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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá¿Inmigraciones peligrosas? Europa entera sufre el terror de ser invadida por inmigrantes. Los europeos explican que su civilización corre el peligro de ser arrasada por hordas de extranjeros pobres e ineducados que pertenecen en su mayoría a otra religión, otra cultura, otra raza. ¿Qué será de Europa si esta barbaridad no se detiene? ¿Deben los europeos aceptar que gente que poco o nada tiene que ver con su tradicional modo de vida ingrese masivamente en su territorio? A primera vista la preocupación parece justificada. Muchos europeos de ideas progresistas la comparten. Los conservadores, que son muchos, se indignan, protestan, claman por medidas correctivas a sus dirigentes políticos. Aquellos que prestan oído y se muestran sensibles son recompensados en las urnas. En estos tiempos el nacionalismo da alto rédito político.
Se me ocurre que el peligro no sea tan grave. Sospecho que el nacionalismo irracional y la xenofobia sean mucho más peligrosos para los europeos. No tengo duda de que ambos pueden ocasionar muchas más lágrimas y sangre de las que son capaces de provocar estos seres humanos abandonados, desposeídos y expulsados de su propia tierra. Expulsados por la violencia o por la desesperación que provoca la miseria.
¿A quién amenazan tan mortalmente estos desdichados individuos que buscan un lugar para vivir en paz y con un mínimo de dignidad humana para sus familias? ¿A la cultura europea? ¿Cuál de todas ellas? Europa posee una extraordinaria riqueza y variedad cultural. ¿Son acaso lo mismo la cultura la italiana y la sueca? ¿La francesa y la greca? ¿La lituana y la húngara? No, decididamente no. Estas culturas muy diversas han convivido, sin destruirse, en algunos casos desde 1958 —la Europa de los seis— y han ido integrando otras culturas paulatinamente, siendo Croacia la última incorporación en 2013. La Unión Europea de 28 países tiene una población de 512 millones de habitantes. El Espacio Schengen, creado en 1995, abolió el control fronterizo entre 26 países y permite la libre circulación de más de 400 millones de habitantes. La gran crisis migratoria, que tiene su pico en el año 2015 y desvela a Europa, supuso el ingreso de menos de 2 millones de inmigrantes. ¿Tendrán ellos la fuerza para hacer tambalear las culturas arraigadas en cada uno de estos países europeos? Lo dudo.
¿Será entonces que esta ola migratoria de países árabes, africanos del sub-Sahara, India y Pakistán amenaza la religión de los europeos? Habría nuevamente que preguntar cuál de ellas, porque Europa tampoco tiene una sola religión y las guerras y persecuciones por esta causa han sido épicas. Aun admitiendo que el cristianismo es dominante, la forma de vivir e interpretarlo, en el plano teórico y práctico, es muy distinta; por lo que se requeriría un ataque tan sofisticado como diversificado para derrumbar el conjunto. ¿Y la amenaza del Islam? Nadie puede negar que el extremismo islámico representa un peligro para todo el mundo civilizado (incluso el islámico) y la mejor forma de combatirlo es forjando sociedades laicas que no estén dispuestas a dejarse influenciar por los fanáticos e intolerantes que alimentan el odio, la discriminación y el prejuicio contra otros seres humanos. Y esto incluye, naturalmente, que el Estado laico debe ser capaz de defenderse y de identificar, combatir y neutralizar completamente los sujetos o las organizaciones religiosas fanáticas y violentas. Pero ese es otro tema.
Queda entonces la amenaza de distorsiones en el mercado laboral y la seguridad social o la desviación de escasos recursos públicos para atender las necesidades de estos individuos. Pero el mercado laboral del mundo entero está en un proceso de rápida y profunda mutación. La desaparición de puestos de trabajo tradicionales, la automatización de tareas, la robótica, el envejecimiento poblacional, el proteccionismo y el estancamiento del intercambio comercial son los temas que merecen la preocupación de los europeos. Atribuir a la nueva ola de inmigración la responsabilidad de este inminente sacudón al status quo es aferrarse a un prejuicio para no enfrentar la realidad. Y es consabido y notorio que un enemigo extranjero es el prejuicio ideal.
En estos días en que se juega el Mundial 2018 es maravilloso observar cómo seres humanos de todo origen puestos en un campo de césped en igualdad de condiciones se distinguen unos de otros individual y colectivamente solo por sus virtudes y talentos. Y todo el mundo (literalmente todo el mundo) lo acepta. Se valora, se idolatra, a quien demuestra mayor talento, habilidad o temple. No hay prejuicios, no importa el color de la piel, la creencia religiosa o la raza. Y no es que el fútbol por arte de magia haya anulado o camuflado estas diferencias. Cada cual sigue siendo como es, tiene el aspecto físico que tiene, se persigna o no antes de patear un penal, agradece el gol que acaba de hacer alzando la vista y las manos al cielo o apoyando la frente en el piso. Es la característica personal de cada uno y como tal se respeta. En nada afecta a las reglas del juego, que es lo que a todos nos importa.
Volviendo al tema que nos ocupa. Las reglas del juego en cada país son el resultado de un largo proceso acumulativo de compromisos y acuerdos y su virtud fundamental es que son aceptadas. Ellas establecen también que hay un principio de autoridad que todos acuerdan reconocer. Quien vive en un país, o quien se integra a él, debe respetar las reglas de juego. Esto no significa que no pueda intentar influenciarlas y cambiarlas de algún modo, pero no puede avasallarlas. El inmigrante no puede imponer condiciones que esa sociedad aún no ha aceptado. ¿Debe renunciar a sus principios, a sus ideales? De ninguna manera. Nadie se lo exige. Sus principios y valores son parte de su fuero íntimo. Deben ser respetados de la misma manera que él debe respetar los pactos de la sociedad que lo acoge.
Gonzalo Pérez del Castillo