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    Liceos vintage

    Este año me han cambiado de liceo. El sistema es así. Los profesores no pueden aquerenciarse con una institución porque por motivos misteriosos la movilidad docente nos quita y nos pone.

    Conozco este lugar. Hace 10 años trabajé aquí, y también hace 20. Cada una década aparezco por este liceo que en algún momento remoto supo ser un lujo.

    Escucho a las autoridades decir que este tipo de edificios son “antiguos”. ¿A qué le llamamos antiguos? ¿Un siglo? ¿Cincuenta años?

    Hay colegios privados que llevan décadas funcionando y nunca diríamos que son edificios “antiguos”. Están pintados, con los vidrios en su lugar, los baños renovados, los laboratorios mantenidos. ¿Alguno aún puede decir que los colegios tienen dinero y los liceos públicos no?

    Los dineros públicos para la enseñanza llevan derroteros que no alcanzan a iluminar mi razón. Porque este en el cual trabajo, que es una estructura arquitectónica impresionante —de ningún modo “antigua”, sino más bien moderna— está deprimente. Deteriorado.

    Pasado más de medio siglo, el inexorable tiempo corroe los caños, los baños adoptan un aire pestilente, las paredes pintadas caseramente se ven mustias, los gimnasios se convierten en espacios desnudos, en los patios se resquebrajan los pisos, el mobiliario es arcaico: miles de estudiantes han estado sentados allí, rayando —como es tradicional— los escritorios.

    No veo cambios en las tres oportunidades en que trabajé aquí, como si el reloj se hubiera parado. Pregunto a mis colegas si este liceo ha tenido alguna suerte de reciclaje. Me dicen que no, que solo se hizo la azotea.

    Admirada, no puedo creer que en tantos años no se hayan hecho otra vez los baños, por ejemplo. Me juran que no se ha hecho nada, me cuentan que hay baños de estudiantes que tienen “tazas turcas”.

    Las telecomedias turcas están haciendo furor pero los retretes no se muestran.

    ¿Qué son? “¡Agujeros en el piso!”, me chillan riendo. Luego agregan que los caños se tapan y las aguas oscuras chorrean por paredes hacia abajo, habitualmente.

    Escucho sorprendida. Oigo que se está exigiendo a las autoridades que vengan a comenzar las obras ya. Tienen que dar una fecha o habrá conflicto. ¿Qué sucedió en las pasadas décadas?

    Nada.

    Los estudiantes usaron baño con taza turca. Los pizarrones obsoletos recibieron sucesivas capas de tiza. Solo se adquirieron dos televisores para más de mil estudiantes. ¿Ceibalitas? Ninguna a la vista.

    Para usar una pantalla debemos anotarnos con mucha anticipación en un cuadernito, como si los televisores fueran algo exótico. ¿No debería haber una pantalla por aula?

    Me pregunto por qué un espacio tan bello, aunque vintage, presenta este abandono. Sin duda se limpia, se cambian los vidrios rotos y ahora hay papel higiénico en el baño de los profesores.

    Peor hay algo ancestral y endémico: la desidia de los gobiernos hacia la enseñanza pública.

    ¿Es posible cambiar el ADN de la educación cuando no se tuvo iniciativa para eliminar las tazas turcas y en su lugar poner waters?