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    La mentira mejor contada

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2172 - 5 al 11 de Mayo de 2022

    Muchas personas insisten en afirmar que la biología crea únicamente hombres y mujeres. Dicen también que la identidad de género no existe, porque no se puede ser algo distinto a lo que te dijeron cuando naciste, hay que ajustarse a la verdad que dictan los genitales y los cromosomas. Lo que no dicen, o tal vez simplemente desconocen, es que el sexo biológico es en realidad un espectro mucho más amplio de lo que se pretende.

    Es que la idea de “sexo biológico” como un sistema que solamente reconoce mujeres y hombres, en verdad no se adecua a la realidad, sino que se trata de una construcción médica. Durante décadas, la práctica médica por defecto consistió en someter a cirugías de “asignación de sexo” a todas aquellas personas que nacían dentro del espectro intersexual.

    Ser intersexual es simplemente una variación corporal de las personas (no un problema médico, ni una enfermedad o una patología). Las personas intersexuales son aquellas cuyos cromosomas, genitales externos, hormonas y/o características sexuales secundarias, no se ajustan a los patrones anatómicos y fisiológicos que constituyen el sistema binario hombre/mujer.

    Según un estudio de la sexóloga estadounidense Anne Fausto-Sterling, la tasa de natalidad intersexual es de alrededor de 1,7% de la población (dato que se suele comparar con la cantidad de personas pelirrojas que hay en el mundo). Fausto-Sterling afirma que se debería más bien hablar de un “continuo” entre masculino y femenino, y que “el sistema de dos sexos que está incrustado en nuestra sociedad no es adecuado para abarcar todo el espectro de la sexualidad humana”. Sin embargo, las sociedades occidentales insisten no sólo en mantener la ficción de los dos sexos, sino en seguir “castigando” a todo lo que no encaje ahí. Un castigo que va desde la estigmatización hasta la violencia que se sigue ejerciendo sobre esos cuerpos, por parte de la ciencia y de la sociedad toda.

    Actualmente se cuenta cada vez con más evidencia de que la cirugía a edades tempranas puede provocar daños físicos y psicológicos para las personas intersexuales, y existe, por el contrario, poca evidencia de sus supuestos beneficios. Uno de los riesgos de la cirugía de “normalización” es, por ejemplo, asignar a la persona “el sexo equivocado” al definirse por una de las dos opciones. Otro riesgo es que, para reparar errores, muchas veces se somete a las personas a una serie de cirugías adicionales, llegando a contar hasta 30 o 40 cirugías. Entre los daños físicos aparecen las cicatrices; la incontinencia; la pérdida de la sensación y función sexual; la necesidad de una terapia hormonal de por vida; así como consecuencias psicológicas como depresión o trastorno de estrés postraumático.

    Me resulta extraño que todas esas personas que se oponen, por ejemplo, a las cirugías de reasignación de sexo de las personas trans, no digan nada acerca de este tipo de prácticas médicas que se realizan sin el consentimiento libre e informado de la persona que es sometida al tratamiento. ¿Por qué, si todo lo basan en el respeto a “la biología”, sostienen un discurso que en verdad no refleja la realidad biológica de muchas personas? Sería algo así como decretar que solamente existen en el mundo personas morochas y personas rubias, y que aquellas personas que nacen pelirrojas, en realidad son desviaciones que hay que corregir y se tienen que teñir el pelo el resto de su vida y borrar las pecas.

    Dicho así parece gracioso, pero no lo es: este tipo de razonamiento tiene consecuencias espantosas para una parte relevante de la población. A partir de esta lógica, por ejemplo, hay deportistas a quienes se les prohíbe participar de competencias internacionales, porque sus cuerpos no coinciden con lo que alguien definió como las únicas dos opciones posibles. Aunque hay muchísimos ejemplos, el caso reciente más emblemático es el de la corredora sudafricana Caster Semenya, a quien, para poder competir, le obligan a tomar pastillas que reduzcan el nivel de testosterona que su cuerpo produce naturalmente. Semenya tuvo que dejar de tomarlas porque la hacían sentir siempre enferma; entonces, tuvo que dejar de competir. Semenya es una mujer dentro del espectro intersexual: cuando nació, le asignaron el sexo femenino, porque así son sus genitales externos. Como mujer creció y se desarrolló. Sin embargo, el hecho de tener cromosomas XY y producir determinada cantidad de testosterona (algo de lo que solo se dio cuenta después de ser una corredora exitosa, y haber sido sometida a estudios), la convirtió en alguien sin el derecho a hacer lo que ama y en lo que, además, es la mejor del mundo.

    A pesar de toda la evidencia, mucha gente quiere seguir creyendo que las “niñas de rosado” y los “niños de celeste” son las únicas opciones de vida posibles: hacer como que todo lo demás no existe, como teñir compulsivamente a todos los pelirrojos. Hablar de las personas intersexuales y visibilizar su existencia es una forma de ayudar a reducir el desconocimiento sobre el tema, y, así, también la violencia y la discriminación que estas personas sufren. Porque hay mentiras que ya es hora de dejar de repetir.