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    Malones del posmodernismo

    Como relámpagos que de pronto iluminan el cielo, los estallidos sociales y otros datos contundentes rompen la gris cotidianidad y dejan intuir el verdadero calado de la crisis en la cual están sumidas algunas sociedades con veleidades de vivir un proceso progresista.

    Me refiero en especial a hechos de actualidad a ambas márgenes del Río de la Plata. Primero recibimos un nuevo certificado del patético estado de la educación en las otroras orgullosas patrias de Varela y Sarmiento, legendarios maestros cuya obra echó las bases de un crecimiento, una prosperidad y una integración social de dimensiones mundiales.

    El bajísimo nivel de los estudiantes uruguayos y argentinos es un termómetro del naufragio educacional en nuestros países y un anuncio de lo que vendrá. Y es que el círculo vicioso avanzará inexorablemente, generando mayor analfabetización y liquidando las posibilidades de desarrollo de estos países, pues una población sin preparación intelectual impide cualquier crecimiento sostenible.

    Uruguay y Argentina son incapaces de formar ciudadanos. Son incapaces, incluso, de formar mano de obra competente, en condiciones de enfrentar las exigencias tecnológicas de los nuevos tiempos. Alcanzando ribetes de inusitado histrionismo, las autoridades defienden la idea de que estos jóvenes, que no pueden sumar 2 + 2, entender lo que leen o aprender las ideas científicas más elementales, son la semilla del legendario hombre nuevo del socialismo.

    Es imposible no ver una íntima relación entre el bajón educacional y el brote de desmanes colectivos en forma de saqueos. Aludir a la vieja tradición de saqueos para justificar lo sucedido últimamente es inútil, pues lo que se ha dado en vastas regiones de Argentina representa una novedad. Santa Fe y Córdoba, por ejemplo, no son provincias especialmente pobres. Todo lo contrario. Los saqueos allí no estuvieron protagonizados por masas hambrientas que buscaban comida sino que por personas de los más variados estratos sociales cuyo objetivo era robar todo lo que se pudiera robar. Sobre todo objetos de lujo, según atestiguan las fotos que los mismos delincuentes pusieron en Internet.

    Urge entender el profundo proceso de descomposición social en el cual se dan estos fenómenos. Hay una rápida evaporización de normas básicas de convivencia. Se ha perdido el respeto a la ley y a las instituciones republicanas y existe una fuerte devaluación de los valores morales que durante el siglo pasado hicieron de Uruguay y Argentina sociedades modelo. El espíritu del tiempo es “todo sirve si me sirve a mí”.

    Esta vez, no solo se asaltaron supermercados multinacionales, casas centrales o filiales de grandes tiendas regionales o nacionales. También fueron asaltados modestos negocios, kioskos, mercerías, bares, casas de familia y hasta automovilistas y motociclistas que pasaban por la zona. Clientes de todos los días saquearon la verdulería y la carnicería de la esquina, donde siempre iban a comprar (y donde seguirán yendo a comprar) las papas, la lechuga y los tomates para acompañar la carne. Vecinos atacaron las casas de sus vecinos, gente con la cual comparten la vereda y la parada del ómnibus.

    Las sociedades rioplatenses (lo adelanté hace tres años en Búsqueda) están internándose en un clima de guerra civil. Sin embargo, son pocos quienes aceptan esta perspectiva. La mayoría de la gente pretende tapar el sol con las manos apelando a la supuesta garantía que otorgan viejas tradiciones de urbanidad. Negar “las cosas feas”, por más evidentes que sean, es para muchos una estrategia cómoda, aunque totalmente inútil.

    La situación es grave y continuará agravándose, pues no solo las autoridades relativizan y minimizan las dimensiones sociales y culturales de los saqueos (de la misma manera que relativizan y minimizan la constante caída de la educación): una gruesa franja de la sociedad adopta, además, la estrategia del avestruz y mete la cabeza en la arena para no ver la realidad. Es la misma estrategia de quien pretende combatir un tumor cerebral hablando de las próximas vacaciones.

    Las culpas de todos estos hechos no son ajenas, las causas de los saqueos no son pasajeras, los resultados de las pruebas PISA no son anecdóticos, el proceso de descomposición social no es un invento. Esa incapacidad, o falta de voluntad, de la sociedad para tomar el toro por las guampas es la mejor garantía de nuevos y peores saqueos, de peores resultados educativos aún y de peores condiciones de supervivencia en un mundo condicionado cada día más por la competitividad, la innovación y la búsqueda de la superación.

    En el siglo XIX, Sarmiento publicó su gran obra Civilización o barbarie. En más de un sentido, según el sanjuanino, esa lucha estaba condicionada por la puja entre el campo y la ciudad. El campo representaba la barbarie y la ciudad la civilización. Ilusión vana: hoy, la barbarie crece y avanza en el seno de las ciudades. Es allí donde arrecian los malones del posmodernismo.