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La calle Sarandí a la altura de Policía Vieja era un tendal de vasos. Todavía no era peatonal, despuntaba la potente década de los 80. A fines de octubre de ese año, la gente hablaba sobre el recordado debate televisivo y los cruces entre Enrique Tarigo y el Cnel. Néstor Bolentini, antesala de un sacudón político que culminaría pocos años después con la definitiva recuperación democrática. Todavía era raro ver los restos de una fiesta en la calle. Fueron años sin celebraciones de ningún tipo, ni siquiera a puertas cerradas. En este caso, el adentro y el afuera se entreveran en un recuerdo fulminante. Los vasos y el champán fueron más que un dato de una noche que terminó de madrugada. “Al otro día sintieron un poquito de vergüenza”, dice el comentario sobre la significativa imagen. Se refiere a los responsables de Galería Latina, en especial a Pablo Marks y Manuel Espínola Gómez (Lavalleja 1921-2003), dueño y creador de la primera y recordada exposición de la ya mítica galería de arte.
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Nunca es fácil abrir una galería. Hoy parece un mercado apetecible y de enormes posibilidades, aunque nada es lo que parece, sobre todo si no se tiene la capacidad para reunir cuestiones tan complejas como calidad, marketing, construcción de una clientela exigente y permanente, y psicología para manejar tantos intereses. Hay que pensar en los años 80, entonces, y en el proceso de destrucción que vivió el país en términos culturales, salvo algunos porfiados creadores que insistían en ofrecer o mantener algunos espacios significativos.
Con visión y entusiasmo a prueba de todo, a Pablo Marks se le ocurrió abrir una galería. Pero además, no tuvo mejor idea que llamar a Espínola Gómez, artista legendario, militante y hombre de izquierda, talentoso pintor. Por si fuera poco, creador de los logos del Frente Amplio y de la antigua CNT, dos sellos históricos que lo ubicaban entre los creadores más evidentes de cualquier lista negra de los militares. Un contexto inestable, complejo, de poco rédito cultural y de mucha militancia social.
Pero el arte es el arte y la visión tiene esas cosas, alguien ve o intuye donde los demás no se animan. A treinta y pocos años de aquella inauguración (33 para ser exactos), donde estuvo lo más destacado de la cultura nacional que permaneció en Uruguay, un libro editado por Galería Latina y escrito por la periodista Adela Dubra, De puertas abiertas, cuenta los detalles y deja responsable y valiosa constancia de un emprendimiento ineludible, que acompañó diferentes épocas del país y, sobre todo, de un retrato de personajes que hicieron mucho por el arte uruguayo.
Es importante un libro sobre este recorrido tan fructífero. Sobre todo porque por allí pasaron los más destacados artistas del medio, de varias generaciones. Este trabajo deja una guía imprescindible. Se trata de plásticos que expusieron, ofrecieron su obra, vendieron, charlaron y se encontraron con su público y colegas en increíbles noches de inauguraciones, mesas redondas o simples encuentros de café con Marks. El libro de Dubra cuenta esta historia de manera amena, de lectura que vale más allá de su contenido específico. Ya sería un logro y un detalle no menor para valorar la calidad del trabajo. Pero sobre todo, logra traducir en capítulos ordenados, inspirados y de síntesis admirable, un pesado contenido de investigación.
La tarea no era fácil. Dubra deambuló por archivos, habló con figuras de diferentes ámbitos, investigó en la prensa de la época, cotejó momentos y opiniones, revolvió cajas y cajas llenas de documentos y fotos. Y construyó un trayecto desde el sentido más interesante de una galería, su papel como motor de una maquinaria cultural de acciones complejas e insustituibles para el arte. Hay que leerlo para entender sin prejuicios el valor de un galerista y su lucha permanente por atar tantos cabos.
Dubra habla de artistas, en primer lugar del Peludo Espínola, activista cultural de primera línea. Pero sobre todo, hace hablar. De una larga y fecunda lista de creadores, coleccionistas, de momentos trascendentes de estos años, de contextos, de pequeñas historias que hacen a tantos y tantos protagonistas. Es un placer leerlo, recorrer opiniones y miradas tan dispares como las de Oscar Larroca (artista), Esteban Valenti (coleccionista) o Nelson Di Maggio (crítico), por nombrar a tres de una larga lista de destacados especialistas. Es un placer mirar su enorme y jugosísimo caudal de fotos, con personajes añorados y muy reconocibles a pesar del tiempo. Desde su tapa, con Ruben Castillo al frente de un nutrido y apretado grupo de artistas e intelectuales, hasta fotos de presidentes, extranjeros ilustres y figuras relevantes de todos los pelos y colores. Es un viaje por una historia viva, reciente, todavía no muy contada.
Hubo muestras memorables como la de Hilda López y Germán Cabrera en el primer año de funcionamiento. Luego vendrían Octavio Podestá (1983), Manuel Espínola Gómez y Rimer Cardillo en 1986, Ignacio Iturria en su vuelta al país (1986), Lino Dinetto (1987), Carmelo de Arzadun (1987), Rafael Barradas (1988), Vicente Martín en Buenos Aires y “100 Years of Uruguayan Art by 7 Artists” (1989) en Nueva York, por nombrar algunos de los hitos más destacados de los años 80. El libro termina con un minucioso “resumen de actividades”, año por año. La galería sigue, cerquita de ese lugar histórico. Y Marks no afloja en su empeño de construir algo de la impostergable historia artística nacional.