Como el líder negro seguía preso, la distinción fue entregada de forma simbólica en el Paraninfo en un acto que tuvo como maestra de ceremonias a la activista Beatriz Santos (actual directora de la Unidad Afro de la Intendencia de Montevideo) y en el que participaron el vicerrector Jorge Brovetto, el dirigente de la comunidad afrouruguaya Agapito Carrizo y el actual embajador itinerante Romero Rodríguez, uno de los pocos uruguayos que luego estuvo con Mandela, la primera vez en Dinamarca y la segunda en la Conferencia contra el Racismo, en Durban (Sudáfrica).
Además de los estudiantes, salvo unos pocos como el ex preso político José Luis Massera, que tenía la doble condición de dirigente comunista y renombrado matemático, el filósofo Juan Flo y el antropólogo Renzo Pi —recordó esta semana Rama a Búsqueda—, la clase política y los propios universitarios no demostraron especial interés en la distinción ni asistieron al acto.
Para el historiador Gustavo Faget, esa frialdad se debió, entre otras cosas, a que Uruguay mantenía relaciones diplomáticas y comerciales con el gobierno de ese momento de Sudáfrica.
En una serie de artículos publicados en la revista digital “Va de nuevo”, Faget analizó las raíces históricas de esos lazos, el papel de Sudáfrica en la guerra fría y concluyó que, a partir de los estrechos vínculos que tuvo la dictadura, Uruguay fue una de las bocas de salida del oro sudafricano cuando Naciones Unidas decretó boicot al principal productor mundial del metal.
El general uruguayo Boscán Hountou realizó un viaje a Sudáfrica que fue interpretado como un respaldo a la política de apartheid, mientras que el vicealmirante Hugo Márquez, como jefe de la Armada propició sin éxito la creación de una OTAS mediante la firma del Tratado de Cooperación del Atlántico Sur, destinado a la defensa mutua de dos regímenes que encontraban afinidad dado que estaban aislados, explicó a Búsqueda una fuente del Palacio Santos.
Según Faget y su colega Gabriel Quirici, a pesar de que Uruguay votó todas las sanciones a Sudáfrica en la ONU, poderosas razones comerciales llevaron a una actitud ambigua, lo que explica que no se interrumpieran las relaciones diplomáticas e incluso continuaron las deportivas, como las regatas.
Uno de los puntos más críticos de ese proceso fue la visita a Montevideo, en marzo de 1988, del canciller sudafricano Roelof Botha. El ministro fue recibido por su colega uruguayo Luis Barrios Tasano, lo que provocó fuertes reacciones contrarias, sobre todo de la izquierda local.
Consultado esta semana por Búsqueda, el ex presidente Julio Sanguinetti sostuvo: “No rompimos relaciones porque la política de Uruguay siempre fue no romper con los regímenes contrarios a nuestros principios, como la Unión Soviética por ejemplo. Pero bajamos la presencia diplomática al mínimo, no teníamos embajador sino apenas un encargado de negocios y nadie de nuestro gobierno visitó oficialmente el país”.
Paralelismos con Mujica.
En el libro “El legado de Mandela”, el redactor jefe de la revista “Time” Richard Stengel, que durante años trabajó en la autobiografía junto al primer presidente negro de Sudáfrica, describe algunas de las características de la personalidad del líder sudafricano compatibles con las del mandatario José Mujica, entre ellas cierta indiferencia por los objetos materiales.
“Mandela tuvo muchos maestros en la vida, pero el más importante de todos fue la cárcel. La cárcel moldeó al hombre tal y como lo vemos y lo conocemos hoy”, opinó Stengel.
Dos representantes de la Fundación Mandela, entrevistados por Búsqueda en 2011, avalaron la existencia de un paralelismo entre el sudafricano y Mujica. Uno de ellos, Verne Harris, dijo que “la comparación es muy razonable, nosotros no podemos hablar por Mandela, pero creo que él estaría muy cómodo con esa comparación”.
El historiador Quirici resumió la elogiada actitud de Mandela. “En vez de canalizar todas las energías en una revancha, en un pase de factura y derrotar a los blancos, Mandela se propuso convivir con ellos, conocerlos y generar un sistema democrático”, resumió en una entrevista en radio El Espectador, donde reconoció que para ello tuvo que dejar de lado buena parte del programa de cambios económicos de su partido, el CNA y como consecuencia el 43% de los sudafricanos, en su mayoría negros, viven con menos de dos dólares diarios.
Una comparación de Mujica con Mandela, al menos en cuanto a la actitud constructiva y no revanchista a la salida de la cárcel, fue realizada también por el ex comandante de la Armada Oscar Debali. Durante una entrevista con Búsqueda poco después de asumir el mando en abril de 2010, el almirante dijo que son “actitudes muy particulares que no se ven con mucha frecuencia en el mundo. Yo lo veo como la actitud de Mandela”.
Para el ex presidente Sanguinetti, Mandela es “el más aplaudido pero el menos seguido”. En un artículo que se publica esta semana en “Correo de los viernes” sostuvo que “el valor del perdón es el mayor símbolo de Mandela”, pero que “desgraciadamente, este valor del perdón no es hoy generalizado ni mucho menos”, ya que “el juicio y castigo ha sido enarbolado en muchos países contra quienes en su tiempo ejercieron la represión”.
“Una especie de madre Teresa”.
En otro artículo publicado esta semana, el sociólogo argentino Atilio Boron se situó contra aquellos que, en su opinión, de forma “premeditadamente equivocada”, presentan a Mandela como “un apóstol del pacifismo y una especie de Madre Teresa de Sudáfrica”. Boron recordó que después de la matanza de Sharpeville, en 1960, el CNA y su líder “adoptan la vía armada y el sabotaje a empresas y proyectos de importancia económica, pero sin atentar contra vidas humanas”.
Según Boron, que se le adjudique a Mandela haber terminado con el régimen del Apartheid “es una verdad a medias”, porque “la otra mitad del mérito les corresponde a Fidel y la Revolución Cubana, que con su intervención en la guerra civil en Angola sellaron la suerte de los racistas, al derrotar a las tropas de Zaire, del ejército sudafricano y de dos ejércitos mercenarios angoleños organizados, armados y financiados por Estados Unidos a través de la CIA”.
Estos hechos de la guerra fría que evocó la muerte de Mandela debieron haber pasado por la cabeza del presidente cubano Raúl Castro cuando el martes 10 quedó frente a frente con el jefe de Estado estadounidense Barack Obama.
En 2000, William Clinton y Fidel Castro habían estado en una situación parecida. Raúl Castro fue jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias durante la intervención militar cubana en Angola, en la que murieron unos 2.600 soldados de la isla.
El primer presidente negro de Estados Unidos y Castro fueron recibidos con sendas ovaciones en el estadio de fútbol FNB de Johannesburgo, donde miles de personas esperaron pacientes bajo la lluvia el comienzo de los funerales. Camino a la tribuna, Obama estrechó la mano y cambió algunas palabras con Castro, besó a la presidenta brasileña Dilma Rousseff y abrazó al secretario general de la ONU Ban Ki-moon.
“Se necesitó un hombre como Mandela para liberar no solo al prisionero, sino al carcelero también; mostrar que debes confiar en los otros para que ellos confíen en ti”, dijo Obama, y agregó que “nuestro trabajo todavía no terminó”, ya que “en el mundo hoy todavía hay niños que sufren con hambre y enfermedades, y personas todavía perseguidas por su apariencia” y “hombres y mujeres en prisión por sus creencias políticas”.
Cuando le tocó el turno a Castro, afirmó que “jamás olvidaremos el emocionado homenaje de Mandela a nuestra lucha común cuando nos visitó el 26 de junio de 1991” y dijo que “el pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África’”. Castro no se privó de recordar que Cuba “ha tenido el privilegio de construir y combatir junto a las naciones africanas”.
El gobierno uruguayo designó al canciller Luis Almagro, y al subsecretario de Industria, Edgardo Ortuño, para que concurran a las exequias.
Política
2013-12-12T00:00:00
2013-12-12T00:00:00