Ni maldita, ni milagrosa

El filme, que tiene una narración televisiva convencional, primero presenta un caso (el de la pequeña Anny, que es durísimo, en cada convulsión parece que la niña va a morirse), con imágenes caseras, fotografías y voces de familiares que colocan al espectador en situación, luego los entrevistados (madres, padres, especialistas, políticos) hablan con el entrevistador fuera de cuadro, los sombreimpresos indican quién es quién, se intercalan texturas, la grabación profesional, el registro doméstico, los retazos de la televisión, las escenas de la vida cotidiana, dentro y fuera del hogar. Se cruzan relatos, otras historias (una mujer que sufrió cáncer, los padres de un niño con la misma enfermedad que Anny) y, cuando es necesario, se vuelve atrás en el tiempo, obteniendo efectos dramáticos de mayor potencia. Se recrean momentos en los que no se tuvo la fortuna de contar con una cámara para registrarlos. Se utilizan imágenes de archivo, se suman testimonios (médicos, por ejemplo, que sostienen que el tratamiento además puede servir para enfermedades como la esclerosis múltiple y la esquizofrenia). No hay espacio para el sensacionalismo, hay información y respeto. Lo que antes se veía en señales como Discovery Channel o NatGeo previo a que transmutaran sus respectivas programaciones en shows casi interminables de lagartos y tiburones asesinos y camioneros que viajan por rutas de hielo. En ese sentido, lo formal, no hay mayores vueltas.