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    Ochenta años de una comedia memorable

    Arte eterno: “Lo que sucedió aquella noche” y el cine de Frank Capra

    Antes que nada, conviene ubicarse en la época, porque 80 años no son poca cosa. Estados Unidos estaba en plena Depresión, hacía un año que Franklin Delano Roosevelt había asumido su larga Presidencia (que duró hasta su muerte en 1945), el cine era el entretenimiento popular por excelencia y el mayor templo en su homenaje, el Radio City Music Hall de Nueva York, con 6.000 localidades, se había inaugurado en 1932. En ese panorama, con la gran industria del entretenimiento a toda máquina y los estudios de Hollywood creciendo constantemente, la Columbia Pictures —fundada en 1919— no era una de las más grandes, comparada con la Metro-Goldwyn-Mayer, la Warner Brothers, la RKO Radio Pictures y la Paramount, que hacían las películas más taquilleras. Columbia, dirigida por Harry Cohn, hacía westerns y películas de acción, pero en 1927 contrató al joven Frank Capra (1897-1991) y con él atrajo la posibilidad de hacer filmes de mayor calidad.

    Hacia 1934, Capra (nacido en Sicilia como Francesco Rosario Capra) había obtenido algunos éxitos y se perfilaba como un director cuyo nombre significaba algo. Estaba en Hollywood desde 1922, y su primer largometraje había sido The Strong Man en 1926. En 1927, luego de una conflictiva relación con Harry Langdon, estrella de Pantalones largos, Capra dirigió a Claudette Colbert en For the Love of Mike con desastrosos resultados. No se llevaron bien y Capra tuvo un conflicto con First National, además de su único fracaso taquillero. Entonces aceptó una oferta de Columbia por un salario de 1.000 dólares y en 1928 ya estaba ganando U$S 3.000 y era el único factor de éxito de la empresa. Su película de 1933 Dama por un día había probado que era uno de los directores más talentosos de Hollywood y Columbia confiaba ciegamente en él. Para la comedia de 1934 Lo que sucedió aquella noche (It Happened One Night), Capra exigió dos estrellas de prestigio porque Columbia en realidad no tenía ninguna, a excepción de Barbara Stanwyck, que había hecho ya tres filmes para él pero no tenía la estatura estelar requerida. Había que buscar en otro lado.

    Varias estrellas fueron candidatas y no aceptaron, porque Columbia no era el lugar donde querían estar: Miriam Hopkins, Myrna Loy, Margaret Sullivan, Constance Bennett, Bette Davis, Carole Lombard y Loretta Young fueron mencionadas antes que Claudette Colbert aceptara. Colbert (1903-1996), que tenía contrato con Paramount y era la estrella favorita de Cecil B. De Mille, no tenía un buen recuerdo de Capra desde el fracaso de 1927, pero U$S 50.000 de salario no eran de despreciar. Además, su coestrella iba a ser nada menos que Clark Gable (1901-1960), a quien la leyenda señalaba que la MGM, su estudio original, lo castigaba porque había rechazado un papel y la penitencia era trabajar en Columbia. Aunque eso fuera posteriormente desmentido, Gable no tenía muchas ganas de descender ese escalón, pero como su sueldo era de U$S 2.000 semanales, Metro lo alquilaba por U$S 2.500 y hacía negocio con él. Claro que si Gable llegó allí fue solo porque Robert Montgomery había rehusado antes la oportunidad.

    La comedia del año

    Capra sabía manejar a sus actores, pero más que nada tenía una enorme habilidad para crear un clima favorable en el estudio, algo sumamente necesario porque ni Gable ni Colbert creían estar haciendo algo importante. El libreto de Robert Riskin (1897-1955) estaba basado en “Night Bus” (1933) de Samuel Hopkins Adams. En esencia, mostraba cómo Ellen Andrews (Colbert), una caprichosa heredera, se casaba con un cazafortunas contra la voluntad de su padre (Walter Connolly) y antes de que este hiciera anular el matrimonio se escapaba para reunirse con su flamante marido. Pero en un viaje en ómnibus se encuentra con el periodista Peter Warne (Gable), quien justamente acababa de perder su empleo y andaba en busca de una noticia sensacional que levantara un poco sus alicaídos prestigios.

    Warne la reconoce y decide seguirla para obtener un reportaje exclusivo, pero Ellen no quiere compañía y lo rechaza. Entonces él le propone que si ella le concede el reportaje la ayudará a llegar a destino; de lo contrario, la denunciará ante su padre y cobrará la recompensa ofrecida. Ellen acepta la primera opción, pero cuando le roban la valija (y todo el dinero que llevaba) no tiene otra alternativa que depender totalmente de él y ambos emprenden un viaje que irremediablemente hará que se enamoren en medio de circunstancias cómicas y episodios que resultarían memorables. En uno de ellos, obligados a compartir un cuarto de motel porque han fingido estar casados, ella no tiene más ropa que la puesta, por lo que Warne le ofrece uno de sus piyamas. En medio de las dos camas gemelas cuelgan una colcha a la que llaman “la muralla de Jericó” pero que en realidad protege la decencia y las buenas costumbres. Sin embargo, un detalle hizo que la escena se recordara para siempre: antes de ponerse su piyama, Gable se saca la camisa y debajo no tiene camiseta, lo que no solamente produjo un murmullo en la sala sino que durante los meses siguientes las tiendas de hombres registraron una notoria baja en la venta de camisetas al público.

    En otra de las escenas famosas, como ninguno tiene un centavo deben hacer autostop en la carretera. Él se las tira de experto y ensaya miles de trucos seductores para hacer parar los autos, pero el resultado es nulo. Entonces ella decide tomar la iniciativa y ante el escepticismo de su compañero se levanta un poco la pollera como para ajustarse la liga, dejando ver una espléndida pierna y provocando que el primer auto que pasa pegue un frenazo espectacular resolviéndoles el problema. Colbert le había dicho a Capra que ninguna chica fina iba a hacer semejante cosa, por lo que el director decidió usar una doble. Cuando ella vio que la escena corría igual pero con otra, se adelantó furiosa diciendo “¡esa no es mi pierna!” y terminó por hacer lo que Capra quería. A pesar del clima de camaradería que el director creó entre las dos estrellas, Colbert seguía manifestando su antipatía hacia Capra y, peor aún, no estaba convencida de que la película iba a ser un éxito, aunque en realidad ninguno de los dos estaba haciendo nada diferente ni peor de lo que solían filmar en Paramount y Metro.

    La más taquillera

    de Columbia

    Pese al escepticismo de Colbert, la película resultó un éxito enorme de público, aunque al principio no fuera objeto de reseñas entusiastas. Pero el boca-a-boca hizo lo suyo y convirtió a Lo que sucedió aquella noche en el mayor éxito de la Columbia por varios años. La primera consecuencia de ese marcado suceso fue que, según una opinión general, puso la piedra fundamental al estilo de comedia conocida como screwball comedies, cuya traducción podría ser “comedia de enredos”, aunque admite otras (“comedia sofisticada o elegante”, por ejemplo). En los años 30, este estilo hizo furor en títulos de Leo McCarey, Gregory La Cava, Preston Sturges, Mitchell Leisen, George Cukor y Howard Hawks, con estrellas como Carole Lombard, Jean Arthur, William Powell, Myrna Loy, Constance Bennett, Brian Aherne, Cary Grant, Katharine Hepburn, Rosalind Russell y Robert Montgomery. Fue una época tan memorable como irrepetible, a la que la guerra puso fin.

    Pero lo más sorprendente fue que en la entrega de Oscar correspondiente a la temporada 1934 competían como mejor filme 12 películas, entre ellas La familia Barrett, La cena de los acusados y ¡Viva Villa! (todas de MGM), Imitación de la vida (Universal) y Cleopatra (Paramount), ambas con Claudette Colbert, y La casa de los Rothschild (20th Century/United Artists), La alegre divorciada (RKO Radio) y dos de Columbia: Una noche de amor y Lo que sucedió aquella noche, la cual tenía otras cuatro nominaciones: director, libreto, actor y actriz (en aquel año todavía no existía la categoría de actores de reparto). Al abrirse los sobres y comprobar que la película de Capra había ganado en todas las categorías fue un asombro general, porque competir con los pesos pesados de MGM y Paramount no era tarea fácil. Además, se establecieron dos récords: 1) Ganó en las cinco categorías principales, lo que no se repitió hasta 1975 (Atrapado sin salida) y luego en 1991 (El silencio de los inocentes). 2) Ganó en todas las categorías en que estaba nominada, algo que volvió a ocurrir recién en 1987 (El último emperador) y finalmente en 2003 (El señor de los anillos: el retorno del rey).

    Para la anécdota queda el insólito caso protagonizado por Claudette Colbert. Estaba en tres de las películas nominadas pero no creía ganar porque Bette Davis, que no había sido nominada por Cautivo del deseo (Of Human Bondage), figuraba en cambio como write-in candidate (candidatura no oficial pero impuesta a posteriori por los miembros de la Academia) y llevaba todas las de ganar. Decidida a no concurrir a la ceremonia, Colbert se aprestaba a tomar un tren para Nueva York cuando la gente de Columbia la fue a buscar y la llevó de apuro a recibir su Oscar, el que aceptó en traje de calle y con un breve discurso en que, por primera vez, agradeció a Frank Capra.

    Por siempre Capra

    La dupla Riskin-Capra se transformó en sinónimo de calidad y funcionó a la perfección en las siguientes películas en las que trabajaron juntos, principalmente El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936, con Gary Cooper y Jean Arthur), Horizontes perdidos (Lost Horizon, 1937, con Ronald Colman), ¡Vive como quieras! (You Can’t Take It with You, 1938, con James Stewart, Jean Arthur), ...Y la cabalgata pasa (Meet John Doe, 1941, con Gary Cooper, Barbara Stanwyck). Algunos aducen que la colaboración de Riskin era tan fundamental que el cine de Capra dependía de él, lo que no explica que otros éxitos del director como Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939, con James Stewart, Jean Arthur) o ¡Qué bello es vivir! (It’s a Wonderful Life!, 1946, con Stewart, Donna Reed) lucieran el mismo estilo y la preferencia del realizador por mostrar a gente común y corriente envuelta en los turbios manejos de inescrupulosas corporaciones (no por casualidad, en épocas rooseveltianas, banqueros, empresarios y políticos corruptos).

    Gracias a la nobleza de espíritu de esa gente pura de corazón, que lograba a último momento el apoyo solidario de las grandes mayorías populares, los poderosos eran derrotados. Ingenuo e idealista, el “estilo Capra” simbolizaba el triunfo de la gente del pueblo unida bajo el liderazgo ejemplar de un hombre bueno e incorruptible, incapaz por sí solo de oponerse a la injusticia pero fortalecido por el apoyo de la gente que creía en él. Para ello, Capra necesitaba actores que simbolizaran el verdadero espíritu americano, como Gary Cooper o James Stewart. Tanto en El secreto de vivir como en …Y la cabalgata pasa era el buenazo de Cooper. En Caballero sin espada y ¡Qué bello es vivir! era el flaco Jimmy Stewart. El cine de Capra dominó una época brillante de Hollywood y fue el único realizador en ganar tres Oscar en apenas cuatro años (los otros dos fueron en 1936 por El secreto de vivir y en 1938 por ¡Vive como quieras!).

    En esa época corría la voz de que para ganar el Oscar como mejor director había que llamarse Frank, no solo por Capra sino por Frank Borzage (1928 y 1932) y Frank Lloyd (1929 y 1933). Y el récord de tres Oscar fue apenas igualado por John Ford (que ganó en definitiva cuatro: 1935, 1940, 1941 y 1952) y por William Wyler (1942, 1946 y 1959). Pero Capra no solo era un triunfador. Era un tipo adorado por el público, por sus colegas y por los actores. Al final de su carrera, aún joven (se retiró en 1961, a los 64 años), se dio cuenta de que su tiempo había pasado y su último filme fue una remake de Dama por un día. Se llamó Milagro por un día (A Pocketful of Miracles, con Bette Davis y Glenn Ford) y estaba notoriamente fuera de época. Anteriormente, Lo que sucedió aquella noche fue rehecha como comedia musical en 1956 pero no la dirigió él sino Dick Powell con su esposa June Allyson y un joven Jack Lemmon. Se llamó El idilio del año (You Can’t Run Away from It) y tenía libreto del mismo Robert Riskin con canciones de Johnny Mercer y Gene de Paul (los mismos de Siete novias para siete hermanos). Inútil decir que la magia se había evaporado, aunque también vale anotar que pese a los 80 años transcurridos el original puede verse con sumo placer además de constituir una sólida prueba del talento y profesionalidad de su equipo, porque si es cierto que Gable y Colbert trabajaron a desgano —ella dijo al terminar el rodaje: “Es la peor película que he hecho”— jamás se nota ese estado de ánimo. Por el contrario, dejan traslucir mucha gracia, soltura, glamour y sobre todo un enorme, enorme encanto.