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Es un escritor realmente imprevisible, como dijo Thomas Pynchon. Y no puede haber mejor elogio, por llegar de quien llega y por ser exacto. Esta colección de cuentos del brasileño Rubem Fonseca se publicó en 1963. Once relatos de diversa temática y en pocos trazos, pero endiablados. Hoy, a 50 años de su publicación, siguen conservando osadía e ironía y, por sobre todas las cosas, vigencia.
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En “Doscientos veinticinco gramos”, por ejemplo, coinciden tres amantes —que no se conocen— en la sala de espera de una morgue. El cadáver de una mujer, que fue novia de los tres sujetos, está a punto de ser diseccionado. El médico forense permite entrar a uno solo de los caballeros para presenciar la autopsia. Y le brinda un espectáculo, como se dice en la jerga policial, dantesco. Mientras vacía el cuerpo, relata lo que extrae: “Encéfalo... un kilo doscientos setenta gramos. (...) Hígado... un kilo cien. Evidentemente, no bebía. (...) Útero... pequeño y vacío”. Corta, saca, pone de vuelta y borda como una costurera, mientras su testigo está blanco, lívido.
En “Naturaleza-podrida o Franz Potocki y el mundo” Fonseca nos introduce en la estética de un pintor que se ha puesto de moda, pero una moda paranoica en extremo. Los críticos de arte le idolatran. Los galeristas se pelean por su obra. Todos quieren sus cuadros, desde empresarios y políticos hasta amas de casa. En las escuelas, los niños dibujan imitándolo. La realidad comienza a tornarse alucinada, deformante, podrida.
“El enemigo” presenta a un individuo con insomnio que desea reencontrarse con sus compañeros escolares, y en especial con un señor llamado Mangonga. El tal Mangonga le abre la puerta de su casa en calzoncillos. Parece que está dando una fiesta, mejor dicho, una orgía. Luego Mangonga, o el que dijo ser Mangonga, desaparece. Desfilan en la casa otras personas que no tienen ni idea de quién es Mangonga; tal vez ni siquiera sea quien abrió la puerta en calzoncillos. Los recuerdos se vuelven espuma gomosa, se van alterando y metamorfoseando. Lo imprevisible, como dijo Pynchon.
Fonseca (Minas Gerais, 1925) está considerado uno de los escritores más sobresalientes de Brasil y tiene una destacada carrera como cuentista (“El collar de perro”, “El cobrador” y “Pequeñas criaturas”, entre otros) y novelista (“El caso Morel”, “Agosto” y “El gran arte”, entre otras), pero también fue periodista, guionista y comisario, sí, jefe de Policía, un buen caldo de cultivo para desatar la imaginación o registrar la increíble realidad a secas.
“Los prisioneros”, de Rubem Fonseca. El Cuenco de Plata, 2013, 126 páginas, $ 630.