una fiesta de la diversidad la que ocurre en este año nuevo. Parejas de hombres y parejas de mujeres tomadas de la mano. Colectivos que sienten haber recuperado el derecho de volver a las calles. Y que tienen la necesidad de gritarlo. “Es el día más feliz de los últimos seis años de mi vida. Ahora puedo salir sin miedo de mi casa. ¡Volvió el pueblo!”, dice una mujer emocionada y ataviada con todo el merchandising de Lula que se pueda conseguir por unos pocos reales: gorra, camiseta y bandera roja. Todo es rojo. Y todo es alegría.
Hay frases que se repiten como un eslogan machacante estampado en las remeras: el amor venció al odio. Y entonces esa consigna se desparrama sin pudor en la madrugada de Brasilia. Pero se extiende también con un dejo de paranoia. “¿Cuál es el objetivo de estar filmando esto?”, pregunta a Búsqueda un grupo de jóvenes del PT que bailaban distendidos en la explanada de una estación de servicio. Solo la palabra journalista logró llevarlos de regreso a su distensión. El amor venció al odio. Pero tampoco faltan los mensajes poco amistosos hacia el presidente saliente. Las burlas. Los “Fora Bolsonaro”. Los “Papai voltou”. Debajo de la Torre de Televisión, una gran estructura metálica que sobresale en un parque del ala sur de la ciudad, una muchacha con un impactante look afro en su cabeza habla de un “gobierno fugitivo”. Dice que Bolsonaro es un “cobarde”, que “no tuvo el coraje” de quedarse a darle la banda presidencial a Lula. La noche termina. Y cuando amanezca, una marea roja bañará Brasilia antes, durante y después de la investidura del nuevo líder de Brasil.
Simpatizantes de Lula frente a la Catedral de Brasilia. Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS
Los tres de Uruguay
A las 9.30 de la mañana del 1º de enero, mientras en la Base Área de Montevideo se encuentran el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, con los dos exmandatarios José Mujica y Julio María Sanguinetti para partir rumbo a Brasilia, una multitud empieza su caminata lenta por una de las amplias avenidas centrales hacia la Explanada de los Ministerios, un gigantesco espacio verde rodeado de edificios gubernamentales. Allí, bien cerca del Palacio de Planalto, la sede del gobierno donde Lula asumirá la presidencia, dos escenarios con espectáculos musicales ambientan la fiesta popular con un repertorio plagado de hits progresistas. Es un Woodstock verde amarelho. Una celebración multiétnica y diversa donde el concepto, de nuevo, es la paz y el amor regados con cervezas heladas, muñecos de Lula, imitadores de Lula, Lulas gigantes, Lulas pequeños, Lulas de todos los tamaños y de todas las épocas, bailarines en zancos y un menú interminable de performances bajo un sol ardiente de enero. Es temporada de lluvias en la capital de Brasil, pero en este domingo histórico apenas hay algunas nubes perdidas en el cielo celeste.
La delegación uruguaya viajó en un avión privado que fue prestado al presidente por el empresario millonario brasileño Alexandre Grendene. La imagen de los tres líderes políticos juntos y a punto de embarcar en una misión oficial hacia Brasil no tardó en recorrer el mundo. Y fue saludada con aplausos y admiración en las redes sociales. En Uruguay, oficialismo y oposición celebraron el gesto de convivencia republicana. En Brasil todos señalaron un contraste de señales democráticas que queda demasiado evidente ante la ausencia con aviso del mandatario saliente. Una foto de tres de los últimos presidentes uruguayos yendo juntos a una ceremonia de asunción. Y otra foto de Bolsonaro en Orlando, Estados Unidos, comiendo en soledad un pollo frito en un restorán de la cadena Kentucky Fried Chicken.
La ida de los tres presidentes uruguayos se empezó a gestar en encuentros mano a mano entre Lacalle Pou y Mujica. El último de ellos, semanas antes de partir, fue en la residencia presidencial de Suárez y Reyes. El viaje les demandó unas tres horas. Un tiempo suficiente para abordar varios temas. Los tres dijeron que se habló poco o casi nada de política actual, de asuntos de coyuntura. Sanguinetti monopolizó la charla. Con su clásica retórica, paseó a sus interlocutores por una detallada revisión histórica de sus anteriores viajes a Brasilia, de la arquitectura sesentista de Planalto e Itamaraty, de su presencia en la asunción de su amigo, el expresidente José Sarney. También charlaron de cultura y música brasileña. Hablaron de fútbol. “Principalmente de fútbol”, dijo a Búsqueda el presidente Lacalle Pou. Estaba fresco el Mundial de Catar y hubo algunas valoraciones sobre el camino recorrido por Washington Tabárez y la primera experiencia de Diego Alonso al frente de la Selección uruguaya. Lacalle Pou destacó, admirado, el carácter emprendedor del empresario que les prestó el avión, que empezó “cosiendo zapatos” y construyó un imperio en la industria del calzado.
¿Mucho trabajo?
Y en Brasilia la euforia estaba a tope. Después del mediodía, tras el recorrido a bordo de un Rolls Royce descapotable para saludar a la multitud en las calles, Lula dio su discurso como flamante presidente y prestó juramento. La banda presidencial fue entregada por un grupo heterogéneo de personas que simbolizaron la “diversidad y riqueza del pueblo brasileño”. Aline Souza, una joven afrodescendiente que trabaja como recicladora de basura, fue una de las elegidas. La contactó y la seleccionó el fotógrafo personal de Lula, Ricardo Stucket. Todo esto contaría emocionada algunas horas más tarde, mientras se tomaba una cerveza en uno de los bares del aeropuerto y se sacaba fotos con todo aquel que la reconociera.
Los tres políticos locales saludaron al presidente brasileño tras la asunción. Hubo un breve intercambio con el mandatario uruguayo. “¿Pepe te está dando mucho trabajo?”, le preguntó, aludiendo a su amigo Mujica. “Se porta bien”, alcanzó a responder Lacalle Pou, que además aprovechó para invitarlo a una reunión en Montevideo a fines de enero. Y después, otra foto de esas históricas. Lula, Lacalle Pou y los dos expresidentes con los brazos en alto. El embajador uruguayo en Brasil, Guillermo Valles, miraba la escena, emocionado. “Uruguay brilló por su carácter democrático. Fue un orgullo ver tres señores presidentes respetándose, rescatando la dimensión humana y también la histórica. Eso es responsabilidad y jerarquía”, dijo a Búsqueda.
Lacalle Pou, Sanguinetti y Mujica a su regreso a Montevideo. Foto: Presidencia
Antes de partir hacia Uruguay, Lacalle Pou, Sanguinetti y Mujica pararon unos minutos para conversar con la prensa uruguaya en la pista del aeropuerto. Estaban distendidos. Haciendo bromas. Se podría decir que hasta había una actitud paternal de los dos veteranos con el presidente. Lacalle Pou rescató el gesto de los exmandatarios de aceptar su invitación. Dijo a Búsqueda que quedaba una puerta de diálogo abierta con el gobierno de Brasil y que, aunque en su discurso Lula hizo apenas una corta mención al Mercosur, hay que “aprovechar el estribo”.
“Todo suma”, resumió sobre la posibilidad de nexo entre los países que puede significar la amistad entre Lula y Mujica. Sanguinetti dijo que Uruguay mostró “su mejor rostro” al mundo durante esta visita oficial. Mujica coincidió. “Lo que vale es la imagen del Uruguay. Allá nos sopapearemos y nos daremos con un fierro”, reflexionó. La vuelta a Uruguay, con el cansancio del trajín en Brasil, los encontró más en silencio a bordo del avión. Cuando llegaron a Montevideo, antes de despedirse, Sanguinetti les dijo jocosamente a sus dos compañeros de viaje que sabía cuál era el rol de cada uno en esa misión oficial y que tenía claro que a él lo habían llevado “de relleno”. Y los tres rieron.