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    Los bancarios y el país de las maravillas

    Sr. Director:

    Búsqueda, con buenas razones, se reserva el derecho de titular las notas que tan generosamente recibe en sus páginas. Y aunque no me corresponda, entiendo que esta debería ser titulada Los bancarios en el país de las maravillas. Obviamente, el de Alicia.

    Es conocida la historia: Alicia creyó haber caído en un profundo pozo que la condujo a un país surrealista y maravilloso. Vivió allí durante un tiempo, hasta que se despertó y comprobó que todo había sido un sueño.

    La diferencia entre el gremio bancario y Alicia es que toda la peripecia de esta fue onírica. Los bancarios, a diferencia de ella, vivieron una realidad plena… durante algún tiempo. Su sueño no fue esa peripecia, sino la creencia en que el país de las maravillas sería de nunca terminar. Olvidando que siempre aparece esa incómoda Señora Realidad a golpear la puerta con fuerza. Y siempre con una factura en la mano…

    Sucede que los bancos, en cierto sentido, son empresas comerciales como cualquier otra. Pero en otros aspectos son muy diferentes. Y casi únicos. Porque las peculiares características de la mercadería con que trabajan (el dinero) les confiere un poder económico, social y político muy grande. Bien decía el poeta: “Poderoso caballero es Don Dinero”.

    Buena parte de ese poder se transfiere al gremio bancario. Si los empleados de la industria gráfica hacen un paro, aún prolongado, no pasa casi nada. Pero si los empleados bancarios paran durante tres días pueden paralizar el país.

    En una reciente edición de Desayunos informales, uno de los panelistas osó preguntar a los dirigentes sindicales bancarios sobre la razón de que la “caja bancaria” sea un organismo separado de las demás entidades de seguridad social. Ambos sindicalistas exhibieron, de inmediato, su más pétreo rostro, adujeron algunas bobadas (como los partidos de fútbol en los tiempos de Manuel Oribe) y a toda velocidad cambiaron el tema.

    Hizo bien el panelista en plantear la cuestión. Y es razonable que los dos dirigentes sindicalistas hayan huido velozmente. Porque el único motivo valedero y real para tal independencia es que los bancarios —por obvias razones— no quieren compartir con otros trabajadores los beneficios y los privilegios que logran obtener con aquel poder propio del sector bancario.

    Ejerciendo, y abusando, de ese poder, los bancarios han logrado salarios muy superiores a su productividad y muy superiores a los que tienen los demás uruguayos. Cuando utilizo el vocablo salario, empleo el término en un sentido muy amplio: comprendiendo todos los beneficios y ventajas, de todo tipo, que tienen en ese sector.

    Muy bien descriptas, por cierto, en otro programa de Esta boca es mía, en el cual fue entrevistada una directiva de la Asociación de Bancos, la que describió con detalle buena parte de los privilegios de que han gozado los bancarios. Buena parte, no todos.

    Que fueron logrados con el ejercicio de ese poder que nace de las especificidades del sector bancario. Obviamente, si ese poder coercitivo se hubiera enfocado en obtener ventajas para todos los trabajadores, el resultado final habría sido muy distinto. No hubieran logrado tantas ventajas por encima de su productividad. Antes que compartir esos privilegios, parecía mejor reservarlos solo para ellos.

    Esos privilegios se extendieron al sistema de previsión social. Así vemos que los bancarios perciben jubilaciones que exceden muy largamente a las del resto de los uruguayos.

    Todo esto significa, sencillamente, que los bancarios son uruguayos especiales: son uruguayos privilegiados. En la primera acepción del vocablo que nos brinda la RAE. Que corresponde a su etimología: ley privativa. Para algunos rige (los bancarios) y para otros, no (el resto de los uruguayos).

    Todos los privilegios tienen un costo. Y siempre hay alguien que lo paga. No siempre son los privilegiados quienes lo pagan. Y no fueron los bancarios, sino que fueron los bancos, que hacen un aporte jubilatorio de asombro, sideralmente por encima del nivel del resto de las empresas de nuestro país.

    Pero ahí entra a tallar una carencia cultural de nuestro país que impide que la mayor parte de los uruguayos no comprendan con claridad muchos de los problemas que nos afectan. No digo todos los uruguayos, digo solo una parte muy considerable.

    El uruguayo medio suele creer que un tributo —del tipo que sea— será siempre pagado y soportado por aquel que es designado por las normas para hacerlo.

    Y eso es falso. No lo sería si en este pícaro mundo rigiera ese sueño que tanto facilitaría la tarea de los economistas: que una decisión económica no generara nuevas decisiones que modifiquen el panorama global (ceteris paribus). Pero el mundo no funciona así. Y, apenas se designa a alguien como sujeto que deba soportar una carga tributaria (de cualquier índole), se suscitan nuevas decisiones y nuevos procesos.

    Así se da ese fenómeno tan conocido —economía elemental— de la traslación de costos. El sujeto designado por la norma transfiere a otras personas el costo que se le quiso imponer, lo que se hace por medio de los precios. Hacia atrás o hacia adelante.

    Los bancos podrían haber trasladado ese costo asombroso hacia atrás. Por ejemplo, bajando las tarifas que pagan a UTE y Antel o reduciendo los ingresos de sus empleados.

    Pero eso les hubiera sido imposible. Cómo se opera esa traslación de costos, y en qué medida se hará, es algo que depende de la especificidad de cada mercado y de las elasticidades de demandas y ofertas. Hay rigideces que impiden hasta el más mínimo traslado: como las que son propias del gremio bancario, de UTE y de Antel.

    Por eso, inevitablemente, los bancos han debido trasladar esos costos insólitos hacia los adquirentes de sus servicios, donde la rigidez es escasa: “Poderoso caballero es Don Dinero”. Lo cual es el motivo por el que los bancos, hasta ahora, han tolerado esa exacción desmesurada.

    En el programa Desayunos informales, Leonardo Haberkorn planteó esta situación en forma breve. El sindicalista contestó con un lote de vaguedades y cambió de tema rápidamente. La tienen clara.

    Los altos intereses que los bancos uruguayos cobran a sus clientes están determinados por ese costo tributario del privilegiado sistema de previsión especial de los bancarios. No todos los clientes lo pagan por igual. Las empresas grandes tienen poder suficiente para reducir ese costo adicional que recae con toda su fuerza en los sectores de ingresos medios y bajos, que se ven forzados a pagar intereses tan desmesurados como los sueldos y las jubilaciones de los bancarios (obviamente, no es ese el único factor que lleva a las nubes los intereses habituales en nuestro medio, pero es un factor importante).

    Estos son los que han pagado con su dinero (o sea, con el fruto de su trabajo) los privilegios salariales y jubilatorios del gremio bancario. Todos esos uruguayos deberían tener bien en claro que cada vez que pasan sufrimientos y carencias por todo el dinero de que tienen que desprenderse cada vez que pagan sus deudas es porque parte de ese dinero se destina a llenar los sedientos bolsillos de los bancarios.

    Sucedió lo que tenía que suceder: los bancos no solo trasladaron costos a su clientela, sino que empezaron a tomar medidas para aliviar esa carga. Porque el traslado nunca puede ser completo, siempre algo queda de cargo del sujeto designado por la norma para hacerse cargo del costo.

    Hay menos bancos. Y se han ido incorporando procesos para disminuir la cantidad de empleados. Seguramente, la compra de financieras por algunos bancos tenga algo que ver con esto.

    Y eso llevó a que se despertara Alicia y comprendiera que el país de las maravillas solo existe en los sueños. Llegó la señora Realidad para pasar su factura.

    Y así, hoy nos encontramos con 19.000 jubilados (que disfrutan de los ingresos más altos del sistema uruguayo) y 18.000 aportantes.

    Es obvio que los aportantes no pueden sostener ese monto de jubilaciones y otros beneficios. Por eso, los bancarios están intentando sumar a alguien que los pague. Porque es mentira que se trate de un mero problema de liquidez pasajera.

    Nos dicen que no pretenden que sea el resto de los uruguayos quienes les sigan pagando los elevados salarios y jubilaciones que persiguen. Pero eso es un imposible. Si el Estado tiene que hacer algún aporte, seremos todos los demás uruguayos (vía impuestos) quienes aportaremos para que el gremio bancario pueda seguir viviendo en el país de Alicia.

    Y si son los bancos los que se hacen cargo, aumentando su carga tributaria, serán sus clientes de mediano y modesto porte quienes tendrán que dedicar su escaso dinero a engrosar los siempre ávidos bolsillos de los bancarios.

    No hay otra solución. Porque no es cierto eso que dicen los sindicalistas en cuanto a las ganancias exorbitantes de los bancos. Si así fuera, otros estarían haciendo cola para ingresar. Y sabemos, más bien, que hay algunos con ganas de irse. Por algo será.

    Esto —el final del sueño de Alicia y el aldabonazo de la Señora Realidad— ya se había visto en el año 2008. El gremio bancario logró imponer una solución que, evidentemente, no podía durar demasiado tiempo. Como no duró.

    Pero, al incorporar a su caja bancaria a los empleados de todo otro sector financiero, lograron que los aportes jubilatorios de esta masa de empleados fueran utilizados por su caja bancaria en mantener vigente el nivel de los bolsillos de los bancarios jubilados. Su caja: es decir, la de ellos, los bancarios.

    La inevitable consecuencia fue que ahora no hay para pagar las jubilaciones. Ni las muy generosas de los bancarios ni las mucho más modestas de quienes fueron incorporados con una finalidad tan clara como indebida.

    No sé cómo se podrá arreglar este problema. Pero no parece fácil que el gremio bancario pueda seguir su alegre farra de tantos años. La Señora Realidad está golpeando a la puerta con mucha fuerza. Como es su desagradable costumbre.

    Pero lo que sí tengo bien presente es que no se podrá salir de este lío si no se presentan las cosas claramente. En estas mismas páginas evoqué una conocida cita de Confucio: “Si el lenguaje no es correcto, entonces lo que se dice no es lo que se quiere decir. Si lo que se dice no es lo que se quiere decir, entonces lo que debe hacerse queda sin hacerse”.

    Pues bien, cuando los sindicalistas hablan de las necesidades de la “caja bancaria”, están faltando a la verdad. Se trata de las necesidades de los jubilados del sector bancario y de sus elevadas jubilaciones. Lo que se dice no es lo que se quiere decir. Cuando dicen que se trata de un problema de liquidez financiera que se arregla por sí solo dentro de 10 años, faltan a la verdad. Los problemas son, fundamentalmente, dos: que las jubilaciones son demasiado altas para nuestro país y que cada vez hay menos aportantes. Y eso no se arregla si no se llama a las cosas por su nombre.

    Cuando dicen que no quieren que nadie fuera del sistema aporte dinero para mantener las elevadas jubilaciones de los bancarios, se refieren a los bancos, los trabajadores, los jubilados y el gobierno.

    Pero, nuevamente, lo que se dice no es lo que se quiere decir. Porque, si es el gobierno el que aporta el dinero, lo terminamos pagando —por vía de impuestos— todos los uruguayos que no somos bancarios. Y si lo aportan los bancos, lo tendrán que soportar —por vía de intereses— los uruguayos no bancarios de medianos y modestos ingresos.

    La solución nunca se hallará si no llamamos a las cosas por su nombre. O sea, si no dejamos de hacernos trampas al solitario.

    Enrique Sayagues