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    Lo que mata es la humedad

    No es broma

    Montevideo, 14 de marzo de 2034. (De nuestras agencias). La intendenta María Inés Obaldía inauguró ayer la flotosenda, un prodigio de ingeniería que permitió, gracias al talento de los técnicos de la Intendencia de Montevideo (IM) y al violento cambio climático registrado en la última década, transformar la vieja bicisenda de la Av. 18 de Julio en un canal de agua, fruto de la canalización de todas las bocas de tormenta del centro de Montevideo en dirección al nuevo canal.

    Como nuestros lectores sin duda recuerdan, hace 10 años a esta fecha se abatieron sobre el Uruguay una cantidad de tormentas, rayos, centellas, granizo y turbonadas que pusieron en serio riesgo no solo la vida humana sino también el funcionamiento de la ciudad con los elementos que hasta entonces se conocían.

    Semáforos, desagües, canalizaciones se vieron literalmente desbordados por una nueva realidad climática, que promovió una serie de cambios hasta entonces inimaginables.

    La flotosenda posee un sistema de góndolas que circulan en ambas direcciones (así como antes lo hacían las bicicletas), desde y hacia el Centro. Las mismas son operadas por funcionarios municipales afiliados a Adeom, siendo gratuitas para el público, ya que se financian con “horas-extra” que cobran los gondoleros (y las gondoleras, claro). Los funcionarios son sorteados mensualmente para esta nueva tarea, para la cual llevan semanas entrenándose.

    En la inauguración de ayer, la primera góndola llevó como pasajeras a la intendenta Obaldía y a la exintendenta Carolina Cosse, navegando desde el Palacio Municipal hasta la plaza Independencia, en medio de los vítores y los aplausos de los vecinos que se habían acercado a presenciar la ceremonia. Muchos de los asistentes incluso se aproximaron peligrosamente a la góndola oficial, para entregarles flores a las dos pasajeras, las cuales, abrazadas, agradecían las atenciones.

    Pero este importante avance tecnológico no fue la única consecuencia de los nuevos climas, sino que probablemente fue el más innovador.

    Cuando empezaron estos cataclismos climáticos, las causas de los desbordes y las inundaciones recogían distintas explicaciones. Desde tiendas municipales, se decía que las bocas de tormenta y los desbordes estaban limpios, y que todo era debido al inesperado cambio climático. Por otra parte, la coalición gobernante entonces acusaba a la IM de no haber preparado los desagües adecuadamente, tras 35 años de gobiernos ineficientes y derrochadores en espectáculos musicales contratados a precios de ópera, en vez de resolver los problemas de la basura, la higiene de las calles y las bocas de tormenta.

    La población en general entendía que los dos bandos tenían parte de la razón, pero los políticos no son muy afines (todos ellos, sean del bando que sean) en concederle al adversario aunque sea parte de la razón.

    El hecho es que en otras zonas de la capital también hubo cambios importantes.

    Por ejemplo, en la siempre inundable zona de la Estación de AFE, Paraguay y La Paz e inmediaciones, el resultado de las lluvias se iba acumulando, los desagües no acababan de tragarse toda el agua caída, hasta que la misma llegó al nivel del primer piso de los edificios de la zona.

    Se decidió pues realojar a todos los habitantes de planta baja y primer piso en los pisos altos (cada apartamento tomaba uno o dos nuevos habitantes) y los garajes, planta baja y piso uno se destinaron al atracadero de lanchas y botes que los ciudadanos que habitaban en esas zonas habían canjeado por sus automóviles, con unos planes muy favorables de financiación que ofrecía el Banco República.

    También la acumulación de agua de las lluvias y turbonadas que inundaron para siempre la rambla de Montevideo, sumada al crecimiento del agua de mar sobre las playas, fruto de las sudestadas crónicas que se instalaron con el nuevo clima, llevó a la creación de los vaporettos de transporte público, similares a los que recorren los canales de Venecia. Estos pertenecen a las mismas empresas de autobuses que circulan por las partes no anegadas de la ciudad, utilizan el mismo sistema de boletos y de tarjetas cargadas, y se detienen en las nuevas paradas, que sustituyeron a las de las calles paralelas a la rambla, en las que la IM construyó unos muellecitos techados. En estos refugios se protegen también de las incesantes lluvias las personas que no toman vaporettos sino taxis, que en estas zonas navegables son lanchas operadas por las mismas compañías que lo hacen con automóviles en las partes no inundables de la ciudad. La patronal del taxi también consiguió unas líneas de financiación para los socios que decidieron aprovechar este nuevo mercado, canjeando sus automóviles por gomones motorizados en los que caben hasta cuatro pasajeros, más el conductor. Afortunadamente se logró evitar que le pusieran mamparas al bote entre el timonel y los pasajeros, porque los técnicos dictaminaron que serían (como las de los automóviles) un factor de riesgo en caso de accidente.

    Otros aspectos novedosos de la consecuencia de todos estos factores fueron, por ejemplo, la transformación de los gimnasios en piscinas, la creación de los atracaderos de lanchas en los estacionamientos de los shoppings, que anularon la planta baja de sus edificios por anegamiento, pero construyeron otro piso en la azotea, para no perder comercios ni clientela, y el incremento del consumo de pescado y frutos del mar, que sustituyeron a la tradicional dieta de carne asada de los uruguayos. Con tanta tierra bajo agua, y con la leña mojada, las tiritas y las colitas de cuadril a las brasas fueron fuertemente desplazadas por el filete de brótola, los langostinos y las rabas a la plancha.

    En fin, un mundo que muestra mucho cambio, pero en el fondo nada nuevo.

    Al fin y al cabo, la vida, hace millones de años, provino del mar.