Con gran dificultad levanto el teléfono para llamar a mis tres lugares de trabajo para avisar que estoy enferma. Otra vez. Hace poco estuve con una gripe feroz y el médico me indicó tres días de reposo.
Con gran dificultad levanto el teléfono para llamar a mis tres lugares de trabajo para avisar que estoy enferma. Otra vez. Hace poco estuve con una gripe feroz y el médico me indicó tres días de reposo.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl día que me reintegré, la gripe seguía cebada en mí pero trabajé doce horas, hasta salir en la medianoche helada de dar clase a esperar un ómnibus en el descampado. Al día siguiente trabajé otras doce horas en Canelones. (Las clases, por si alguien no lo recuerda, se dan de pie, paseando por el aula, a voz en cuello. Nunca un docente se refugia en un escritorio a tomar té).
Me vine en un interdepartamental, aunque tal vez hubiera sido mejor llamar una ambulancia.
Así que nuevamente hube de llamar médicos, centros de certificación, centros educativos, cadetes de farmacias, etc. A pesar de todos los esfuerzos que hago por no faltar jamás, estas gripes demoledoras me van a colocar en las estadísticas del muy mal visto por la sociedad “ausentismo docente”.
Me cuestionan: para qué trabajo tanto. Sonrío y callo. Dada mi precariedad laboral —solo tengo efectividad en uno de los tres centros donde trabajo— más vale pájaro en mano que ciento volando. Los azarosos horarios no dependen de mí, ni las horas puente, y nadie paga nocturnidad en este mettier. Se trabaja y punto.
Completamente opa, la gripe no me permite leer, ni corregir trabajos, ni preparar clases. Solo miro tele en un sofá que ya ha perdido su relleno.
Y entonces lo veo. Una y otra vez. Luis Suárez se ha lastimado un músculo. Su imagen rodando por el césped aferrado a su pierna se pasa en cámara lenta, se repite: su rostro crispado de dolor que muestra en todo su esplendor sus enormes dientes. (A pesar de los millones de euros que gana, al parecer Suárez no se decide a iniciar un tratamiento de ortodoncia. Sus dientes forman parte de su identidad —lo cual está muy bien— y funcionan a la perfección en caso de lesión dolorosa, cuando el rictus de la boca permite observarlos en primer plano).
Todos están terriblemente compungidos y Suárez permanecerá en reposo dos o tres semanas. Algo más que los tres días que indicó para mi gripe “A” el médico certificador.
Nadie discute el dolor de una estrella de fútbol. Por si alguien tiene dudas de su tragedia corporal, la imagen acapara los horarios centrales de los informativos.
Un familiar me llama para ver si necesito algo; le digo que en mi edificio el portero eléctrico ha sido clausurado por motivos de seguridad, así que hay doble cerradura y bajar a abrir enferma es conspirar contra la curación.
Y de pronto, escucho al otro lado del teléfono: “¿Viste qué mala suerte la de Luisito?”.
Adivino que está hablando de Suárez, pero no doy crédito a mis oídos. El Uruguay del siglo XXI ha erigido a Suárez como héroe y a los docentes engripados como un mal social.
Esa misma noche escucho, no a Luisito, sino a Raulito. Defiende la suba del IRPF diciendo: “Que paguen más los que ganan más”.
Le falta decir los que trabajan más.
Los que se engripan más.