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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáArgentina: novelas negras. Jorge Fernández Díaz es un muy importante periodista y escritor argentino. En 2014 publicó su novela negra “El Puñal”, que narra —con singular maestría— la trama siniestra de la corrupción del gobierno en Argentina y, en particular, su vinculación no menos siniestra con los Servicios de Inteligencia puestos a ser soporte operativo de la actuación perversa del poder.
A pocos meses de su exitosa aparición, la referida novela se ha visto sobrepasada como un rayo por la realidad. Un fiscal denuncia (no imputa, no acusa, solo denuncia) un hecho de características impresionantes: en casi 300 fojas y con más de 900 CD de horas y horas de grabaciones legales de comunicaciones telefónicas, cuenta que desde el poder mismo del Estado argentino se pergeñó un plan destinado a encubrir el atentado a la mutual judía AMIA, acaecido hace dos décadas, plan que tenía como objetivo recomponer las relaciones económicas del país sudamericano con el persa, debido a la necesidad imperiosa de contar con un soporte energético dado el terrible déficit que en esa materia tiene Argentina. Involucra directamente como autores y partícipes del plan delictivo a la presidenta argentina, su canciller y personajes menores de la política: un piquetero antisemita, un violento líder de una escuadra de golpeadores seriales y otros personajes que como los anteriores están más próximos al “lumpenaje” que a una organización sofisticada de mafiosos altamente preparados.
Dentro del plan denunciado (y como objeto principalísimo del mismo) incluye el objetivo del levantamiento de las llamadas “Alertas Rojas” de Interpol: en la causa AMIA están imputados varias personalidades y funcionarios iraníes, los cuales tienen posibilidad muy limitada de movimientos dado que pueden ser capturados por Interpol atento a la denuncia que pesa sobre ellos.
A partir de la presentación del fiscal, todo en Argentina pasó a un tercer plano: la inflación, el cepo, la falta de tampones, Boudou, Báez, la ruta del dinero K… todo. Y también a partir de la denuncia, la trama de los hechos se sucedió con una velocidad impresionante: el fiscal presenta su escrito, pide que en la feria judicial se dé curso a su denuncia, la jueza interviniente rechaza la habilitación de la feria judicial; el fiscal es entrevistado por cuanto medio periodístico existe; la Comisión de Legislación Penal de la Cámara de Diputados lo cita para el lunes a fin de dar explicaciones, los diputados K avisan que irán a la reunión “con los tapones de punta”; el ejército de aplaudidores K invade las redes sociales profiriendo cuanta amenaza existe sobre el fiscal; funcionarios se suman con el tradicional “si la tocan a Cristina va a haber quilombo” y… el domingo anterior al lunes en que debía ir a dar explicaciones al Congreso aparece muerto de un tiro en la sien. El primero en arribar al lugar es el secretario de Seguridad, Berni; ¿debía ir Berni al lugar? Contundente respuesta: no; a las pocas horas anuncia que todo pinta para pensar en suicidio. La presidenta, tan afecta a competir con el mismísimo Chávez en el uso de la cadena nacional, no la utiliza y en cambio publica una carta en Facebook decretando que fue un suicidio y echando sombras sobre el accionar del fiscal, haciéndole al mismo preguntas que obviamente ya no podría contestar: estaba muerto. A los dos días una nueva carta en Facebook de la presidenta: no fue para ella, ahora, suicidio. “Convencida” dice que fue homicidio. Y el objetivo del mismo: “Tirarle un muerto”. Lo mataron, según su peculiar argumento, para perjudicarla a ella.
Pericias, informes, contrainformes, testigos, confusión, caos.
La saga continúa: al momento de escribir estas líneas ya se encuentra en Israel el periodista Damián Pachter, que fue quien dio la primicia sobre la muerte del fiscal: desde su publicación en su cuenta de Twitter de la tremenda noticia su vida fue un calvario: amenazas, persecuciones. Al punto que decide comprar un pasaje a Montevideo: los medios oficiales publican sobre los datos del viaje, violando el Estado su intimidad. Finalmente llega a Tel Aviv.
Todo esto, en una semana. La brillante imaginación del gran escritor Fernández Díaz no hubiese podido condensar en siete días la novela negra de la realidad argentina. La Argentina, en cambio, sí puede.
Muchos dicen que ahora en el país se viven momentos de gran incertidumbre. En eso, difiero: esta novela negra tiene un final por todos conocidos. El tiempo pasará. De a poco y casi sin darnos cuenta, Kicillof, el cepo, las DDJJ para importaciones, el desabastecimiento, la falta de tampones, Báez, Boudou, la inflación, etc., recuperarán el protagonismo momentáneamente perdido. Y la presidenta argentina abandonará el Facebook utilizado para comunicarse con la ciudadanía por motivos de crisis institucional y volverá a las tradicionales cadenas nacionales de radio y televisión para anunciar la reapertura de un criadero de cerdos en Formosa o la inauguración de un complejo deportivo en Chubut. Es decir, para lo importante.
Argentina es una novela negra. Lástima que nunca el final nos traiga, siquiera, un poco de asombro o de sorpresa.
Por último, una mención al periodista Pepe Eliaschev. Hace más de dos años este valiente profesional denunció que el canciller argentino mantenía reuniones secretas en Alepo con su par iraní, cuyo objetivo era logar la firma de un tratado con Irán cuya finalidad real era la impunidad para los imputados de aquel país. “Loco” y “pseudoperiodista” fueron los adjetivos calificativos que le aplicó el canciller al periodista, al que llamó, también, mentiroso. Un homenaje pues al fallecido Pepe Eliaschev, que escribió toda la verdad desnudando la desvergüenza del Sr. Timerman.
Raúl Geller