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    Nicolás Peruzzo, el dibujante de historietas que puede vivir de su gran pasión

    Nicolás Peruzzo (Montevideo, 1980) es uno de los nombres principales de la corriente de creadores de historietas que se afianzó en el país a partir de la segunda década de este siglo. Su popularidad se fundamenta sobre todo en el enorme éxito de sus recopilaciones de tiras de Pancho el pitbull destinadas al público infantil, pero también tiene una sólida obra de novelas gráficas propias, colaboraciones, intervenciones en recopilaciones e historietas de divulgación. Sus trabajos para adultos más destacados son Ranitas: catarsis & rock n’ roll (2011), Rincón de la Bolsa (2016, ilustrado por Gabriel Serra) y Diskettes (2019, también con Serra), pero tanto por estos como por otras vertientes de su trabajo ha recibido múltiples premios y reconocimientos. Su mayor suceso lo tuvo con las aventuras de Pancho, con cinco tomos publicados con su propio sello, Ninfa Comics, y del que salió en junio una sexta entrega ahora bajo el sello Planeta. El éxito de Pancho, los reconocimientos a sus obras más personales y el apoyo a sus trabajos de divulgación (además de su dedicación a cursos y talleres) lo convirtieron en un ejemplar raro de ver en estas tierras: el dibujante de historietas que puede vivir de su gran pasión y dedicarse a ella en exclusiva.

    —Hay en toda tu obra una relación muy íntima con el pasado, como si fuera con tu zona de confort.

    —Sí, de hecho, en algún momento intenté racionalizarlo. En Diskettes hay un personaje al que le hago decir cosas que son medio mías. Él tiene un estudio donde guarda unos autitos de su niñez y explica algo así como que le gusta que pasado, presente y futuro estén conviviendo en el mismo lado, porque es como su zona de confort. Y eso de hecho me pasa a mí, en el estudio tengo un montón de muñequitos, He-Man y ese tipo de cosas. Ahora se ha puesto de moda volver a traer cosas de los 80, pero en mi caso tiene una significancia bastante más personal. Algunos de esos muñequitos son originales de mi niñez, otros los he ido recomprando, eran casi todos juguetes que me habían regalado mis abuelos. Es como una zona en donde en un día muy estresante siempre puedo encontrar cierta calma. La idea tampoco es quedarse y añorar el pasado, yo no tengo ningunas ganas de volver a ser niño ni adolescente. Eran épocas que uno a veces romantiza, pero no, cuando uno trata de acordarse lo que era ir al liceo todos los días, juntarte con 30 tipos con los que nunca estarías cinco minutos, profesores con cara de culo, materias espantosas…

    —De hecho, tu primer trabajo de relevancia fue Ranitas, ambientado en tu adolescencia.

    —En Ranitas lo que hago es contar un rejunte de anécdotas, algunas de mi niñez pero principalmente de mi adolescencia. Si bien es un libro del 2010 yo todavía estaba con los coletazos de la crisis del 2002. Mis dos mejores amigos se habían ido, uno de ellos volvió hace relativamente poco y el otro nunca volvió y probablemente no vuelva porque ya tiene su familia en España. Entonces me había quedado sin amigos. Siempre fui una persona muy sociable y en la crisis de un día para el otro quedé con una vida social muy reducida, y en Ranitas lo que hice fue volver un poco a esos tiempos. De todo lo previo al 2010 no tenemos tanto registro fotográfico, sobre todo de la cotidianidad, tenemos a veces fotos de cumpleaños con las tías y eso. Por ejemplo, con mis amigos de la adolescencia tenemos una sola foto de una vuelta que sobró una en un rollo de un cumpleaños y mi vieja dijo: “Dale, pónganse que les saco”. Yo estoy con cara de culo, y es la única foto que me quedó de ellos. Me pareció divertido el ejercicio de recrear anécdotas que en realidad no eran demasiado interesantes. Una cosa que me sucedió es que empecé a conocer un montón de gente que me decía que es un libro que les había resultado muy significativo porque era la vida de ellos. Después me di cuenta de que no es tan difícil que eso te pase en Uruguay porque todos hacíamos lo mismo. Ahora capaz que hay un poco más de diversidad, pero en ese momento todos nos vestíamos igual, escuchábamos los mismos músicos, íbamos a los mismos boliches, nos aburríamos de la misma forma.

    —¿Cómo te iniciaste y cómo llegaste a Ranitas?

    —Si bien siempre quise ser dibujante, nunca lo vi como una forma viable de laburo, no sabía que se podía laburar de esto salvo algún ejemplo que siempre salía, tipo Eduardo Barreto, el dibujante de Batman. A mí me pasaba que no era tan bueno como él ni tampoco tenía las agallas que tuvo él de dejar todo e irse, entonces me dediqué a estudiar Economía, laburaba en un estudio contable. Ya había publicado mi primer fanzine; como tenía un ingreso estable pude pagar una edición más o menos linda. Fui a una imprenta, usé un papel un poco mejor e hice una movida que no me di cuenta de que iba a ser relevante, la hice casi por accidente, poner ese contenido disponible en línea. Todavía no había redes, pero ya estaban los blogs y estaban las mailing lists. Armé un blog donde podías descargarte el archivo en PDF y si te gustaba podías ir a comprarlo a Lecturas, que queda por la calle Colonia, a el Rincón del Coleccionista y otros lugares más. Y para mi sorpresa a las semanas salió una reseña en la diaria, salió recomendado entre las lecturas de El Observador, salió un artículo en El País. La revista era muy barata, costaba tipo 50 pesos de hace 15 años, y un montón de gente que la descargó después la fue a buscar y descubrí que el lector suele ser fetichista del papel, en particular el lector de historieta. Hice dos o tres más de esa serie, eran unas parodias de superhéroes con idiosincrasia uruguaya. Siempre quise tratar de darle como un plus tipo “mirá, esto no es una réplica de Batman” pero en el Palacio Salvo, o Dragon Ball pero en Las Piedras. Siempre quise que tuviera algo interesante, que no se pudiera encontrar en otro lado. Allá por el año 2010 arranqué a laburar en Ranitas, que originalmente iba a tener unas 40 páginas y cuando quise ver terminó como en 200.

    —A partir de Ranitas hay toda una línea de producción que se podría definir como para adultos, para separarla de las historietas de Pancho, que apuntan al público infantil.

    —Uno o dos años después de Ranitas empecé a laburar con cómics de divulgación, lo que ahora se llama Bandas Educativas, originalmente se llamaba Bandas Orientales, que arrancamos con Alejandro Rodríguez Juele, mi socio en ese proyecto. Después empecé con Pancho, casi que por accidente. Pero me pareció siempre interesante seguir esa línea de novela gráfica más adulta, donde quería decir algunas cosas. Rincón de la Bolsa es muy onettiana, sobre cosas que me pasaron cuando todavía laburaba en el estudio contable e iba mucho a Juan Lacaze, a una empresa que en aquel momento se llamaba Agolán, la histórica Campomar, y había sido el motor del pueblo. Una industria de esas del Uruguay de la década del 40 que hoy en día es como inimaginable, una fábrica de tres cuadras por dos, galpones y galpones. Todos los lacacinos o sus padres o sus abuelos laburaban ahí, y había un barrio entero de casitas de los empleados hechas por la fábrica. Eso cerró en el 93, algunos años después reabrió pero con el 1% de lo que había sido, entonces me interesaba contar la historia de los tipos que habían logrado sobrevivir a la debacle del pueblo. Gabriel Lagos me dijo: “Ah, tipo El astillero”. Yo hacía un montón que había leído El astillero, entonces lo tuve que releer para evitar que fuera excesivamente similar y, por otro lado, para meter algún homenaje, de hecho, la empresa se llama Larsen.

    —Y tu producción para adultos de momento termina con Diskettes.

    —Tengo un proyecto que ya salió serializado también en la revista Lento pero todavía no salió en libro, que es la vida del presidente argentino Carlos Menem. Lo pensé un poco más para el mercado argentino, en donde seguramente sea un tema mucho más interesante. Pero es algo que ha quedado un poco descuidado porque Pancho ha tomado mucho tiempo en mi agenda laboral.

    —¿Cómo arrancó Pancho?

    —Desde el 2009 trabajo con Neil Wooten, que es un editor de libros infantiles en Estados Unidos que terceriza servicios de dibujantes. Lo que hace su editorial es la gestión a gente que quiere publicar un librito sobre su gatito o sobre sus nietitos. Les dice: “Mirá, escribímelo en tal formato con tantas páginas, yo te consigo un ilustrador”. Y eso queda colgado en las páginas tipo Amazon, en print on demand, es decir, no existe un tiraje físico, sino que para cada uno que lo compra se imprime. Hay pila de uruguayos que trabajan con él; no sé cómo es que nunca le pregunté cómo conoce a tantos. En el 2014 me propuso hacer una tira, tenía la idea de venderla a diarios en Estados Unidos, su meta era entrar en lo que se llama syndication, que se encargan de venderlo a un montón de diarios. Si vos lográs entrar, estás del otro lado, de hecho, los autores que lo logran son millonarios. Para poder acceder a presentar eso necesitamos un volumen de laburo medio grande, entonces durante todo ese 2014 fui dibujando tiras dos veces por semana. Sobre diciembre dije: “Che, ¿qué pasa con esto?”; porque se subía a Facebook y había empezado a ganar cierta popularidad, pero hasta ahí nomás. Él me dijo que no estaba encontrando ofertas, de hecho, en print on demand vendió tres. En inglés tenía un nombre que era un juego de palabras entre el protagonista llamado Brad y el pitbull era Brad’s Pit. Entonces dije: “Ta, tengo todo este material, lo voy a juntar y lo publico en un libro”. Y ahí me di cuenta de que era difícil de adaptar, porque había humor que estaba muy subido de tono para niños. Había veces que el chiste no funcionaba por temas de idioma, había veces que no me gustaba el chiste, entonces en la mitad de los casos lo que terminé haciendo fue inventar un nuevo chiste con el dibujo que había o una pequeña modificación al dibujo. Y fue muy loco porque lo presenté en Montevideo Comics, vendió bien, o sea, como suelen vender mis libros cuando aparecen, pero nada muy fuera de la norma. Sin embargo, sí explotó en la Feria del Libro. En ese momento la AUCH (Asociación Uruguaya de Creadores de Historietas) estaba en una de las islas que arman entre cuatro columnas del atrio municipal y a mí se me ocurrió poner un dibujito del perro haciendo pichí sobre la intendencia, era lo único que había del lado de afuera del stand, y empezó a vendarse 10 veces más o 15 veces más que cualquiera de mis libros anteriores. Y dije: “Bueno, acá hay algo”, y al año siguiente saqué un segundo libro. Al poco tiempo enganché con visitas a escuelas, lo cual potenció mucho el hecho de que se conozca más al personaje, y cuando quise acordar era casi un producto insignia o algo por el estilo.

    —Era una edición de autor, además.

    —Claro. Con Pancho me pasó una cosa muy loca y es que tener un libro exitoso es casi tan problemático como un libro que no vende, porque estás siempre en la disyuntiva de “bueno, tengo que sacar el próximo, pero también tengo que reditar el que se me acaba de agotar, y no tengo plata para las dos cosas porque habitualmente la tasa de retribución puede ser ocho meses, un año a veces”. Hacía tirajes un poquito más grandes, pero físicamente no tenía dónde ponerlos, si bien estaba vendiendo bien tampoco era como para decir “pago un depósito y tengo miles de libros ahí adentro”. En un momento los tuvo mi madre, en otro momento los pasé para mi casa, que es un poco más chica pero los tenía en un placar; había una cuestión inclusive física, vivo en un segundo piso por escalera y la imprenta me traía 1.500 libros y yo los tenía que subir. Empecé a notar que había un cuello de botella, por un lado los libros se vendían muy bien, pero por otro lado tenía estos problemas, problemas de lugar físico, de finanzas. Entonces empecé a evaluar la posibilidad de que estos libros se publicaran con otra editorial. Y con Claudia Garín empezamos a charlar sobre la posibilidad de pasar Pancho a Planeta; ya se me hacía cuesta arriba mantener cinco libros constantemente en publicación, se me hacía complicado dónde guardarlos, y después había lugares a los cuales nunca iba a poder acceder, porque si bien estos libros los distribuía Gussi, y yo estoy muy contento con el laburo que hacían, siempre en última instancia termina decidiendo cada librero. Incluso me ha pasado de gente que me dice que fue a tal librería a pedir el libro y el librero decía: “No, llevá a Gaturro que es lo mismo”.

    —¿Estás viviendo de dibujar?

    —Sí, junto con clases y con alguna otra cosa, pero sí, afortunadamente. La parte de contador la dejé de lado en el 2009. Por suerte siempre he tenido proyectos en los cuales puedo generarme un ingreso.

    —Es un caso bastante peculiar.

    —Hay un montón de dibujantes uruguayos que laburan para afuera. Rodolfo Santullo, por ejemplo, vive de escribir, aunque ya no es solamente un guionista de historieta, es guionista de cine, es periodista… Pero vive de escribir y es obviamente un historietista. Pero sí, yo soy de los pocos privilegiados que puede vivir de esto.

    —¿Cómo ves el panorama actual de la historieta uruguaya?

    —Está en un momento de transición, que es una cosa que suele suceder cada 10 años, tiene picos, con una nueva camada que aparece con impulso, con nuevos libros, con nuevas voces. Lo que suele pasar con esa camada es que algunos se profesionalizan y se van al exterior. Y después hay mucha gente para la que no es lo mismo a los 20 y pico sacarle tiempo a, no sé, mirar series, a después de los 40 cuando ya tenés otras responsabilidades como para seguir comiéndote tardes enteras en una Feria del Libro para vender tres revistas. Entonces estamos como en ese período en donde tenemos gente que se ha retirado, gente que está laburando exclusivamente para el exterior y una nueva camada sobre la cual yo soy muy optimista porque he visto algunos de sus laburos y están muy buenos. Pienso que más allá de que el cómic uruguayo está como en esta etapa medio de retracción y de ver cómo se reconvierte tenemos un público un poco más masivo dentro del nicho que es el cómic uruguayo, dentro del subnicho de la literatura uruguaya, que como todos sabemos son ambientes minúsculos. Y esa generación empieza a tener hijos. Y ahí está Pancho acechando, ¿no?