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    Ni tan lejano ni tan ajeno

    N° 1842 - 19 al 25 de Noviembre de 2015

    , regenerado3

    El horror de hoy recuerda al de ayer y al de anteayer. Y anticipa el de mañana. Hoy fue París, antes fue Beirut o el avión ruso derribado sobre el Sinaí. Está el grupo Boko Haram que aterroriza a Nigeria, los niños muertos día tras día en Siria, las torres de Nueva York y la estación de Atocha, Londres, los periodistas decapitados, los kurdos que resisten palmo a palmo, una primavera árabe que revirtió la rotación del globo y se dirigió directo al peor de los inviernos.

    Es una sangrienta historia de nunca acabar. Y ninguna de ellas nos es lejana o ajena. Basta recordar los 85 argentinos muertos acá, frente a nosotros, en Buenos Aires, con el atentado de la Amia.

    Hay una guerra contra un enemigo que juega a dos puntas. Usa ejércitos para ocupar territorios en Medio Oriente, instalar su califato y eliminar al enemigo con despiadada crueldad; a la vez se esconde entre sus iguales en las ciudades para acribillar y poner bombas.

    No solo esto sucede en el mundo. También algo pasa en la región.

    El domingo 22 se sabrá quién será el nuevo presidente argentino y ello obligará a que el continente se ajuste a una nueva realidad. Y queda Venezuela, con sus elecciones en diciembre, donde sus principales líderes opositores siguen presos tras juicios manipulados. Y acá, en Uruguay, aún hay gente que defiende como democracia lo que a esta altura es una dictadura sin disimulos.

    Hay quienes creen que estos hechos no tienen efecto sobre nuestra realidad. Otros sostienen que desde que el gobierno anterior aceptó el ingreso de refugiados sirios, Uruguay se puso en la mira. Lo cierto es que Uruguay es parte del problema desde mucho antes. Lo es por ser un país democrático, que cree en el Estado de derecho, respeta sus instituciones y está convencido de que cada uno de los que viven en este territorio tienen derechos y libertades que les son inherentes e inalienables. Nada de esto gusta a los terroristas islámicos.

    Por lo tanto, es esperable que desde la Cancillería se diseñe una política exterior que deje bien claros cuáles son los valores que importan y, ante el horror que se expande por el mundo, dónde están sus prioridades.

    Las ambigüedades no tienen cabida. Una presunta y conveniente neutralidad tan solo sería una evasión de responsabilidades y una negación de nuestra identidad como país.

    Antes de que ocurrieran estos últimos hechos, el canciller Rodolfo Nin Novoa había expresado en Paris que Uruguay debía tener una posición clara contra el terrorismo. Dentro del Frente Amplio hubo quienes cuestionaron al canciller como si fuera posible tener dudas respecto a ese tema.

    Es verdad que se trata de un asunto complejo. El autor de los atentados de París, el Estado Islámico (ISIS), es un desprendimiento de Al Qaeda, con quien marca discrepancias. Los atentados en Beirut fueron contra otro grupo terrorista, Hezbollah, al cual enfrenta. ISIS, asimismo, combate contra la dictadura de Assad en Siria, cuya renuncia reclama Estados Unidos pero no Rusia, aunque ambos están contra ISIS. Está el tema de los sunitas contra los chiitas, lo cual hace que países árabes que desconfían de ISIS lo hagan solo hasta un punto. Está Irán. Y Turquía, decididamente en contra de ese califato pero que a veces confunde sus objetivos y también ataca a los kurdos que, siendo también musulmanes, son quienes en forma decidida y sobre el terreno mismo resisten el embate de ISIS como nadie más lo hace.

    Esto dicho en cinco líneas: intentar entender el entuerto no es fácil. A ello se suman los refugiados sirios que buscan asilo en Europa. Huyen de Assad, huyen de ISIS y en su huida se cuelan algunos quintacolumnas.

    Es cierto: no todos los musulmanes son terroristas y esta es su peor crueldad. Tienen su misma religión, hablan su misma lengua, practican las mismas costumbres y visten de similar manera. Solo que el arma que llevan escondida no se ve. Unos se han mimetizado con otros y por eso su terrorismo es eficiente. Además se han convertido en los autoritarios voceros de la religión que les es común.

    Los europeos, los occidentales, deben hacer un enorme esfuerzo para diferenciar a unos de otros sin caer en prácticas xenófobas. Pero a esta altura es obligación de las comunidades islámicas que no acompañan ni ese fundamentalismo religioso ni esas prácticas de terror, tomar distancia clara y profunda y marcar una y otra vez la diferencia. Si ellos no hacen el esfuerzo, las confusiones seguirán.

    Lo que sí es claro es que para los Talibán, Al Qaeda, Boko Haram, Hezbollah, Hamas, ISIS, el odio a Occidente es el mismo.

    Muchos se preguntan de dónde sale tanto odio y responden con datos circunstanciales de una historia reciente. Pero es una historia que se retroalimenta y donde unos provocan a otros, que vuelven a provocar a los primeros. No está allí la respuesta. Creer que es así solo alienta culpas “políticamente correctas” que no corresponden.

    Odian a Occidente por lo que Occidente representa: la democracia, el Estado de derecho, el secularismo, su concepto de libertad, su respeto por los derechos de los individuos. Por lo tanto, también odian a Uruguay.

    No es posible hacerse los distraídos en esto. No tiene sentido desdoblarnos y hablar de Occidente como si fuera algo ajeno a lo que es Uruguay. Todo ataque a Occidente es un ataque también a las convicciones que desde su origen mismo Uruguay comparte con ese Occidente.

    Y eso pesa a la hora de enfrentar al terrorismo. No se trata de integrar una alianza militar contra el terrorismo, pero sí de tener una postura consistente y continua contra estos hechos. Saber con quién estamos y a quiénes nos oponemos. Eso fue lo que propuso el canciller y sorprende que surgieran algunos cuestionamientos. En esto no puede haber dudas.

    Los mismos valores democráticos y libertarios se defienden también en la región. Los inauditos argumentos de algunos dirigentes políticos en defensa del régimen chavista en manos de Nicolás Maduro muestran que no tienen pudor en defender las peores posturas. Hace ya mucho tiempo, con Hugo Chávez al frente, en Venezuela creció un régimen autoritario de corte populista y fascista. Sin duda ha sido popular, pero también dictatorial. Hoy se observa un fuerte operativo para controlar elecciones cuyo resutado no favorecerá al heredero de Chávez. Elecciones en que los principales líderes opositores están presos a causa de juicios que, ya quedó demostrado, fueron armados deliberadamente para perjudicarlos.

    Con esa interminable suma de violaciones a la esencia misma de un Estado de derecho, a Uruguay se le plantean varios dilemas a sortear. Violadas las cláusulas democráticas de la OEA y del Mercosur, ¿no es hora de pensar en sacar a Venezuela de estos organismos?

    La valoración que a lo largo de su historia Uruguay ha hecho de la democracia como forma de convivencia, en libertad y con respeto a los derechos de las personas, es una marca de identidad nacional. Por lo tanto debe estar presente en todos sus actos y gestos. Y en especial aquellos que tienen que ver con su política exterior.

    Uruguay, más ahora que integrará el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, enfrenta una época donde esos valores están siendo cuestionados y atacados. Corresponde que a la hora de diseñar su política exterior, esa sea su bandera y su causa.

    El ministro Nin Novoa y una parte del gobierno tienen eso claro. Preocupa que haya sectores del oficialismo que no lo crean así y que estén dispuestos a defender lo indefendible, sin que les provoque el menor rubor.

    Pero Uruguay no puede ceder ante esas presiones. Sus valores históricos pesan mucho más.