—¡Bravo, bravo…! ¡Así se canta una canción con sentimiento…! ¡Bravo!
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCarlos Gardel, parado sobre su butaca, aplaudía entusiasmado la versión que su amigo Ignacio Corsini, a quien admiraba, había hecho de Caminito en el sainete Facha tosta, en un teatro de la calle Corrientes.
Gardel, para entonces, llevaba grabados tres discos con ese tema. Terminado el espectáculo corrió al camarín y le cedió a Corsini sus derechos —tenía un contrato con Odeón por el cual no se autorizaban nuevas versiones de sus exclusividades con el sello— para que pudiera grabarlo. Obviamente, Odeón accedió a los deseos de su artista principal.
Caminito, que ha sido difundido universalmente como tango, fue sin embargo registrado como “canción porteña”, una denominación poco usual. Su composición reserva, para quienes no conozcan su historia, saber de unas peripecias disfrutables y quizás solo posibles en aquellos tiempos.
La letra es en verdad un poema que hizo el puntano Gabino Coria Peñaloza (1881-1975) —radicado la mayor parte de su vida en Chilecito, La Rioja— en el verano de 1903, y al que tituló Caminito, poesía de amor. Recién veinteañero, estaba profundamente enamorado de una joven profesora de música, y juntos se encontraban en una parte solitaria de un terroso sendero que salía de la plaza principal de Olta, otra localidad riojana, y llevaba al poblado vecino de Loma Blanca. La familia de la muchacha, que se oponía a la relación, se mudó a otra provincia y el desprendimiento entristeció a Coria Peñaloza y le condujo a crear un melancólico poema de despedida.
Hoy, al comienzo de ese sendero, hay un monolito que recuerda esta anécdota como una especie de prueba de que Caminito se llama así por él, aunque ahora esté asfaltado, y no por otro lugar.
La música fue hecha por Juan de Dios Filiberto (1885-1964)… ¡veinte años más tarde y sin conocer aquellos lejanos versos!, quien, vaya curiosidad, también se inspiró, y con una notoria melancolía, en una zona del barrio bonaerense de la Boca. Debo ser preciso: allí hubo un pequeño arroyo que, al secarse, se transformó primero, y por años, en un caminito ondulado y luego cedió su espacio a las vías de los trenes de carga que iban al puerto: “Siendo pibe, yendo al taller donde trabajaba, yo cruzaba ese camino todos los días y justo ahí, vaya a saber por qué, me sentía con nostalgia y rememoraba, pese a ser un chiquilín, las cosas que ya eran pasado”.
En 1959, este caminito, ya convertido en calle, fue declarado —por iniciativa del pintor Benito Quinquela Martín— “Museo popular”; en el presente es un centro cultural y turístico.
Precisamente fue Quinquela quien, en 1920, en un café de la calle Florida, presentó a Coria y Filiberto. Devino, enseguida, una gran amistad y una dupla que compuso otros éxitos relevantes, caso de El pañuelito (de ese año) y La cartita y La vuelta de Rocha (ambos de 1924). Recién una tarde de 1925, Filiberto le tarareó a Coria una melodía, inspirada en “su” caminito, pidiéndole que le escribiera la letra. El poeta garabateó algo, quedó en continuar y a los pocos días olvidó el asunto; cuatro meses después, Filiberto le recordó el compromiso y Coria decidió revolver viejos papeles que conservaba, esperanzado en hallar algo para cumplir con el amigo. ¡Y apareció el poema que, dos décadas antes, le había surgido de una frustración romántica! Es decir, “su” propio sendero de memorias que, sin duda, da título a la clásica canción.
Caminito tuvo su primera versión, en vivo, el verano de 1926, en el Concurso de Canciones Nativas del Corso Oficial de Buenos Aires. Obtuvo el primer premio. A las grabaciones de Gardel y Corsini siguieron, al discurrir de los años, centenares de placas de artistas no solo rioplatenses sino del mundo entero. Como dato singular vale la pena recordar que “los tres tenores” —Pavarotti, Domingo y Carreras— lo incluyeron en el repertorio del concierto ofrecido en las Termas de Caracalla, en 1990, con una orquesta dirigida por Zubin Mehta.
Junto a La cumparsita y A media luz, Caminito comparte el honor de ser una de las canciones nacidas de la música popular de Uruguay y Argentina más difundidas en el planeta.
Jorge Luis Borges contó que, hablando allá por 1929 con Nicanor Paredes, a quien dedicaría una milonga, este le confesó que Caminito no le gustaba porque la encontraba “demasiado científica”. Está claro: fue, partiendo de su esplendorosa imaginación, una de las tantas ironías con que solía divertirse el excepcional escritor.