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Luis Lacalle Pou y Carolina Cosse están en la Gran Manzana. Los dos, además, en las Naciones Unidas. El presidente asiste a la Asamblea General de la ONU, que debatirá sobre desarrollo sostenible y solidaridad global. La intendente además es presidente de uno de esos maravillosos engendros de la burocracia internacional, en su calidad de primer mandatario de una entidad denominada CGLU (Ciudades y Gobiernos Locales Unidos), cuya Secretaría General está en Barcelona, España. Se trata de una organización que se define a sí misma (según Wikipedia) como “la voz unida y la defensora mundial del autogobierno local democrático, representando de facto a más de la mitad de la población mundial”. El tema de doña Carolina es la enorme preocupación mundial sobre el cambio climático.
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Parece que el presidente Lacalle y la intendente Cosse fueron en el mismo vuelo, pero Fortunato no lo había podido comprobar, porque agarró el informativo de cierre de la tele empezado, y ya estaban dando las noticias de la presencia de ambos jerarcas en los Estados Unidos, cuando él se sentó a mirarlo después de cenar. Fortunato igual especulaba con que hubiera sido cierto, fantaseando si Carolina Cosse también habría viajado en clase turista, como Lacalle, si se habrían saludado, si habrían conversado entre ellos, qué habrían comido a la hora de la cena (“¿pollo o pasta?”), y ya se estaba quedando dormido.
El informativista interrumpe los videos de ambos viajeros rumbo a sus conferencias en Nueva York para informar que, si bien no se había proporcionado información oficial, había trascendido (por relatos de viajeros que llegaron en el mismo vuelo) que durante el viaje se habían registrado severas turbulencias, las que habrían provocado cierto nerviosismo, debido a que, entre otras cosas, se habían abierto los compartimientos superiores del avión, cayendo incluso algunos bolsos y portafolios que se habrían abierto, desperdigando sus contenidos. Los papeles dispersos, no obstante, se habían podido recuperar en su totalidad, gracias a la colaboración de varios pasajeros y de las azafatas, que habrían ayudado en la gestión.
Fortunato ya dormitaba y no tenía en absoluto claro si lo de las turbulencias y los bolsos abiertos habría sido cierto, o si lo habría soñado.
A continuación, el informativista entrecortaba la filmación en vivo de ambos discursos, cada uno en la sede que le correspondía, debido al desconcierto que las lecturas de ambos estaba produciendo entre los asistentes, mostrando los rostros muy preocupados de todos, en especial de los integrantes de las respectivas delegaciones de uruguayos.
Carolina Cosse estaba diciendo, en la lectura de su discurso, que “el gobierno se enorgullece de los éxitos logrados en su gestión, en particular de la contención y rebaja de la inflación, así como del aumento del salario real de los trabajadores y la contención del déficit fiscal. (…) Y destacamos además –proseguía– la aprobación de una reforma de la seguridad social que marca un hito en la política jubilatoria, cuando el sistema ya no soportaba más el peso de la masa de los pasivos, poniendo en riesgo el pago de las pasividades en el futuro”. Y recalcaba diciendo que “ninguno de los gobiernos anteriores, que pudieron haberlo hecho, había tenido el coraje y la decisión de encarar una tarea tan patriótica como determinante”.
El asombro no era menos que el que causaba el presidente Lacalle diciendo por su parte que “el gobierno uruguayo es indeciso, titubeante, y carece de rumbo cierto. Y además –recalcaba– en esa carencia de rumbo el gobierno tiene más cosas para explicar que para demostrar, ya que los supuestos logros de los que se vanagloria quedan ocultos tras el clientelismo que lo ha llevado a colocar en puestos destacados a sus correligionarios, otorgándoles retribuciones vergonzosamente elevadas”.
Los asesores de ambos disertantes les hacían el gesto de detenerse, de no seguir leyendo lo que tenían escrito delante de sus ojos, creando así el obvio desconcierto entre los asistentes, confundiendo a los traductores simultáneos a los que les hacían señas de cortar sus alocuciones, mientras los propios disertantes carraspeaban y no sabían bien qué actitud asumir.
Los celulares se recalentaban, las llamadas iban de una sede de la conferencia a la otra, y ya los gritos de los secretarios superaban el volumen de lo que salía por los micrófonos.
Finalmente, continuaba el informativista, se llegó a la conclusión de que, en el momento en que se habían caído los portafolios de los viajeros, abriéndose y mezclándose las hojas que venían adentro de ellos, los discursos de uno y otro de los conferencistas se habían confundido, y el texto de Lacalle había ido a parar a la carpeta de Carolina Cosse y viceversa.
Fortunato se restregaba los ojos, seguro de que todo aquello era más una pesadilla que un sueño, e intentó quedarse un poco despierto para poder comprobarlo, pero volvió a cerrar los ojos, cayendo en un profundo sopor. Tenía mucho sueño, y tendría que esperar hasta el día siguiente para poder corroborar si ese esperpento diplomático era fruto de su imaginación o había ocurrido en la realidad.