N° 1990 - 11 al 17 de Octubre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá“Fui a la población de El Dorado, en el Estado de San Pablo, de afrodescendientes. El más delgado pesaba 79 kilos. ¡No hacen nada! Ni para procrear sirven. Y gastan en ellos más de un billón de reales”. (Discurso en el Club Hebreo en abril de 2017)
“¡Tranquila, María del Rosario! Hace pocos días me llamaste violador, en el Salón Verde, y yo dije que no te violaría porque no lo mereces”. (Diálogo con una diputada en el Congreso de Brasil en 2003)
“No podría amar a un hijo homosexual. No voy a ser hipócrita. Prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que ande con un bigotón por ahí. Para mí, él estaría muerto de cualquier forma”. (Entrevista con la revista Playboy en 2011)
“Fui con mis tres hijos. No, el otro fue también, fueron cuatro. Tengo un quinto también. En el quinto tuve un descuido. Fueron cuatro hombres y en el quinto tuve un descuido y fue mujer”. (Acto político en abril de 2017)
“La mujer tiene un derecho extra como trabajadora: la incapacidad por maternidad. Por eso el jefe prefiere contratar hombres. Yo no le daría empleo con el mismo salario a una mujer”. (Entrevista televisiva en 2011)
“Por medio del voto no vamos a cambiar nada en este país. Absolutamente nada. Desgraciadamente solo va a cambiar algo con una guerra civil y que se haga el trabajo que el régimen militar no hizo: matar a unos 30.000”. (Durante un debate político en 1999)
“Por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ursa, el pavor de Dilma Rousseff”. (Al argumentar en 2016 contra Rousseff en el juicio político en su contra, recordando a un coronel acusado de ser el cerebro de las torturas durante la dictadura militar)
Jair Bolsonaro es el autor de cada una de estas frases. Las pronunció convencido, con firmeza. No fueron deslices del momento que luego hayan provocado un arrepentimiento. Lo dijo en serio, aunque no parezca. Así piensa la persona a quien el domingo 7 votaron cerca de 50 millones de brasileños.
Y no están locos. No hay ningún país que tenga 50 millones de locos. Mucho menos Brasil. Así lo ha demostrado a lo largo de una cautivante historia de más dos siglos. No es ese el problema. No tiene nada que ver con lo psiquiátrico el diagnóstico.
Algunos de los votantes de Bolsonaro sí pueden ser desequilibrados. Una ínfima minoría de ellos es probable que lo haya votado gracias a reflexiones temerarias como las citadas, a partir de una selección realizada el último fin de semana por El País de Madrid. Pero no son representativos de la mitad de un país. Ni cerca.
La mayoría de esos 50 millones que sorprendieron al mundo apoyando a alguien asociado con la ultraderecha, no son de ultraderecha. Son ciudadanos comunes y corrientes que están cansados y que evaluaron que la mejor forma de manifestarlo era recurriendo a lo más radical. Así lo dicen analistas brasileños que buscan explicar la gran cacheteada que el domingo pasado sufrió el sistema político tradicional del país norteño.
Perdieron todos los postulantes que se ubicaban más al centro del espectro ideológico. Algunos ni siquiera llegaron al 10%. Parece ser que la disyuntiva fue “plata o plomo”, como decía el narcotraficante Pablo Escobar en su momento. Al menos así lo muestran los resultados.
Apenas se conocieron los porcentajes de cada uno de los postulantes, empezaron los comentarios de los indignados y de los no tanto en la vieja provincia Cisplatina. Algunos atacaron a todos los votantes de Bolsonaro y los empujaron a las llamas. Otros festejaron la debacle del Partido de los Trabajadores y de su líder histórico encarcelado, Luiz Inácio Lula da Silva. Y otros teorizaron sobre la realidad política mundial y sus consecuencias en el futuro inmediato.
Es lógica la reacción. Da para eso y mucho más. Pero también es necesario asumir que por algo pasan las cosas y que Uruguay no está tan lejos. Son años de política mal ejercida los que llevaron a Brasil a esta situación límite. Son los últimos gobiernos de izquierda con niveles de corrupción históricos antecedidos por gobiernos de otros partidos también corruptos. Son ministros y parlamentarios que todas las semanas van a prisión por robos millonarios. Son grupos delictivos que fueron adquiriendo mucho más poder que la Policía y que terminaron siendo los dueños de las grandes ciudades.
Y lo peor de todo: lo que termina provocando esa avalancha de votos que arrastra por el piso a todos los políticos tradicionales, es la falta de autocrítica. Basta con recorrer los distintos medios de comunicación brasileños para darse cuenta de que casi nadie se hace cargo de nada en ese país. Las culpas siempre llegan de afuera o las denuncias siempre responden a campañas orquestadas por la oposición o por algún siniestro poder internacional.
El Partido de los Trabajadores tiene varios de sus principales dirigentes presos, pero jamás asumió públicamente que se había equivocado y que era hora de volver a los orígenes, devolver lo robado y condenar a los corruptos. Los demás partidos menores también tienen procesados por delitos económicos, pero acusan a los otros de ser los responsables y fomentan la polarización.
Para ello, utilizan las redes sociales, las mismas en las que Bolsonaro creció como una tormenta en el horizonte. Esas redes que recurren a fake news para envenenar, que fomentan el odio con sus sentencias de pocos caracteres, que se presentan como el mundo real cuando solo representan a un micromundo, que dan tribuna a todos los que no se la merecen.
Y ante ese panorama Uruguay tampoco está tan lejos. Porque también surgieron enseguida las voces para suspirar de alivio ante las diferencias entre los dos países. Es cierto, aquí hay un sistema institucional y de partidos que funciona mucho mejor que en las tierras antes dominadas por portugueses. No es poco. Pero la gente también está mostrando síntomas de cansancio. Aquí también aumentan los que dicen que prefieren votar en blanco o anulado o que adelantan que apoyarán “al menos malo”. Así lo advirtió con claridad la semana pasada el politólogo Ignacio Zuasnabar en Búsqueda a partir de las últimas encuestas.
Y aquí también la mayoría de los políticos y líderes de opinión hacen de las redes sociales su mundo. Confrontan y polarizan desde sus teléfonos celulares, pero abandonan la discusión cara a cara. Dan vida de esa forma a los extremos y ensucian a la plaza pública con el lodo surgido por el exceso de tecnología.
Y, otra vez, lo que es peor: aquí también son muy pocos los que se someten a una verdadera autocrítica. Aquí también hace falta que los responsables de las irregularidades y el mal manejo de los fondos públicos se hagan cargo porque si no lo hacen, generan un hastío cada vez más generalizado. Claro que las denuncias no involucran tantos millones y quizás son menos los acusados. Pero por eso mismo es tiempo de adoptar un camino distinto a los vecinos del norte y asumir las responsabilidades.
Por más que todavía esté lejos ese desenlace, no es justo que pasemos de “lo menos malo” al “que se vayan todos” o a Bolsonaro. Y eso no se evita desde la piscina de Twitter, que solo evapora el odio acumulado y llena de niebla el debate político. Mientras la mayoría se dedique a nadar allí adentro sin hacerse cargo de nada y negando la realidad, el mar que arrasó con Río de Janeiro y San Pablo primero y luego con todo Brasil, seguirá avanzando e inundará al Río de la Plata.