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Es el mentor de Jazz a la Calle. No es el único fundador, pero fue quien empezó a rumiar la idea, diez años atrás. No es el director, pero durante los nueve días su celular no deja de sonar. No es ni siquiera el presidente de la asociación civil que ha transformado a una ciudad de 40.000 habitantes en epicentro de un movimiento cultural sin precedentes en el país. Pero es sin dudas el referente. De joven, ni siquiera le gustaba el jazz. Dice que no lo entendía, pero le interesaba descubrirlo. Entretanto, lideró el grupo de rock y pop melódico Fantasía, que durante 30 años recorrió incansablemente todo el país y siete provincias argentinas. No es un productor profesional, pero es quien levantó el teléfono y entró a llamar a músicos y empresarios de Soriano para armar las primeras reuniones, donde se empezó a bocetar la idea de un encuentro de músicos en las calles de la ciudad conocida como la Coqueta del Hum.
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Luego de ocho años, Horacio “Macoco” Acosta es el alma máter del Encuentro Internacional de Músicos Jazz a la Calle, que este año volvió a crecer tanto en su convocatoria popular como en su calidad artística. Pero está muy lejos de ser el festival de Macoco. Hay cientos de personas involucradas con su realización. El actual Jazz a la Calle es el fruto de toda una comunidad comprometida cien por cien con un objetivo artístico y social, porque la Escuela Jazz a la Calle funciona todo el año y se nutre del aporte de varios miles de socios para que un centenar de niños y adolescentes de Soriano aprendan música en forma gratuita. En ese espíritu de acción colectiva y despersonalizada radica la prédica de este funcionario bancario que nunca habla en primera persona.
Por todo eso, Jazz a la Calle es hoy un evento único en el país: por la cantidad de músicos que se inscriben (este año fueron más de 400 grupos), por la cantidad de músicos que participan (unos 300), por la cantidad de gente que concurre (unos 1.000 en las calles y más de 2.000 por noche en la Manzana 20, con picos de hasta 3.500), pero por sobre todo por el grado de participación de toda la sociedad mercedaria: músicos, empresarios, comerciantes, vecinos, estudiantes, empleados públicos y privados, para formar una enorme red de voluntarios que sacan el encuentro adelante. Algunos más visibles, otros menos, una cantidad de gente se pone el encuentro al hombro y trabaja en régimen “24/7” durante más de un mes para hacer posible esta locura.
“Creo que se ha logrado que esto se institucionalizara. Que no fuera el festival de Macoco, ni de fulano, ni de mengano. Que fuera de la ciudad, como lo es ahora, con su directiva conformada. Luego de varios años sin elecciones, ahora se hacen rigurosamente todos los años. Tuvimos bastantes dolores de crecimiento, que fueron necesarios porque de ellos se aprendió mucho. Aprendimos a cuidar la institucionalidad y eso hizo que se volcara mucha gente a ayudar. Todos los días viene gente que dice ¿para qué me precisan? Por eso el festival crece y crece”, contó Macoco a Búsqueda bajo el quincho de su casa, en la calle Paysandú. Y explica que no es casualidad que esto haya sucedido en Mercedes, una ciudad próspera, habituada desde sus inicios a la unión de fuerzas a través de múltiples organizaciones civiles.
Pero no fue sencillo lograr que tanta gente se ponga la camiseta de Jazz a la Calle. “Esto al principio resultó muy agresivo para mucha gente. Había un fuerte rechazo. Sufrimos bastante. Recibimos un duro castigo a través de la prensa por querer hacer un festival de jazz en Mercedes, por parte de gente que tendría que haber estado integrada al movimiento porque sus beneficios sociales eran para ellos. Para mí proponer hacer jazz en Mercedes fue como inmolarme. Muchos seguidores del grupo no lo entendieron. Pero esa etapa ya pasó”, relata este hombre cuya serenidad parece a toda prueba, incluso cuando se emociona hasta las lágrimas al recordar a los músicos argentinos que murieron en 2008 en un accidente pocos kilómetros antes de llegar a la ciudad.
Identidad por decreto.
La evocación de esos primeros años lo lleva directamente a la génesis del festival, de la cual fue protagonista: “Esto empezó en Montevideo. Sentía que había muchos músicos con cosas muy interesantes para decir y muy pocas orejas para escucharlos. Yo trabajé casi 40 años haciendo música comercial, y creo que en forma bastante digna, pero Montevideo nunca se enteró de que el grupo Fantasía estuvo durante 30 años. Creo que en un momento hubo una necesidad de decretar una identidad para la música uruguaya. Un núcleo de músicos vinculados a otros aspectos que a la música dijeron: la música uruguaya es esto y todo lo demás por fuera de eso no es música uruguaya”. Aunque no da nombres, Acosta alude inequívocamente al movimiento del Canto Popular, en auge 30 años atrás. “Eso hizo que muchísimos músicos quedaran excluidos de la música popular y tuvieran que irse al exterior. Se consideraba que si no había letra casi no era música, y vamos, la música tiene por sí misma mucho más que decir que una poesía escrita. La música puede transmitir sensaciones que no se pueden contar escribiéndolas. ¿Cómo te cuento cómo suena un concierto de Chaikovski?”
Macoco opina que la música uruguaya “quedó presa de la canción”: “Se fue reduciendo a una guitarra y un tamboril como mero acompañamiento intrascendente de letras que decían cosas importantes. No les resto importancia a esos grandes escritores que fueron clave en ese tiempo, pero ese crecimiento de la poesía achicó mucho la música uruguaya”. Por otro lado, entiende que quienes hacían música sin contenido político o religioso, quienes se preocupaban más por la estructura musical, quedaban relegados. “Les pasó a los mejores, incluidos los hermanos Fattoruso, por supuesto”.
En su análisis de la realidad musical uruguaya, Macoco vio algo que no duda en catalogar como “una injusticia”: “Había músicos que dedicaban muchas horas por día y que no se interesaban en el marketing ni en las marquesinas. Y eran el soporte de algunos cantantes, buenos y malos. Esos músicos en algunos casos gigantes terminaban siendo el soporte de algunas letras, buenas o malas. Sentía que en Montevideo no podía dar una mano para revertir eso, pero que en Mercedes sí era posible”.
Los hechos no hacen otra cosa que darle la razón a ese visionario apodado Macoco. Cada año, 300 músicos de una decena de países invaden Mercedes durante diez días. Poco tiempo atrás, nadie lo hubiera imaginado.