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    Oda a la alegría (II)

    Intuyo que son pocos los lectores que recuerdan dos significativas actividades que Mariano Mores desarrolló antes de ingresar a la orquesta de Francisco Canaro, e iniciar la parte más importante de su historia tanguera.

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    Primero compuso el tema musical de la película Senderos de fe, dirigida por Moglia Barth; luego —y confesó que jamás supo cómo llegaron a ubicarlo— hizo arreglos para una sinfónica japonesa, por los cuales cobró cinco mil dólares, que en aquel tiempo, comienzos de 1938, eran una fortuna.

    Enseguida apareció “Pirincho”. Había escuchado al pibe, pero se lo trajo de la mano Luis Sciamarella, gran amigo: “Tiene la cabeza llena de melodías”.

    —Te quiero en la orquesta. ¿Cuánto querés ganar?

    —Lo mismo que Irusta, Fugazot y Demare, maestro.

    Al poco tiempo no solo era parte de la orquesta y dirigía los coros ideados por el director, sino que Canaro le puso un pianista complementario, Luis Riccardi, para colaborar cuando la presentación incluyera un repertorio complicado y la integraran no menos de 40 músicos.

    —Pensé quedarme diez días —dijo un día Mores— y me quedé diez años.

    Al cabo de esa década, Marianito abrió las alas y voló. La separación no fue fácil: —El cine, porque ya me habían dado un protagónico en El otro yo de Manuela, me fue apartando de la orquesta. Y yo quería libertad. A Canaro le costó, hasta que un día me dijo: “Bueno, ya tenés pantalones largos. Podés largarte solo”. No quedamos mal, pero se quebró algo entre nosotros.

    Desde entonces imaginó a su antojo, creando y recreando grupos de diversas características pero un común denominador: —Nunca quise limitaciones para la orquesta típica. Siempre traté de armar formaciones numerosas y agregar timbres nuevos. Sumé, no dividí.

    Sin embargo, también armó el Sexteto Lírico Popular y el hoy no tan recordado pero excelente Sexteto Rítmico Moderno, al que agregó guitarra eléctrica y percusión. Y degustó el honor de actuar en el Colón, dirigiendo la Orquesta Sinfónica Nacional, con 35 instrumentistas. Es bueno precisar que ese paso singular lo dio gracias a Perón. Había participado en un almuerzo, junto a otros músicos y artistas populares, con el general y Evita, y tuvo la fortuna de que esta dijera: “A mí el tango que más me gusta es Uno y lo escribió este señor”, señalando a un turbado Marianito. Fue una orden de Perón la que le permitió actuar en el santuario de la cultura porteña.

    Mores nunca se apartó de un sesgo brillante —alegre, se podría decir— y exhibicionista en sus presentaciones, como la costumbre de incorporar familiares a sus orquestas: así cantaron su hermano Enrique (con el seudónimo de “Lucero”), su esposa Myrna, su hijo Nito —fallecido muy joven, en 1983—, su hija Silvia, su nuera Claudia y su nieto Gabriel; está claro, tuvo otras voces: los uruguayos Mario Ponce de León y Daniel Cufós (al que “rebautizó” Cortés y que fue el último), Aldo Campoamor, Carlos Acuña, Hugo Marcel y Miguel Montero. Y acompañó a muchas figuras consagradas.

    Su obra de compositor abarca 300 grabaciones. De una lista necesariamente incompleta para este espacio, es ilustrativo recordar los tangos que grabó con los mejores letristas: con José María Contursi, por ejemplo, En esta tarde gris, Gricel, Cristal, Tu piel de jazmín y Cada vez que me recuerdes; con Discépolo, Uno, Sin palabras y Cafetín de Buenos Aires; con Taboada, Frente al mar, Por qué la quise tanto y El firulete; con Cátulo Castillo, La calesita y El patio de la morocha; con Canaro, Adiós pampa mía; con Petit, Luces de mi ciudad; con Cadícamo, Copas, amigos y besos y con Manzi —lo último que este escribió— Una lágrima tuya; además, los instrumentales Linda, Bailango y Tanguera.

    Mores fue un músico excepcional que venció a sus detractores —“no se lo puede escuchar con unción, no se lo puede bailar, es para el espectáculo, la televisión y el teatro”— y hoy tiene en la historia del tango un sitio de reverencia.

    Tenía 90 años: —Muchos me preguntan: ¿cuándo te jubilás? Me hablan de algo que no me pertenece. Me gusta estar en todo. Está bien, soy un adulto mayor y podría largar. Pero la gente me dio esto. Provoca mucha esperanza en mí. Trato de devolver lo que me ha dado el pueblo y creo que me falta mucho todavía.

    Hoy, Corrientes y Carlos Pellegrini, donde se inició como pianista en el café Vicente, a los 18 años, es la “Esquina Mariano Mores”.

    Su vida, aun con grandes desgracias encima, fue una larga oda a la alegría.