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“Al amor de mi vida, Ali Loewy: te amo”, dijo Fred Berger, uno de los productores de La La Land, Oscar en mano, cuando cerraba la última edición de los premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood, celebrada la noche del domingo 26 de febrero en el Dolby Theatre de Los Ángeles. El productor continuó con los agradecimientos, como el borracho que apura el trago para arrimarse a la barra y pedir una más al oír la campana que anuncia la última ronda. Y agradeció a su familia, a su mamá, a su papá, a un tal Jeff, a Damien Chazelle, realizador de la película, que esa noche se había convertido en el cineasta más joven en ser premiado como Mejor director, y le dijo: “Estamos de pie sobre tus hombros”. Y luego de una brevísima pausa, cerró su discurso: “Por cierto: perdimos. Pero bueno, ya saben”. Tras suyo: smokings que se movían como sombras, una mezcla tirante y caótica, ansiedad, mal humor e incomodidad, miradas invadidas por el desconcierto, un señor parecido a Matt Damon y Pablo Mármol que no lograba disimular su malestar, mientras un individuo recogía las estatuillas como el mozo que retira con apuro las botellas acumuladas de una mesa. Berger lo sabía, pero no quiso perder la oportunidad de dar las gracias. La La Land no era la mejor película. Había recibido destellos de la verdad mientras el también productor Marc Platt estaba en medio de su discurso.
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Ahora se sabe por qué pasó lo que pasó. Por qué por un momento dos películas celebraron un mismo premio. La secuencia que arrancó con Warren Beatty buscando disimuladamente una segunda tarjeta dentro del sobre, intentando comprar tiempo, después de comprobar que tenía en sus manos la de Mejor actriz en vez de la correspondiente a Mejor película. Sigue con Faye Dunaway apresurándose a anunciar como ganadora a La La Land. Ahora se sabe que Beatty le mostró la tarjeta a su compañera de reparto de Bonnie and Clyde para que ella también se diera cuenta del error. Pero Dunaway puso en palabras lo que muchos daban por sentado.
Y entonces subió la tripulación lalanderista. Arrancó la ronda de agradecimientos. Y habló Jordan Horowitz, productor. Y Platt. Y Berger, el señor “Por cierto, perdimos”. Muecas y miradas de asombro y desconcierto borronearon los gestos de felicidad y satisfacción. Y volvió Horowitz: “Lo siento. Hubo un error. Luz de luna, ustedes ganaron el premio a mejor película”, dijo, serio, Oscar en mano: “No es broma”. Para demostrar que no era una joda pergeñada por Jimmy Kimmel, Horowitz le arrebató con urgencia la tarjeta correcta a Beatty, que sonreía avergonzado y nervioso. “¿Qué has hecho, Warren?”, bromeó Kimmel. Warren no había hecho nada.
El señor Damon/Mármol, se supo después, es Brian Cullinan, socio y auditor de PriceWaterhouseCooper (PWC), la firma que controla el proceso de selección de la ceremonia. Fue él el que la pifió: se distrajo tuiteando la fotografía que le tomó a Stone y sus ojos de animé cuando fue coronada como Mejor actriz y entregó el sobre equivocado.
Los miembros del equipo de La La Land se retiraron del escenario, que empezó a ser ganado por los productores y actores de Luz de luna. Su director, Barry Jenkins, asombrado y emocionado, también ganó el premio por el guion que escribió junto a Tarell Alvin McCraney, autor de In Moonlight Black Boys Look Blue (ver recuadro). Como Mejor secundario, Mahershala Ali agregó un premio más a la que terminó siendo la gran ganadora de la noche.
Hasta entonces todo se había desarrollado por los rieles habituales. El comienzo fue impecable, con la actuación de Justin Timberlake, que inauguró la gala ingresando desde la puerta principal cantando “Can’t stop the feeling”. Jeff Bridges, Javier Bardem y Meryl Streep se sumaron al baile. Kimmel condujo el show con solvencia, le escribió por Twitter a Donald Trump y agregó más leña al fuego a la tan conocida como falsa enemistad que mantiene con Matt Damon, llegando incluso a ejercer como director de orquesta para acallar con una cortina musical la voz del actor al presentar el Oscar al guion. El premio, precisamente, fue para Manchester junto al mar, cuyo libreto en un principio iba a ser escrito por el propio Damon, que también iba a ser protagonista. Kenneth Lonergan, director y guionista, se llevó el trofeo. Casey Affleck ganó como Mejor actor por su trabajo como el afligido y traumatizado protagonista del filme. Solo por la escena en la comisaría, este hombre merecía que le dejaran el Oscar en la puerta de la casa. Aunque se lo entregó Brie Larsson, con contundente frialdad. Contexto: el Affleck chico había sido acusado de haber maltratado e insultado, además de haber acosado con insinuaciones sexuales, a la productora Amanda White y la directora de fotografía Magdalena Gorka durante la filmación de I’m Still Here. Larsson, activa defensora de las víctimas del acoso, ganó el Oscar por el papel de una mujer secuestrada y abusada en La habitación. No ocultó su desagrado y se quedó quieta, en tenso silencio, mientras todos rodeaban con aplausos al ganador.
Emma Stone recibió el Oscar más previsible de la velada y Viola Davis ganó como Mejor actriz secundaria por Fences. Davis profirió un bolazo alucinante: la actuación es la única profesión que celebra la vida. The Salesman, de Asghar Farhadi, fue la Mejor película en lengua no inglesa. Y Farhadi, iraní, no fue a Los Ángeles en señal de protesta por el veto de Trump a los ciudadanos de países musulmanes. Ya que estamos: el mexicano Gael García Bernal también explicitó su posición respecto a las políticas de Trump.
Aunque algo de esto quedó ensombrecido por el papelón más divertido, visto desde afuera, de la ceremonia. PWC asumió públicamente su responsabilidad. Un error humano, fue el argumento. Publicó The New Yorker que dijo Dunaway: “I really fucked that up” (Realmente la cagué). El papelón, hay que decirlo, también le confirió a la ceremonia un breve lapso de sincera humanidad, un instante libre de simulacros, de gestos preconfigurados y emociones acondicionadas para las cámaras.