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    Morabito, bito, bito…

    No es broma

    “Morabito, bito, bito / ven para decirme adiós / no me dejes ir solito / vámonos juntos los dos” —dice una rima infantil que cantábamos en la escuela durante los recreos. Profética, la maestra que nos enseñó el versito.

    El Rocco se ve que también la aprendió en la scuola donde le enseñaron también a contar la cocaína por kilos y por toneladas, y la puso en práctica el viernes pasado.

    Yo estaba de lo más contento juntando datos de las encuestas para explicarles por qué tooodas ellas se van a equivocar con los resultados del domingo próximo, cuando me agarró en un corredor el director, y me dijo que no perdiera el tiempo en fruslerías, y que me dedicara a un tema serio, como la evasión de Morabito & Asociados de la Cárcel Central.

    Resignado, me puse a juntar datos y detalles de este apasionante caso policíaco, que luce unos maravillosos ribetes surrealistas, más propios de Luis Buñuel que de Agatha Christie.

    Lo primero que hice fue entrevistar al carcelero nocturno de la Cárcel Central, don Braulio Tescú Chopoco, quien me recibió muy cordialmente en la celda de reclusión temporaria en la que se encuentra alojado desde que se le escapó el pájaro más grande que tenía en su jaula, mientras se sustancia el sumario correspondiente.

    He aquí un resumen del diálogo que mantuvimos.

    —Don Braulio, dígame si no le llamó al menos la atención escuchar unos ruidos nocturnos…

    —¿Guido Magurno? ¡No!, ese no era el nombre de este muchacho que se fugó, pero hábleme fuerte que ando medio sordo…

    —(Alzando la voz) ¡Le pregunto si mientras agujereaban el techo los que se fugaron no se sentían ruidos!

    —¿Estrecho? ¿De qué estrecho me está hablando? ¿Me pregunta si fumigaron? ¡Claro que fumigaron! Ni un bicho hay en ese piso, los matamos a todos…

    Yo deduje que a todos los bichos no los mataron, porque al menos cuatro se le escaparon antes, pero preferí dejarla ahí con este sordo, que se ve que se bancó todo el agujero sin escuchar nada. Me dirigí a la celda de al lado, donde está provisoriamente recluido Lisandro Soyco Rupto, oficial de primera a cargo de la puerta principal de la Jefatura.

    —¿Usted notó algo extraño esa noche? Porque me dicen que uno de los cuatro salió caminando tan campante…

    —Yo vi salir a un señor muy amable que se despidió y me dijo: “Nos vemos en Miami”, y me dejó un sobre con unos pasajes de avión que dijo que le habían regalado, pero que él no iba a usar, y que los usara yo, y nos veíamos en unas semanas por allá, cuando a mí me den la libertad negociada que está tramitando mi abogado con el fiscal. Realmente no se me ocurrió preguntarle nada más, un señor muy correcto, no recuerdo haberlo visto antes.

    La que me resultó muy interesante fue la anciana por cuyo apartamento salieron los fugados, tras haber salido de la Cárcel Central por la azotea.

    —Señora, ¿cómo fue el susto y la impresión tremenda que se llevó usted al despertarse en medio de la noche y encontrarse a tres sujetos que habían ingresado a su apartamento por la ventana, tras romper la persiana?

    —Ah, qué muchachos más correctos, no sabe… El que hablaba con acento italiano me dijo: “Tranquila, nonna, que nosotro no te vamo a far niente, ¿vo tené uno peso que nos pueda prestare?”. Y yo le dije que sí, claro, cómo no le iba a prestar unos pesos, capaz que ellos precisaban para tomar un  taxi, les di los tres mil pesos que tenía, si además al día siguiente, como me prometieron, vino una señora de parte de ellos y me trajo un sobre con tres mil dólares, y unas flores que ellos me mandaban, amorosos los muchachos, y cumplidores, cómo no…

    Por su parte, el inspector de cámaras de reconocimiento encargado de controlar los movimientos callejeros en el entorno de la Cárcel Central, inspector Nemesio Elbeli Nun, me recibió en sus oficinas del cuarto piso de la Jefatura.

    —¿Usted no notó nada raro en alguna de las 65 cámaras ubicadas en el techo, las paredes, las columnas circundantes al edificio de la Jefatura, y las cuatro esquinas del cruce de San José y Yi?

    —Usted sabe que sí, mucho movimiento había, un pichi se había afanado una moto en Soriano y Yi, apareció en las cámaras, y yo lo seguí, agarró por San José como para la intendencia, y…

    —¿Pero no aparecieron tres tipos que salieron del apartamento de al lado, disparando, o medio rápido?

    —Sí, sí, y yo le avisé al guardia de puerta, porque estaba siguiendo al chorro de la moto, y…

    Me fui a ver al guardia de la puerta, que me confirmó que había detenido a los tres sujetos, y les había preguntado para dónde iban, y este les dijo que salían de la casa de la tía de uno de ellos, y que un amigo venía a buscarlos porque habían estado bebiendo.

    —¿Y vino el amigo?

    —Sí, cómo no, le pedí que se identificara, Balcedo se llamaba, me acuerdo todavía, le pregunté si era el mismo que había estado detenido, y me dijo que sí, pero que ahora estaba con domiciliaria, pero que solamente había salido un ratito a buscar a estos tres amigos y se los llevaba para el Chuy, porque se iban para Italia, pero embarcaban en avión en Porto Alegre…

    Llamé por teléfono a la Aduana del Chuy, pedí con el oficial de migraciones, quien me confirmó que un Ford Mustang con matrícula argentina había pasado la noche anterior por la frontera rumbo a Brasil, con cuatro personas, pero que, como exhibieron cuatro cédulas uruguayas, los había dejado pasar sin problema.

    Le conté todo al director, y le dije que iba a escribir una nota sobre el caso. Me dijo que mejor volviera a trabajar sobre las encuestas, que si ponía que Sartori ganaba las internas y pintaba para salir presidente en octubre con Manini de vice, probablemente me creyeran más.

    Pero ya no había tiempo, por eso escribí esta columna. No los culpo si no me creen.