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    La razón de los indecisos

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2166 - 17 al 23 de Marzo de 2022

    Hacía mucho tiempo que Uruguay no estaba dividido casi en tercios. Ya llevan más de veinte años las mitades. Un poquito más de un lado, un poquito más del otro, la torta siempre se parte cerca del medio. De un lado el Frente Amplio y del otro la ahora coalición multicolor, aunque antes recibió otras designaciones. Ninguno de los dos son bloques uniformes, pero sus integrantes –más allá de que pertenezcan a sectores o hasta a partidos distintos– sí comparten una predisposición a votar hacia uno de los lados, juntos. Como Nacional y Peñarol, no agrupan al 100% pero si se suman los dos, es un porcentaje pequeño el que queda afuera.

    Las “familias ideológicas”, aquellas de las que habló por primera vez el líder colorado Julio Sanguinetti a fines del siglo pasado, parecen ser solamente dos y haber llegado para quedarse. Así ha ocurrido en todas las elecciones desde 1999. Las distancias entre unos y otros nunca fueron abultadas, ni siquiera en disputas en las que el resultado ya era evidente de antemano. Un ejemplo es la ley que habilitaba a Ancap a asociarse con capitales privados, aprobada en 2003. Se sometió a consulta popular en el peor momento del gobierno de Jorge Batlle, todos pronosticaban una derrota apabullante del oficialismo, pero la diferencia que llevó a derogarla fue de aproximadamente 60 a 40.

    Ahora, con el referéndum sobre 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) que tendrá lugar el próximo domingo 27, algo parece haber cambiado. No por el resultado pronosticado, que según prevén también será en mitades parecidas. La diferencia está en que a menos de dos semanas de que se celebre el acto eleccionario, casi uno de cada tres uruguayos todavía no definió su voto. Eso es lo que muestran los últimos sondeos de opinión pública, que dividen a la ciudadanía en tercios: uno a favor del Sí, otro a favor del No y otro indeciso.

    No hay antecedentes recientes sobre esa gran cantidad de dubitativos a tan pocos días de que las urnas se pongan arriba de las mesas receptoras. A esta altura del partido, ya más cerca de los descuentos que del pitazo inicial, no superaban el 10% los que se mantenían indiferentes a los dos equipos. Ahora son muchos más los que miran en silencio, sin manifestar emociones y por eso ni siquiera es posible saber cuál de los dos competidores está jugando de locatario. Es un escenario que complica, por desconocido, y aumenta el riesgo de cualquier pronóstico. Así al menos me lo trasmitieron varios analistas políticos y de opinión pública.

    Dos preguntas surgen de la nueva realidad: 1) ¿Qué fue lo que pasó? 2) ¿Es bueno o malo? Obviamente, no hay una sola respuesta para cada una de ellas y especialmente abundan los matices, esos que hacen que el fiel de la balanza nunca llegue al punto medio y que la verdad se escurra como si fuera gelatina apretada por un puño. Pero sí hay coincidencias entre las distintas posturas que, sumándole el sentido común, llevan a poder sacar algunas conclusiones.

    En referencia a la primera pregunta, hay al menos tres motivos para explicar el alto porcentaje de indecisos. No son excluyentes y es posible que los que integran ese tercio que se encuentra en una fase de meditación puedan sentirse identificados con uno, con dos o directamente con los tres.

    El primero es la dificultad de resolver si apoyar o no la derogación promovida en el referéndum cuando los 135 artículos que están en cuestión incluyen temas muy pero muy distintos. Alguien puede estar a favor de la portabilidad numérica, en contra del aumento de penas para el microtráfico de drogas en las cárceles y tener dudas sobre el nuevo sistema de garantías de alquileres. Es muy sensata esa postura, y hay muchos ejemplos similares más. Son demasiados artículos en debate y, si se analizan al detalle, es muy difícil estar en contra o a favor de todos.

    Lo segundo es que para muchos perdió atractivo el acto de envolverse en la bandera de un partido político o directamente nunca lo tuvo. Da la sensación de que cada vez son menos los que definen sus posturas sobre cada uno de los temas de discusión pública en función de su pertenencia a una colectividad política determinada. Un analista me decía que calcula que apenas un poco más de la mitad de los uruguayos se considera realmente parte de un partido y, en el otro extremo, casi uno de cada cuatro no tendría problema en votar a cualquiera de ellos, en función de lo que proponen. Son números nuevos, que implican un cambio con respecto al pasado. Uno positivo.

    Lo tercero es que seguramente hay unos cuantos que no tienen interés en decidir sobre algo que entienden que tienen que definir el gobierno y los legisladores oficialistas y opositores, porque para eso los votaron. No es que no crean en la democracia directa en algunos casos, pero consideran que hay otros aspectos, más técnicos o específicos, que corresponde que sean resueltos por los depositarios de su confianza electoral, a los que les pagan el sueldo para que gobiernen o legislen.

    En referencia a la otra pregunta, si es bueno o malo que haya tantos indecisos a días de las elecciones, también las respuestas pueden ser muchas, según los consultados. De todas formas, creo que a priori nadie debería evaluar negativamente que muchos votantes se muevan con más independencia. Cuanto más rígidos sean los bloques, más infructuosos son los debates y de peor calidad el ejercicio democrático. Cambiar es parte de la salud de cualquier sistema, y eso también incluye al voto de las mayorías.

    Por eso entiendo que la situación actual es algo para destacar y hasta para halagar. Y no lo digo porque yo sea uno más de los indecisos. Si lo soy o no, no es relevante para llegar a estas conclusiones. El periodismo implica un desprendimiento de cualquier identificación política y especialmente partidaria. Es desde ese lugar que reflexiono, como corresponde.

    Lo que sí me parece importante destacar es que esa ola de dubitativos que ha ido creciendo y se mantiene muy alta a escasos metros de la costa tiene su razón de ser. Es comprensible que a muchos les falten elementos para definirse y que prefieran no basarse en la campañas y sentencias exageradas y un tanto mentirosas que abundan en estos días. Es además una buena noticia que así sea.

    Capaz que no lo es tanto para los partidos políticos y sus líderes y dirigentes. Tampoco para los gobernantes y los legisladores oficialistas y opositores. Cada vez son menos los que les creen sin cuestionamientos y actúan según ellos recomiendan. Sería hora de que empiecen a tomar nota. No vaya a ser que en un tiempo, cuando miren para los costados y vean que están cada vez más solos, ya sea demasiado tarde.