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    Los Pancho “Papers”

    Graells en el MNAV

    Una madre lee un cuento a sus niños antes de dormir. El texto dice: “Había una vez yerba, azúcar, harina, arroz, papas, carne, café…”. Acompaña un dibujo con una escena sencilla, en blanco y negro, con trazos finos, lo mínimo imprescindible para pintar un mundo. Así de simple y poderoso es el pequeño chiste de Francisco “Pancho” Graells (Caracas, 1944), dibujante excepcional, histórico ilustrador, historietista y caricaturista del semanario Marcha e innumerables publicaciones de relieve mundial. Un personaje curioso que nació en Venezuela y a los siete años se vino a Uruguay con su familia. Creció y compartió redacciones con su lápiz y dibujos a cuestas. Tímido, de mirada indagadora tras sus poderosos lentes, de aire bonachón y fuerte presencia. Llama la atención su rostro de frente anchísima que entra en los inicios de cierta calvicie. Pero lo más interesante es su actitud: un tipo tranquilo, de hablar bajo y pausado, sereno, interesante. Parece escuchar más que hablar, mirar más que apabullar con las palabras.

    Lo suyo es el dibujo y se sabe: el dibujo hace al hombre. La práctica, el ejercicio del silencio, la voz de los personajes, la ejecución de rasgos mínimos, detalles imposibles de ver en otro lado que no sea en el papel, en su prolífica creación de mundos.

    El chiste de la escasez es buenísimo, cruel pero buenísimo. Salió en “No es chiste”, página de humor de Marcha. La escena la compone la madre sentada en un cajón al lado de una cama donde están los niños. Un farol a queroseno colgado, la ropa remendada y una bufanda que envuelve a la mujer es todo lo que hay. Y claro, la carita de los niños, los ojos redonditos dibujados con puntitos, la boca con una mínima línea, el pelo desordenado y algunos deditos que salen apenas de la frazada vieja. Todo es paupérrimo, frío, de una pobreza y desamparo que aturden. La escena duele. Y duele más si uno piensa que este chiste fue realizado en los años 60 en nuestro país. Un país con escasez de productos, de verdad empobrecido, golpeado, dolorido. Tanto se escribió sobre esa época y parece tan poco al lado de una mínima escena como esta. El chiste tiene más de 40 años. Debería estar en los libros escolares. Una sociedad enfrentada, hambrienta, una inmensa población marginada. En el contexto de crisis y violencia extensamente citado.

    Está en la exposición con más de cien trabajos de Pancho que acaba de inaugurarse en el Museo Nacional de Artes Visuales. Una muestra sólida, precisa, imperdible. Planteada como retrospectiva, permite reconocer a uno de los grandes dibujantes uruguayos, ya veterano y de larguísima residencia en Francia, luego de pasar por Argentina y Venezuela. Reconocido en todas partes, afincado en París y colaborador permanente del diario Le Monde, entre otras publicaciones. Más de cien obras de Pancho recorren dos salas del museo. Hay caricaturas, ilustraciones, chistes, trabajos más cuidados y otros que ofrecen la urgencia de la vieja práctica periodística y que dicen todo sobre su visión y calidad profesional. Pero son todos de un valor histórico y artístico imprescindibles. No es el chiste el que marca la carrera de Pancho, aunque es un notable humorista. Una caricatura de un reconocido dictador argentino lo define: “Y aquellos que opinan que el país no podría estar peor, ignoran de lo que somos capaces”. Lo dice un tipo seco, de rostro excesivo y largo, de lentes impersonales, de mirada oscura. Pero el detalle lo pone una mano sobre la otra que Pancho decide apoyar en primer plano.

    No lo define el chiste pero es finísimo humorista, imprescindible para ofrecer cortes profundos y sutiles sobre la realidad. Hasta en sus imponentes caricaturas, la visión crítica se alimenta inevitablemente del humor. La muestra es mucho más que retazos de una larga trayectoria que, según dijo el autor en una entrevista, debe incluir unos dieciocho mil originales. Tal vez sea otra broma. O tal vez los contó. En cualquier caso, en este panorama, el autor se involucra y ofrece un mundo decididamente compacto, logra recrear una historia personal que lo pinta como artista y al mismo tiempo, la época que le tocó vivir, el tremendo dinamismo de 40 o 50 años de historia mundial. Uno tiene la oportunidad de recordar el tiempo y reflotar dolores, amores, ausencias, protagonistas de crímenes y castigos, de episodios trascendentes, de secuencias históricas que no se olvidarán jamás.

    Los retratos son el plato fuerte de la muestra. En ese desajuste extravagante y revelador que le impone la caricatura, el delicado trabajo de rasgos es un desafío que Pancho atravesó con notable dedicación. El autor no deforma la realidad, la atraviesa y la pone en un nivel de expresividad imponente. No abusa de la tentación “expresionista” tan afín a otros caricaturistas. Se detiene un poco antes de la deformación, un poco más cerca del retrato, ilustra y crea, define un rostro y le impone el carácter. Llaman la atención algunos dibujos de su época de El Nacional en Caracas, como el bellísimo trabajo de la cantante Juliette Greco, con su cabellera negra, la mirada esquiva al espectador. Y otra vez las manos, a la altura del pecho, sostienen un cigarrillo casi en el aire, sus dedos en primer plano que apenas se tocan. El dibujo tiene la composición perfecta, a medio cuerpo, entre los negros del pelo y la ropa, en los ojos que se disparan hacia afuera. Está junto al retrato del Ayatollah Jomeini y el dictador argentino Jorge Rafael Videla. El de Jomeini es una joya. Amenazante, cargado de presagios terribles. El de Videla, siniestro. Hay muchos. Un Quiroga inédito y bellísimo, varias personalidades de la cultura, los más atractivos y diversos. Pícaros o serios, apenas transgresores, finos, perfectos. Así son los “papeles” de este periodista del dibujo. Descubren intrigas y perfiles imprevistos, entretelones y secretos bien guardados. Y dejan al mundo siempre un poco más reconocible, un poco mejor, en cierta forma. Y desde su mano crítica y amorosa, uno termina finalmente reconciliándose con la historia.

    Pancho Graells-Retrospectiva. En el MNAV (Parque Rodó) hasta el 15 de mayo. De martes a domingos de 14 a 19 h.