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    La misión en Haití, que fue un parteaguas para la izquierda, termina con una exitosa actuación militar e incertidumbre sobre su eficacia

    Trece años de tropas uruguayas en el mar de las Antillas

    A mediados de 2004 el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva dio luz verde para que su país encabezara una misión de los cascos azules en Haití, dejando descolocados a muchos dirigentes frenteamplistas, que la rechazaron. Brasil argumentó que era mejor que los latinoamericanos se hicieran cargo de estabilizar a Haití en lugar de la clásica intervención estadounidense en su patio trasero.

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    El primer envío de un contingente uruguayo, solicitado por el gobierno de Jorge Batlle al Parlamento, no tuvo el voto de la bancada del Frente Amplio, que mantenía aún fresco el recuerdo de la última invasión de los marines estadounidenses, luego apoyados por tropas de Francia y Canadá, y el secuestro del presidente Bertrand Aristide que fue expulsado a Sudáfrica y debió vivir muchos años en el exilio.

    En una segunda instancia, ya en las puertas del gobierno nacional, la bancada del Frente Amplio se alineó. Aunque muchos expresaron disgusto, solo el diputado socialista Guillermo Chifflet no acató la disciplina y renunció a la banca en 2005 para no votar un aumento de la participación uruguaya en la Misión Estabilizadora de las Naciones Unidas en Haití (Minustah, por su acrónimo en inglés).

    Recién algunos años después, el diputado del Movimiento de Participación Popular (MPP) Esteban Pérez renunció a su banca luego de demandar múltiples veces que el sector político liderado por José Mujica discutiera el caso de Haití y sobre el final del período pasado también se sumó el diputado Luis Puig.

    El Partido Independiente (PI), encabezado por el actual senador Pablo Mieres, tampoco dio su voto en este caso, porque pensaba, igual que Chifflet, que no se justificaba desembarcar una fuerza militar y que Haití necesitaba otro tipo de ayuda.

    A esa misma conclusión llegó también el propio jefe de la Minustah, el general brasileño Augusto Heleno, al punto que pidió regresar antes del plazo y fue relevado. Cuatro meses después de asumir, su sucesor se habría suicidado.

    Nada de eso detuvo a los alrededor de 13.600 cascos azules uruguayos (12.100 del Ejército, 1.200 de la Armada Nacional y 300 de la Fuerza Aérea) que se fueron relevando año a año en Puerto Príncipe motivados por un salario mejor que en casa y la perspectiva de cierto crecimiento profesional.

    La barra.

    El martes 16, con una barra repleta de uniformados y la presencia de los comandantes, los ministros Jorge Menéndez (Defensa) y Eduardo Bonomi (Interior) y el ex presidente Luis Lacalle, entre otros, el Senado homenajeó a los uruguayos que el 8 de mayo, después de casi 13 años, arriaron oficialmente el pabellón nacional en el cuartel de Morné Cassé, cerca de la frontera con República Dominicana.

    Según dijo a Búsqueda el senador blanco Javier García, la inédita presencia de los militares en el hemiciclo y la felicitación finalmente votada por unanimidad del Senado, esconde que el asunto volvió a poner incómodo al oficialismo y eso explica que unos días antes se hubiera realizado otro homenaje, en la plaza de armas del Comando del Ejército, con presencia del canciller Rodolfo Nin y discurso del ministro Menéndez.

    Esta vez, el lugar de Chifflet fue ocupado de manera simbólica por la senadora Constanza Moreira, que no ingresó a sala. Moreira explicó en Internet las razones de su ausencia en una columna que tituló “Regreso sin gloria”, tomando prestado el nombre local de la película sobre las secuelas de la guerra de Vietnam por la cual Jon Voight y Jane Fonda ganaron un Oscar en 1979 (ver recuadro).

    ¿Regreso sin gloria?

    Además de dinero, experiencia y prestigio, la Minustah dejó a Uruguay 12 blindados de transporte de personal checos, 28 camiones Ural rusos y, lo más nuevo, 22 Jeep estadounidenses que, junto a otros equipos menores, saldrán por mar rumbo a Montevideo en un flete pagado por Naciones Unidas.

    Fuentes oficiales dijeron a Búsqueda que las misiones en Congo y Haití representaron para el Ejército unos U$S 19 millones anuales de ingresos por concepto de viáticos (sueldos), U$S 12 millones por concepto de reembolso del equipamiento, que se reducirían 25% al finalizar la misión en la parte más pobre de la vieja isla La Española.

    La senadora Moreira, sin embargo, sostuvo que desde Haití llegaron hasta U$S 80 millones en un año.

    Durante el gobierno de Mujica, se entregaron U$S 3,2 millones como aporte al desarrollo del país, pero fuentes oficiales dijeron que no hubo un seguimiento desde la Cancillería.

    Para el politólogo especializado en Defensa Julián González, la de Haití fue la más polémica de las contribuciones de tropas que el país haya realizado a las Naciones Unidas (ONU) desde el despliegue de 1992 en Camboya.

    “Vista con perspectiva histórica, la política de los países sudamericanos —con Brasil a la cabeza— (…) puede interpretarse como un intento de asumir la responsabilidad de resolver una grave crisis en Haití, ubicado en una zona de alta sensibilidad geopolítica en la región y además poner en obra un enfoque diferente de cooperación internacional”, sostuvo González en marzo pasado en el semanario “Brecha”, luego de que el presidente Vázquez confirmara el retiro.

    Para este académico, que trabajó como cooperante durante varios meses en el pequeño país de las Antillas, “la realidad actual de Haití vuelve inevitable calificar el ensayo como fallido”.

    Fuentes oficiales explicaron que eso no invalida la actuación de los cascos azules uruguayos desde el punto de vista profesional y humano, sino las decisiones estratégicas del país. Uruguay obtuvo, además de beneficios económicos y una misión para las Fuerzas Armadas, mayor prestigio internacional y eso fue reconocido por todos los partidos en la sesión del Senado.

    Otra cosa es que los haitianos recibieran un beneficio proporcional a los costosos recursos empleados.

    Para el último jefe del batallón uruguayo en Haití, coronel Daniel de Armas, la misión fue exitosa porque ayudó al país a fortalecer su institucionalidad.

    “Existía caos social y económico y entonces la primera función fue lograr seguridad interna. No fue un fracaso: hay un gobierno electo, un Parlamento, un Poder Judicial y una Policía”, afirmó este oficial que cuenta con seis misiones en su haber, cuatro de ellas en África.

    De Armas dijo a Búsqueda que si bien hubo poca participación en las últimas elecciones, los cascos azules contribuyeron a que estas se realizaran con normalidad y dejan un país en mejores condiciones. Destacó que, de forma paulatina, el componente militar de la misión fue reemplazado por unidades de Policía de Naciones Unidas y del propio país.

    Esta visión no es compartida por el Comité de Solidaridad con Haití en Uruguay. Los sindicalistas Andrés Olivetti y Mónica Riet opinan que en las últimas elecciones en Haití no solo hubo bajísima asistencia a las urnas (alrededor de 20% de los habilitados), sino fraude y corrupción para instalar un presidente adicto a Estados Unidos (ver recuadro).

    Después de una larga campaña en el primer país descolonizado del continente, las Fuerzas Armadas uruguayas tienen ocho muertos. La primera baja fue un cabo del Ejército que murió en un accidente de tránsito mientras viajaba en un blindado. El teniente coronel Gonzalo Martiriné quedó sepultado bajo los escombros del estado mayor de la Minustah el 12 de enero de 2010, cuando un gran terremoto azotó Haití. Seis integrantes de la Fuerza Aérea (FAU) murieron cuando un Aviocar C-212 que tripulaban cayó en las montañas con cinco oficiales jordanos a bordo en octubre de 2009.

    La viuda del capitán José Larrosa, el oficial que mandaba la aeronave, dijo en 2011 al diario “El Observador” que se enteró un mes después de la muerte de su esposo que la FAU fraguaba las horas de vuelo para cumplir con las demandas de la ONU y que el piloto no tenía experiencia en ese avión, sino en los brasileños Bandeirantes, y que apenas había volado cinco horas sobre territorio haitiano.

    El entonces ministro de Defensa Luis Rosadilla admitió que la FAU realizó “ponderaciones” en los registros de horas de vuelo de los pilotos uruguayos para que estos pudieran acceder a las misiones de paz.

    Aunque hubo casos de demanda por paternidad, no se presentaron denuncias por delitos sexuales. El caso más complejo se produjo con cinco integrantes de la Armada que fueron indagados y algunos procesados por la Justicia militar en Uruguay luego de “actos aberrantes” con un adolescente local.

    Además de los accidentes, los uruguayos también debieron enfrentar situaciones críticas, sobre todo en el barrio capitalino Cite Soleil, el lugar donde fue tiroteado el segundo jefe de la misión, el general uruguayo Raúl Gloodtdofsky en enero de 2007.

    Una década después, las bandas en esta zona de Puerto Príncipe, donde residen unas 600.000 personas, aún son fuertes y podrían volver a ser motivo de preocupación en el futuro.

    Las dificultades de presupuesto para unas Fuerzas Armadas acostumbradas al ingreso que significan las misiones de paz podrían llevar a aceptar una nueva en África. Aunque el ministro Menéndez lo descartó por ahora y declaró que se demandaron fuerzas especiales que el país no está dispuesto a enviar, fuentes militares dijeron que dependiendo de la evolución, el próximo destino podría ser la Republicana Centroafricana.

    Información Nacional
    2017-05-18T00:00:00