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Esta historia comienza en Buenos Aires, una pegajosa mañana de enero de 1981. El hombre es joven, se llama Juan y está apurado, por eso saca de su casa a Gaspar, su hijo pequeño, lo sube medio dormido al auto y arranca. Están emprendiendo un viaje largo y van escapando de alguien o de algo. También deben cuidarse de los militares que custodian las calles. Cuando se detienen a desayunar en un lugar de paso en la carretera, la moza, por curiosidad o simpatía, le pregunta al niño por su madre. “Juan sintió el dolor del chico en todo el cuerpo. Era primitivo y sin palabras; era crudo y vertiginoso. Tuvo que aferrarse a la mesa y hacer un esfuerzo para desprenderse de su hijo y de ese dolor”. Entonces es Juan quien le contesta con brusquedad a la moza: “¿Y a usted qué mierda le importa?”.
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Así, con la velocidad de la huida y punzadas de un misterioso dolor físico y espiritual, comienza Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019), de la escritora argentina Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), ganadora del Premio Herralde de Novela 2019. En esta historia de carretera, Enriquez se mantiene en el terreno del terror, pero ahora con una historia de largo aliento que comienza en Buenos Aires, llega a las Cataratas del Iguazú y atraviesa más de una década de historia.
El suyo es un terror muy dark y muy gótico, que se alimenta de la tradición del género anglosajón, pero con una impronta personal y rioplatense. Sus historias inquietan por su cercanía con la realidad o, más bien, con el costado más sórdido de la realidad.
Su profesión de periodista —actualmente es subeditora del suplemento Radar de Página/12— le brinda suficientes elementos como para alimentar sus tramas, pero su mejor condimento proviene de su imaginación poderosa y de sus obsesiones. Una de ellas es la adicción morbosa a los rituales de la muerte, como lo dejó registrado en su libro periodístico Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios (2014).
A los 21 años, cuando se vestía de negro con estilo punk-gótico, Enriquez había escrito en un cuaderno una novela de tono vampiresco, Bajar es lo peor, que fue su primer libro publicado. Después escribió otras tres novelas y dos libros de cuentos que la revelaron como una de las escritoras más renovadoras de su generación: Los peligros de fumar en la cama (2009) y Las cosas que perdimos en el fuego (2016), que tuvo repercusión internacional al ser publicado por Anagrama. “Descubrí que hace 40 años que los escritores anglosajones están haciendo literatura con los miedos de la sociedad y lo mezclan con la tradición del horror”, explicó Enriquez a Búsqueda al hablar de las raíces de su literatura, cuando en 2016 vino a presentar sus cuentos.
Nuestra parte de noche retoma esos miedos ancestrales y los vincula con los más recientes de la historia argentina. Pero la dictadura que sufrió su país entre 1976 y 1986 aparece como un telón de fondo, como un eco funcional a la trama y a sus personajes. Lo cierto es que, en ese contexto, la novela se vuelve abrumadora, y su mundo, de una crueldad sin eufemismos, no da tregua.
Los protagonistas son Juan y Gaspar, aunque entre ellos siempre está presente Rosario, la madre de Gaspar, quien aparentemente murió en un accidente. También en su lejanía es recurrente la presencia de Luis, el hermano de Juan que vive en Brasil. Más cercanos son los abuelos maternos, los Reyes, adinerados y siniestros, que habitan una mansión en Misiones, a pocos kilómetros de las Cataratas del Iguazú. A medida que Juan y Gaspar se acercan a ese lugar, algo desagradable se va gestando y se va conociendo la historia de la Orden, una organización secreta que tiene contactos con el reino de la oscuridad.
Juan no está ajeno a esta secta porque es un médium. Él es un hombre enorme y hermoso a quien llaman el Dios Dorado. Su presencia es poderosa y a la vez seductora, por eso todos se enamoran de él, sin importar el sexo, como le sucede a Tali, su cuñada: “Ella nunca había visto a un hombre así antes o después, y ahora, cuando volvía a verlo, le parecía tan extraordinariamente hermoso que los ojos se le nublaban”.
Pero Juan es un personaje con diferentes facetas. Por un lado es muy débil porque sufre de un cansancio crónico debido a su condición cardíaca. De niño lo habían desahuciado, pero lo salvó el doctor Jorge Bradford con varias operaciones que quedaron marcadas en su cuerpo y en su interior. “Muchas de las cosas más importantes de su vida habían ocurrido en una casa de hospital, entre el dolor, la anestesia y el miedo”. Entre esos miedos está la desagradable sensación de sentir manos que lo tocaban por dentro y por fuera o de presencias que lo miran dormir.
La otra faceta de Juan es la macabra y brutal consecuencia de su misión dentro de la Orden. Incluso es feroz con su hijo, a quien golpea y maltrata psicológicamente a la vez que lo protege de la secta.
Enriquez no se guarda nada en esta historia que, hay que advertirlo, no es para todos los estómagos. Describe ritos entre personas de sexualidad ambigua, ceremonias satánicas, sacrificios, mutilaciones con niños pequeños a quienes deforman y encierran en lúgubres laberintos hasta que se convierten en “invunches”, seres con la cabeza hacia atrás y un brazo metido en un tajo de su espalda. Es la representación gráfica del horror que se mimetiza con el “otro”, el que ocurre en los pasadizos de la dictadura. “Me interesa mucho la política y es importante el testimonio, pero no me parece interesante literariamente, es decir, escribir un relato realista sobre la dictadura. Me interesa tratarlo mediante el género del terror, es una forma de abordarlo que me satisface estéticamente”, dijo Enriquez en la entrevista de 2016.
Más allá de lo desagradable, Enriquez crea imágenes de una gran plasticidad, como lo hace cuando describe el estado emocional de Juan: “La ciudad gritaba, el aire estaba lleno de ruegos y rezos y risas y aullidos y sirenas y la vibración de la electricidad y chapoteos pero él no podía convencerse de volver a su casa y no había nadie que pudiese recibirlo salvo su familia”.
La historia de Juan deriva en la de su hijo Gastón, que se convierte en un adolescente acuciado por las dudas, por la salud, los misterios y los cambios de humor de su padre. Entre sus amigos está Adela, la niña a la que le falta un brazo, y que ya había aparecido en el cuento La casa de Adela. Ahora ella creció como personaje hasta hacerse fundamental en el desenlace de esta historia.
En Nuestra parte de noche tienen importancia los libros de brujería y de magia, como uno llamado Dogma o ritual de alta magia, de Eliphas Lévi. Pero en la casa sombría de Juan también figuran autores como Onetti, con El pozo, Thomas Hardy, con Jude el oscuro o Françoise Sagan con Buenos días, tristeza. Lecturas que son también de Enriquez, que gusta de títulos oscuros, como la poesía de Blake o de Eliot. Y toda la historia está acompañada de música de Bob Dylan, Leonard Cohen, Janis Joplin o los Beatles, un bálsamo para tantas cicatrices.
Varias escritoras argentinas han recibido en 2019 reconocimientos internacionales: María Gainza, Selva Almada, Leila Guerriero y Samanta Schweblin. La lista la completa Enriquez con esta novela que la consagra como una narradora de voz auténtica y potente en su género. Nuestra parte de noche no es fácil de digerir, pero es adictiva y ágil, a pesar de sus 667 páginas. Por suerte no terminó en la página 666, hubiera sido una coincidencia muy diabólica.