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El juego es simple: hay que tirar la piedra y saltar de casilla en casilla en un solo pie, sin pisar las rayas divisorias para alcanzar el cielo. El origen de la rayuela es incierto, pero quien la creó cargó de simbología este juego infantil que representa el transcurso de la vida. Con similar concepción lúdica y alegórica, Julio Cortázar publicó en junio de 1963 una novela que en principio iba a llamar “Mandala”, pero que en medio de su elaboración decidió titularRayuela. “De golpe comprendí que no hay derecho a exigirles a los lectores que conozcan el esoterismo búdico o tibetano. Y a la vez me di cuenta de que ‘Rayuela’, título modesto y que cualquiera entiende en la Argentina,era lo mismo, porque una rayuela es un mandala de-sacralizado. No me arrepiento del cambio”, escribió el autor en una carta de 1964.
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Para festejar los 50 años de aquella novela, la editorial Alfaguara publicó una edición conmemorativa que incluye la correspondencia que Cortázar intercambió con Paco Porrúa, su editor en Sudamericana, y con varios amigos e intelectuales. Esas cartas muestran a un escritor convencido de estar creando una obra rupturista y necesaria. Así le escribió a Porrúa en 1960: “Si te interesa saber lo que pienso de este libro, te diré con mi habitual modestia que será una especie de bomba atómica en el escenario de la literatura latinoamericana”.
En 1960, Cortázar estaba por publicar su segunda novela, “Los premios”, pero ya se había embarcado en una narración más ambiciosa que desembocaría en Rayuela. En ese momento era un escritor reconocido por sus cuentos y Jorge Luis Borges le había publicado en 1946 “Casa tomada” en la revista “Los anales de Buenos Aires”. Ese cuento encabezaría en 1951 el conjunto de relatos de “Bestiario”, que sorprendió por la especial forma de traducir la realidad y de narrar la extrañeza. Pero justamente era esa vertiente, que consideraba “psicológica”, la que el escritor quería cambiar: “Muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez publico esto en que estoy metido”, escribió en 1959 refiriéndose a su nueva novela.
Ni la ciudad desmesurada de Carlos Fuentes en “La región más transparente” (1958), ni la exuberancia tropical de García Márquez en “La hojarasca” (1955), ni el realismo crudo de Vargas Llosa en “La ciudad y los perros” (1962): Rayuela era diferente a las novelas pioneras del boom de la literatura latinoamericana. Y una de las razones de esa diferencia fue París, tal vez el único lugar en el que podría haber nacido una historia como esta.
“Yo digo que París es una mujer; y es un poco la mujer de mi vida”, afirmó Cortázar al hablar de la meca bohemia e intelectual de los 60, en donde vivió desde 1951 hasta su muerte. Así, con la visión de un argentino atrapado por París, y con una mezcla de surrealismo y art nouveau, ensayó una nueva forma de contar y tejió un hilo narrativo sin linealidad, que transita por la poesía, el jazz, la filosofía y la literatura.
“Lo que estoy escribiendo ahora será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género. Yo creo que la novela ‘psicológica’ ha llegado a su término, y que si hemos de seguir escribiendo cosas que valgan la pena, hay que arrancar en otra dirección”, explicó en una carta de 1959.Esa dirección sería la “crónica de una locura” que se puede leer a los saltos, como si se estuviera jugando en una rayuela delirante.
El recorrido se hace a través de Horacio Oliveira, un argentino que viaja a París y entabla una relación con Lucía, más conocida como la Maga. Ella es montevideana y vive en un cuarto de pensión con su bebé Rocamadour. Ese cuarto es el centro de reunión del Club de la Serpiente, integrado por un grupo de intelectuales quefilosofan sobre la vida y el arte.
Luego Horacio regresa a Buenos Aires, aunque no puede desprenderse del recuerdo de París y de la Maga. En el escenario bonaerense, el personaje convive con sus amigos Traveler y Talita, trabaja primero en un circo y después en un manicomio, y allí termina de enloquecer. Aún queda un tercer momento en la novela, en el que la trama se disgrega en textos que complementan momentos anteriores de la historia, en recortes de periódicos, en citas de libros o en fragmentos de lo que escribe Morelli, una especie de álter ego de Cortázar.
“En realidad me propongo empezar por el final, y mandar al lector a que busque en diferentes partes del libro, como en la guía del teléfono, mediante un sistema de remisiones que será la tortura del pobre imprentero”, escribió Cortázar en otra carta. Curiosamente, lo innovador que tuvo esa especie de “zapping” literario fue con los años perdiendo frescura. Es que el tiempo jugó en contra de esta “novela para armar”, hoy un testimonio de literatura sesentista.
A saltar con la Maga
El personaje más recordado de la novela es una joven naïve de triste historia que convive con seres a los que apenas comprende. Lucía juega a perderse en la ciudad y a encontrarse por azar con Horacio, y para él, ella es la Maga. Su sabiduría es intuitiva y sensorial, porque en esta novela “lo intelectual” pertenece al territorio masculino. Entonces ella “nada en el río”, mientras Horacio “lo mira de lejos”, y ella solo vive, mientras Horacio lo analiza todo.
Muchas jóvenes de los 60 se identificaron con el personaje de la Maga y hasta creyeron ser su fuente de inspiración. En algún momento se la identificó con Alejandra Pizarnik, poeta argentina y amiga del escritor, quien viajó a París en 1960 y llegó a mecanografiar algunos folios de Rayuela. Entre ella y Cortázar se había entablado una comunión espiritual y sentían la misma necesidad de encontrar la palabra justa para nombrar lo inexplicable. Pero posiblemente Pizarnik haya sido una de las tantas “Magas” detrás del personaje.
El bebé Rocamadour muere y la Maga le escribe una carta, y ese es uno de los momentos más hermosos y emotivos de la novela. Y si se abre el libro al azar, como le hubiera gustado a Cortázar, aparecerán fragmentos poéticos y de genialidad literaria, junto a otros de agudeza reflexiva. Pero Rayuela tiene largos pasajes de pura especulación intelectual, en los que el amor, por ejemplo, aparece como una “ceremonia ontologizante”, y quienes lo sufren entran “en la peor paradoja, la de estar quizá al borde de la otredad y no poder franquearlo”. Por eso es comprensible que la Maga sea el personaje más querible y recordado.“Nunca nos quisimos”, le dice Horacio. Y ella le responde:“No hablés por mí. Vos no podés saber si yo te quiero o no. Ni siquiera eso podés saber”.
Rayuela tuvo algo de “bomba atómica”, como había anticipado su autor, y fue adorada por los jóvenes rioplatenses y recibida como una renovación literaria por escritores y por parte de la crítica. La otra parte la miró con recelo y no llegó a comprender su juego. Y Cortázar escribió su fastidio por estas reseñas en una carta al editor: “Mirá, la gente tiene de tal manera metida la literatura habitual en la cabeza, que muy pocos van a entender el sentido de ‘contranovela’ que vos señalaste en la solapa. (…) Estos tipos agarran un libro por dos razones: para ‘divertirse’ o por obligación profesional”.
A diferencia de los cuentos de Cortázar, que continúan provocando inquietud, asombro y deleite literario, hoy Rayuela se lee como si se mirara una hermosa foto envejecida, con varios pliegues y arrugas. Pero seguramente su creador la seguiría mirando con sus grandes ojos de gato y volvería a decir: “¿Y qué importa, che? La rayuelita se va a ir jugando en veredas muy raras, algunas de ellas todavía sin baldosas”.