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    Ni ladra, ni muerde

     Perruguay es un país poblado por canes de todas las razas, tipos y cruzas.

    No se puede decir que es un país de perros, porque esta expresión es peyorativa, aunque lamentablemente, cada vez se aproxima más a ese deplorable concepto.

    El presidente de Perruguay es un bulldog que responde al nombre de Pepe. Ladra, se rasca las pulgas, se roe cualquier hueso, y duerme sobre unas viejas bolsas de arpillera apolilladas  a las que ama por sobre todas las cosas.

    El vicepresidente es un collie que se llama Danny, y corre por las praderas tratando de ordenar un rebaño por demás díscolo y anárquico, con animales que corren para un lado y para el otro, se pechan entre ellos, se agreden y se desacomodan constantemente, no obstante lo cual el Danny siempre termina por recomponerlos en forma más o menos coherente.

    La población de Perruguay es igualmente variada y diversa.

    Hay labradores que cosechan desde la soja de las praderas a las verduras de las chacras, la fruta de las quintas y las uvas de los viñedos. Hay boxers que laburan duro en las industrias y en el comercio, metiéndoles pechera a las adversidades, sin hacerles asco a los sacrificios.

    En el puerto los ejemplares de gran danés y de rottweiler apechugan con los contenedores en la carga y descarga de los barcos, y las empresas de reparto de comidas a domicilio tienen bandadas de foxterriers trabajando como deliveries en sus peligrosas motitos, mordiéndoles los garrones a los transeúntes que osan cruzarse en sus caminos.

    Pero lo más variado de las etnias caninas en Perruguay se da entre sus autoridades, de las cuales apenas les esbozamos algún detalle más arriba.

    Montevideo, por ejemplo, tiene una gobernadora cruza de chihuahua con salchicha, que responde al nombre de Heladerita, y anda de acá para allá por la ciudad, ladrando en cada esquina sin resolver nada, pero todos le tienen simpatía (o casi todos, porque los dobermadeom, una fiera raza de perros muy agresivos que vive en las cuevas del Palacio de la Gobernación, la corren a tarascones cada vez que la ven pasar cerca).

    El ministro de exteriores de Perruguay es una cruza de basset con mastín iraní, que responde al nombre de Sleepy, capaz de hacer su cucha en cualquier rincón, por inesperado que sea. Últimamente se rumorea que es capaz de encucharse en la Oea, un viejo canil abandonado hace años, donde él dice que es capaz de hacer obra, pero muy poca gente se lo cree.

    Hay ministros dálmatas, beagles, shar pei, golden retriever y alaskan malamute. Hay una ministra que estimula el intercambio turístico, que es cruza de pekinés con salchicha, y un ministerio de lo interior y de la seguridad ciudadana que es el colmo de las paradojas.

    El ministro es un san Bernardo que responde al nombre de Scoobicho Doo, que emite unos ladridos que casi nadie entiende, porque la pelambre de su hocico le traba la emisión de los sonidos, y un subsecretario… que, claro, es un pastor alemán, mejor conocido como perro de policía. Como debería ser.

    Pero resulta que el perro de policía, que ni nombre tiene, porque le llaman simplemente “el Perro”, vive desconcertando a la población de Perruguay con sus insólitas declaraciones.

    Hace un par de meses, ante un caso de gran violencia que conmocionó a la opinión pública, el Perro tranquilizó a la población diciéndole, textualmente, que “si usted no está vinculado al narcotráfico, y si no tiene problemas familiares importantes, tenga la seguridad de que nadie lo va a matar”.

    ¿Qué había pasado? ¿Un ajuste de cuentas entre traficantes de drogas o una vendetta poscarcelaria por un quítame allá este botín? ¡No! El Perro dijo esto después que a un honesto comerciante que había ido al cajero del Géant a depositar el resultado de su trabajo, lo limpiaron como un perro (con minúscula) para robarle su dinero bien ganado.

    Después de eso, y sin solución de continuidad, en Perruguay pasa de todo, y nadie entiende por qué el Perro, y sus perros de policía, no hacen algo por mejorar la situación.

    Roban al Jefe de Policía, al Director de Seguridad Nacional, al Cónsul de Francia en Maldonado, a los turistas argentinos, brasileños, holandeses, alemanes y rusos, y, con el apoyo de Scoobicho Doo, nos dicen que son robos políticos porque estamos en tiempo electoral.

    Pasó el tiempo electoral y matan a una quinceañera en Rocha, a un economista que salió a tirar la basura al contenedor de la esquina, y uno se pregunta si estarían “vinculados al narcotráfico o si tendrían problemas familiares”…

    Todo ello sin despreciar las limpiezas internas de las bandas de delincuentes, y los robos perpetrados por personajes encapuchados que desvalijan supermercados, las cajas del peaje, restaurantes y pizzerías, quioscos y almacenes de barrio, llevándose las recaudaciones, y más de una vez la vida de algún pequeño comerciante que atiende detrás de una reja, pero que ni así puede evitar que lo liquiden. O el señor que fue a comprar clavos y tornillos a la ferretería del barrio, y terminó en el cementerio, donde no esperaba ir sin antes terminar de arreglar las puertas de su casa, a las que había que cambiarles las bisagras.

    ¡Perro! Where are you?

    En el último clásico, suspendido sobre el final por falta de seguridad a pesar de las decenas de perros de policía uniformados que estaban dentro del Estadio, el Perro declaró que la policía no se metía en esas zonas de los taludes “porque es como irritar más a los revoltosos”, y la culminó diciendo que “estas cosas deberían terminar de una vez”…

    Pero si usted, que tiene el mando y la fuerza para reprimir a los delincuentes, a los asesinos, a los revoltosos y a los anormales que estropean los espectáculos públicos no actúa para ponerles fin…¿quién es el que lo tiene que hacer?

    En la playa Pocitos, en la canchita de Buxareo, en un picadito de fútbol, a un tipo le hicieron una moña y un túnel, y entonces rompió una botella y mató al habilidoso clavándole el pico en el esternón. Fue el 3 de enero. Ya no se puede ir a las playas porque los planchas van armados, roban, patotean, agreden y corren a los bañistas.

    Perruguay en manos del Perro corre peligro de seguir en la bajada, rumbo a la catástrofe canina y terminal.

    Y no es broma, mientras el Perro ni ladra, ni muerde.